Brion esperaba a Lara en el jardín delantero de la fortaleza, con el bebé Zorro en brazos. Desde que aquella mujer pelirroja lo había amenazado, no se separaba de él. El niño crecía con una rapidez inusual, mucho más que cualquier otro bebé. No pasaría mucho tiempo hasta que empezara a caminar.
La figura de Lara apareció por el camino de adoquines blancos, avanzando a paso firme con Aron detrás.
—¡Alteza! —la llamó Brion al verla, pero ella no se detuvo. Tuvo que correr para alcanzarla— El rey Elfo la está buscando, quiere saber qué ocurrió con los Dioses.
—Ya sé qué hacer. Dile que no moleste —respondió agitada— Hagan algo productivo en lugar de seguirme. Busquen al rey Dragón y díganle que lo espero en la sala de los Maestros. Necesito su ayuda con algo.
Ambos obedecieron y fueron en busca de Letrel. Lo encontraron en la terraza, contemplando el océano. Le transmitieron el mensaje. Se fue inmediatamente al encuentro de Lara.
Quedándose solos, el silencio se volvió algo incómodo, así que Aron intentó iniciar una conversación amistosa.
—¿Es tu hijo? —preguntó señalando al pequeño que Brion sostenía con tanto cuidado.— ¿Cómo se llama?
—No, no es mío. Solo me encargaron cuidarlo. Y tampoco tiene nombre —respondió de mala gana. Ya era la quinta persona ese día que le hacía esa pregunta.
—Eso es muy triste —comentó Aron, sincero. Puso la mano sobre la cabeza del bebé en un gesto de consuelo.— Crecer sin nombre, sin familia, sin un hogar... debe ser triste.
Aron se marchó pues todavia le quedan pendientes. Brion, se quedó en la terraza observando al pequeño dormir en sus brazos. Era precioso. Tenía una nariz respingada, mejillas sonrosadas y una piel color miel que brillaba a la luz del sol. De alguna forma, sentía que ese niño le había dado una oportunidad de redención.
Estaba empezando a amarlo como si fuese su hijo.
Lejos de la fortaleza, Mavia y sus compañeros habían llegado a la frontera entre Noga y Aria. El Reino de los Demonios Negros tenía solo cuatro entradas: dos puentes sobre el río ,uno que desembocaba en Noga y otro que atravesaba el bosque al norte de Tercia, un túnel secreto conocido solo por la familia real de Aria, y una gran puerta plateada en la frontera con Orien. Fuera de esos puntos, Aria era impenetrable. Los muros de piedra volcánica que rodeaban el reino tenían cuatro metros de alto y tres de espesor. Eran prácticamente indestructibles.
El plan inicial era cruzar por el puente de Noga. Era la entrada más accesible y menos vigilada. Incluso cuando los Demonios Negros aún no estaban malditos, ese paso era tan despreciado que ni siquiera tenía guardias.
Según rumores, el antiguo rey de Noga odiaba que su gente saliera del reino y aún más que los forasteros entraran. Se decía que poseía bestias entrenadas para cazar viajeros. Por ello nadie pasana por ahí.
Y el puente ya no existía.
Con el abandono de años, la falta de mantenimiento hizo que la corriente del río lo arrancara por completo, dejando apenas algunos restos como prueba de que alguna vez estuvo allí.
—¿Y ahora qué? —preguntó Raba, dejándose caer en el suelo. Cruzó los brazos y las piernas, y apoyó la espalda contra una gran roca.
—Perderemos mucho tiempo si buscamos otra entrada ¡Crucemos nadando! —propuso Kenos, emocionado por aportar algo útil.
—El agua arrancó el puente —le contestó Shion, con la intención de que lo razonara por sí mismo. Como no lo hizo, añadió— Nos arrastrará como hojas.
—¿Sabés? No hace falta que seas grosero.
—No estoy siendo grasero.—Se defendió el cambiador.— Al contrario, inente ser amable.
Kenos y Shion empezaron a discutir sobre lo que era o no una grosería. Raba los miró con desaprobación, pensando que parecían dos niños peleando por un caramelo. Finalmente, optó por ignorarlos.
Se acercó a Mavia, que observaba el río en silencio. Pensó que debía estar ideando una nueva forma de cruzar, así que no dijo nada. Se quitó las botas, se remangó el pantalón y metió los pies en el agua helada. Estaban rojos y adoloridos de tanto andar.
—¡Ya sé qué haremos! —exclamó Mavia de repente, captando toda la atención.
"Eso fue rápido" pensó Raba, sacando los pies del agua.
—La entrada subterránea está a unos doscientos kilómetros al oeste, en una cueva junto a la playa. Es poco conocida, así que dudo que esté vigilada —empezó a explicar— Ustedes tres entrarán por allí...
—¿¡Nosotros tres!? —interrumpió Shion, sobresaltado.— ¿Cómo que nosotros tres?
—¡Si me dejas hablar, te explico! —replicó Mavia con autoridad. Shion frunció el ceño, ofendido, pero guardó silencio.
—Esa entrada es igual a la de Tercia: un túnel de emergencia para la realeza. Comienza en el jardín interno del palacio y termina en la costa. Si entramos por ahí, accedemos directo al corazón del enemigo. Por eso ustedes tres irán por esa ruta. Yo entraré por el bosque. Esa entrada está más cerca del palacio. Haré tanto alboroto que todas las Sombras y Demonios irán tras de mí. Cuando escuchen la señal, entran, buscan la corona y la destruyen ¿Quedó claro?
—¿Y si hay guardias en el túnel? —preguntó Raba, preocupada por la firmeza con que Mavia la miraba.
—Los enfrentan. No son niños, son guerreros. Es hora de que lo demuestren ¿Otra duda?
—¿Cuál será la señal? —preguntó Kenos, recibiendo una fulminante mirada.
—¡El alboroto! ¿No escucharon?
—Sí, Alteza —respondió Shion, tan nervioso que las palabras salieron atropelladas.
Mavia dibujó un mapa en la tierra. Era sencillo: seguir río abajo hasta la costa y buscar la entrada marcada con el símbolo de los Demonios sobre la arcada. Les advirtió que podrían encontrar otras cuevas, pero esa era inconfundible.
—Muy bien, aquí nos separamos —concluyó Mavia— La entrada del bosque está a cuatrocientos kilómetros al oeste. Me tomará medio día llegar. Ustedes deberían estar en la cueva en menos tiempo si se apuran. Una vez que escuchen mi señal, actúen sin dudar.