La Maldición de las Sombras

El corazón de Mavia

Shion, Raba y Kenos siguieron el río hasta llegar a la costa, tal como Mavia les había indicado. No tuvieron problemas durante el trayecto. Al llegar, se toparon con el pie de la montaña frente a ellos, pero la cantidad de cuevas superaba con creces lo esperado.

—Tardaremos siglos en encontrarla —comentó Raba, dejando salir la frustración del aparente fracaso.

—Más vale que empecemos entonces —respondió Shion, decidido. No pensaba fallar en la primera misión que Mavia le había confiado, y estaba profundamente preocupado por ella. Incluso para la Suprema Mayor, infiltrarse de frente en el corazón del enemigo era una jugada arriesgada.

Decidieron dividirse para buscar con mayor rapidez. Shion se encargó de las cuevas centrales, Raba de las del lado derecho y Kenos de las del izquierdo. Después de una dos de búsqueda meticulosa, escalando, revisando y apartando maleza, Raba encontró la entrada. Estaba oculta tras unos matorrales densos, pero era inconfundible: sobre la arcada de la cueva se alzaba una calavera con ojos de diamante, símbolo de los Demonios Negros.

El túnel no tenía vigilancia. El aire olía a moho y humedad, tan frío que erizaba la piel. La vegetación se había colado en su interior, dificultando el paso. Caminaron varios metros antes de encontrar un tramo más despejado.

A cuatrocientos kilómetros al este, una agitada Mavia llegaba al bosque Terciano. Había corrido sin detenerse, tan rápido como el viento, logrando acortar un poco el tiempo.

Tomo aire un momento antes de recorrer los doscientos treita y tres kilometros que le quedaban y siguion la carrera. Llegó a la entrada de Arien un poco antes de lo previsto. Le sorprendio no ver enemigos en el camino, hsata que un agudo olor la alertó.

Se escondió entre las hojas de un árbol frondoso y desde allí observó: el ejército de los Titanes estaba formado y listo para avanzar. Eran tantos que no podía contarlos, y lo peor, tenía la certeza de que no eran todos. Habían subestimado al enemigo. Entre las filas había Sombras, humanos, Demonios Negros... pero también bestias y razas descendientes.

Tenía que advertir a sus aliados. La única forma que tenía era usar su collar para enviar un susurro de luz a Lara. Un mensaje veloz y brillante pero que delataría su posición.

—¿Qué más da? Tarde o temprano me verán —murmuró.

Sujetó el collar con ambas manos, lo acercó a su boca y susurró su mensaje. El artefacto comenzó a brillar intensamente, llamando la atención de los soldados enemigos. Al terminar de hablar, la luz se elevó al cielo como una estrella fugaz, rumbo al collar de Lara, que lo recibió segundos después.

De inmediato, un grupo de bestias trepó hasta su posición, acorralándola. Las cinco se lanzaron al ataque, pero Mavia las repelió con facilidad. Las criaturas cayeron al suelo con violencia.

—Qué fastidio ser yo... —suspiró justo antes de saltar al centro de la formación enemiga.

—¡A ver, asquerosos títeres! ¿Quién va primero? —gritó, transformando su collar en espada.

Como nadie respondió, añadió con una sonrisa maliciosa:

—Bien, iré yo entonces.

Sujetando la espada con firmeza y los sentidos alerta, arremetió en una estampida salvaje. Cabezas rodaban a su paso. El baño de sangre acababa de comenzar.

Mientras tanto, Lara luchaba por mantenerse en pie tras recibir el mensaje de su hermana:

"Las Bestias Doradas, Elfos Oscuros, Dosos, Juanfrinos, Demonios Rojos y otros... se unieron al enemigo. Son más de los que calculamos y están por marchar. Reduciré sus fuerzas cuanto pueda. Inicien el avance a Tercia."

Aron, Letrel, Brion y Cifren también habían escuchado el mensaje. Los reyes, acostumbrados a actuar con rapidez, empezaron a dar órdenes de inmediato. Aron salió corriendo de la sala de la Alianza al recibir la orden de su rey: reunir a los demás líderes de inmediato.

Brion se acercó a Lara.

—¿Está bien? —preguntó con preocupación.

Ella asintió con una débil sonrisa, sin decir nada.

—¡Brion! —lo llamó Cifren— Corre a la armería. Los herreros deben terminar todo antes del amanecer.

—Partiremos al amanecer —sentenció la reina de los Nomos.

Lara solo la miró, confundida y desorientada. El mensaje de su hermana la había afectado, pero había algo más en su mente. Desde que descubrió lo que su madre había hecho, había pasado horas estudiando El Libro. Había encontrado cosas pertubadoras ahí.

Necesitaba hablar con su madre.

—¡Oh! Esto es inesperado —dijo Hydna con soberbia al verla llegar— ¿Vienes a suplicarme que comande mi ejército? Lo haré si te disculpas como es debido.

—No, madre. Vine a hablar... y a despedirme. Creo que esta será la última vez que nos veamos.

—¿Me condenaste a muerte? —espetó con falsa indignación— ¿Cómo eres capaz?

—De hecho, solo la Suprema Mayor puede sentenciar a muerte a un lider de la Alianza —aclaró Lara. La burla de Hydna desapareció al instante.

—Eso me alivia. Yo no podría condenarte, eres mi madre...—Los ojos de Lara se volvian cristalinos con solo pensar en ello.—Aunque imagino que Mavia no tendrá problemas con eso. Si tuviera corazón... tal vez tendrías más opciones.

Hydna apretó los labios, intentando mantener la compostura. Por dentro, estaba aterrada.

—¿Cómo sabes sobre eso?

—Estuve investigando el libro que usaste para maldecir a los Demonios Negros.

—¿Y qué con eso?

—Encontré el ritual. El que usaste con Mavia hace trescientos años ¿Lo recuerdas? Yo sí lo recuerdo.

—No sé de qué hablas.

—Le arrancaste el corazón a tu propia hija.—Luchó para que no se le quebrara la voz.

—¡La salvé de sí misma! —gritó Hydna, acercándose a los barrotes— ¡Iba a morir!

—Oh, claro... preferiste matarla con tus propias manos —Un par de lágrimas resbalaron por sus mejillas— Eso fue lo que provocó la maldición ¿Verdad? El castigo que debía caer sobre ti, lo hiciste caer sobre padre ¡Incluso lograste que yo te ayudara! Ahora entiendo por qué me odia tanto...




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