La Maldición de las Sombras

El despertar

La lucha comenzó de nuevo cuando el humo se disipó por completo. Aunque los Demonios estaban aturdidos, al ver luchar a sus viejos amigos, se unieron al bando de la Alianza.

Las razas descendientes de los Demonios se vieron contrariadas: algunos, al ver el cambio de sus ancestros, los siguieron sin dudar; otros, más leales a las Sombras que a su sangre, continuaron como enemigos.

Tras la euforia, la batalla se volvió aún más intensa.

Lara peleó con determinación, como una verdadera Suprema, defendiendo a los suyos con uñas y dientes. Sin embargo, la suerte no estuvo de su lado cuando Aron, preocupado por ella, intentó intervenir. Crotel —el joven que decía portar el poder de Mavia— aprovechó la oportunidad y, en lugar de atacar a Lara, se lanzó contra él.

Aron no tenía forma de esquivarlo. Pero Lara sí.

Antes de que la espada de Crotel alcanzara a su compañero, ella se interpuso, empujándolo fuera del alcance. La hoja atravesó su espalda y un grito desgarrador escapó de sus labios. Cayó de rodillas.

Crotel intentó rematarla, levantando la espada para decapitarla... Cuando estaba por darle el golpe de gracia, la tierra empezó a temblar bajo sus pies.

La espada de Lara, vibró ligeramente. El diamante en su empuñadura comenzó a brillar con tonos oscuros, nunca antes vistos. En algún lugar de Tercia, un haz de luz negra se elevó desde el suelo hasta el cielo, partiéndolo al medio.

Lara observaba la escena, horrorizada, olvidando incluso su herida. Medio segundo después lo detectó: esa luz iba acompañada de una explosión mágica devastadora. Si los alcanzaba, morirían todos.

Reuniendo sus últimas fuerzas, se levantó. Chocó las manos y luego las abrió con fuerza. Una barrera de aire se alzó a lo largo del campo. Cuando la magia la impactó, Lara levantó dos muros más: uno de fuego y otro de tierra. Invocó la fuerza del viento, creando un huracán a su espalda para sostener las barreras. Resistió todo lo que pudo... hasta que la feurza de la explosión se disipo.

Solo entonces cayó de rodillas, exhausta. Había logrado proteger a casi la mitad del ejército. Pero los que quedaron frente a ella... murieron carbonizados.

—Despertaron —susurró Crotel, sonriendo con cinismo mientras observaba la grieta en el cielo.

Lara lo miró con desprecio. Se levantó y le apuntó a la cabeza con su espada. Pero estaba demasiado débil. Theo desvió el ataque con una mano, sufriendo apenas un corte.

—Debiste huir mientras podías —le dijo antes de golpearla con fuerza y derribarla.

—¡Lara! —gritó Aron, transformándose en dragón para enfrentar a Crotel. Pero pronto, la copia de Mavia fue rodeada por aliados, todos dispuestos a protegerlo.

Aron intentó abrirse paso, pero eran demasiados. La noche había caído y las Sombras ya estaban en combate. Vio con horror cómo Crotel se acercaba a Lara, dispuesto a matarla y tomar su espada. Desesperado, pidió ayuda, pero todos estaban ocupados en sus propias peleas. Lara estaba sola, herida y agotada… y aun así, se puso de pie.

Crotel tomó una lanza del suelo y la apuntó a la cabeza de Lara. Estaba seguro de que, si usaba suficiente fuerza, no fallaría. Y tenía razón. Pero eso no significaba que lo lograría.

Cuando lanzó el arma, Lara cerró los ojos, aceptando su destino.

Pero en lugar de sentir dolor, escuchó el choque metálico de dos armas. Abrió los ojos al instante.

—Mavia... —susurró, con una mezcla de alivio y alegría.

Frente a ella, su hermana se alzaba imponente. Con una espada común, recogida del campo, había desviado la lanza y salvado su vida.

—Lo hiciste bien, Lara —le dijo con orgullo—. Ahora descansa.

Un par de lágrimas recorrieron el rostro de Lara. Nunca en su vida había estado más feliz de verla.

—¡No puede ser! Estabas moribunda —balbuceó Crotel, pálido como un fantasma.

—La próxima vez asegúrate de cortarme la cabeza —se burló Mavia, aunque ella también creyó que moriría.

—Déjame curarte —dijo el rey Merfus, acercándose a Lara. Ella lo miró, incrédula y melancólica. Pero cuando él apoyó las manos sobre su espalda, supo que era real, y respiró aliviada.

—Llegas tarde —escupió Crotel, con desprecio—. Ellos ya están aquí. Los matarán a todos… pero a ustedes las mataré yo.

Se lanzó contra Mavia con los puños desnudos. Pero ella, tenía fuerza de sobra para enfrentarlo. Él, ignorando la leyenda de la Diablesa Plateada, creyó que podría derrotarla.

Pobre insensato.

Antes de que diera tres pasos, Mavia ya estaba frente a él. Con una rapidez brutal, le atravesó el pecho con la mano, arrancándole el corazón. Cayó muerto al instante.

—No eres digno de matar ni una mosca —murmuró mientras pisaba su cuerpo para dirigirse al haz de luz aún visible en el cielo.

—No eres digno... —susurró Lara, apretando el puño. Se sintió tonta por no haberlo vencido ella, pero feliz de saber que, en otras circunstancias, tal vez lo habría logrado.

Lejos de allí, en las afueras de Tercia, justo en el sitio donde Mavia había sido prisionera, la luz se desvanecía. Desde el cielo abierto, cayeron dos bolas de fuego que destrozaron el techo de la cueva e impactaron en los cuerpos inertes de los Titanes.

Rajkat e Infernus habían despertado.

El lugar era una sala redonda al final de una mina abandonada. Mavia había llegado allí por error una vez, sin ver lo que se ocultaba a simple vista. El sello mágico había mantenido los cuerpos invisibles.

Ahora, sobre tres mesas de piedra, completamente visibles, yacían los cuerpos de los Titanes: dos despertaban, el tercero seguía dormido. Intentaron salir, pero no pudieron atravesar el umbral. El sello aún resistía. Mientras el collar de Lara no se acercara al tercer cuerpo, no podrían abandonar la cueva.

Sabían bien lo que debían hacer.

Ordenaron a Hydna, la mujer que los había liberado, marcharse y no volver hasta traer la “llave de su libertad”. Ella obedeció.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.