La Maldición de los Kaltenbrück

08- El castillo de Eltz

Los peelers se aproximaban con paso marcial. El coraje que Sorcha se empeñaba en sostener se estaba diluyendo. Nikolaus aún palidecía. No cabía duda: su sangre había matado. Estaban lejos del tumulto de gentes, pero el daño ya lo había hecho.

Se aproximaron al barco y se subieron como pudieron. Huir sería la opción más sensata. El mayordomo que los había acompañado durante el viaje —un hombre huesudo de expresión severa—, le dio a Nikolaus un bofetón con lo que encontró, lo sacudió hasta hacerlo reaccionar. A Sorcha le pareció demasiado, sin embargo, la mirada que Nikolaus le dio al mayordomo parecía ser de agradecimiento.

Suspiro sin poder contener los temblores que la recorrían. Quiso convencerse de que no había sido él. Pero los recuerdos eran claros. Y el miedo también. ¿Acaso era él una especie de brujo o una criatura más antigua, más condenada? Y, no obstante, algo en ella se resistía a huir de él.

El mayordomo los guio a un camerino. Ambos se habían establecido ahí. El señor se cubrió con una máscara extraña, de forma y material desconocidos, junto a unos guantes que parecían de otro siglo. Aquella imagen perturbadora se quedó grabada en la mente de Sorcha. Ese hecho solo le confirmaba que algo raro pasaba con su prometido. El señor seguía en su labor de suturar las heridas lo más rápido posible, hasta que se marchó susurrándole algo al oído.

—¿No le parezco una abominación? —refunfuñó Nikolaus—. Usted hizo esa pregunta primero… —gruñó Nikolaus sin mirarla. Recordó la noche que se establecieron en la taberna, hacía dos días—. Pero yo… no sé si puedo darle una respuesta justa.

La expresión en el rostro de Sorcha, se mostraba tensa y rota. Confirmó la respuesta que estaba esperando. Él la había asustado. Ella no gritó ni retrocedió, pero en su silencio había más rechazo que en mil palabras.

Evidente resultaba que de inteligencia no carecía, una mujer como ella había pasado tanta amargura y desolación como él. Las manos de Sorcha se aferraban a un pasamanos. Sus nudillos se tornaron pálidos. Nikolaus no pudo evitar sentirse mal. Estaba claro. Ella no lo amaría. Para que todo funcionara necesitaba que esa criatura blanca lo amara.

—No entiendo por qué debería parecerme una abominación —logró responder Sorcha con fingida calma. Entre las opciones que tenía en su cabeza, fingir ignorancia le resultaba más útil.

—Usted hizo la pregunta primero —le instó Nikolaus—. Debería salir del camarote señorita Fraser —Abrió la puerta y la guio a un cuarto contiguo.

—Me pueden ver —murmuró, aunque en realidad no lo sentía. Lo que realmente temía era perderlo de vista. No porque añorara su compañía, más que otra cosa, quería descubrir por qué su sangre hizo lo que vio.

—Ya me encargué de todo, solo descansé. Aún falta mucho para llegar —cerró la puerta y se fue.

Se quedó en silencio, escuchando el sonido del mar que se colaba por la escotilla. Ahora, todo parecía insalvable.

Intentó recostarse en la cama. La sentía incomoda. Se levantó y vio a través del ojo de buey. El mar se extendía con todo su esplendor. Los rayos del sol hacían que el azul del mar se intensificara. Traqueteos de madera la hicieron trastabillar. Se asomó a la puerta y pudo escuchar la voz de una mujer.

—Está ahí, deberías creerme. El noble de hielo iba junto a una mujer —Sorcha no era participe de escuchar conversaciones ajenas. Pero estando tan aburrida, no le pareció mal. Al fin y al cabo, eran ellos los que se habían parado frente a su puerta.

—En serio mujer, crees que me creeré semejante disparate. Él con una señorita. Ni en sueños —las carajadas graves resonaron por los pasillos. Seguramente pertenecían a un hombre de mayor edad.

—¿Y si la mata? —la pregunta de la joven descolocó a Sorcha. Sintió como su rostro se contraía por la sorpresa ¿Matarla a ella? Estaba casi segura de que hablaban de Nikolaus.

—Dejadlos a su suerte y ponte a trabajar —murmuró el señor que por lo visto pertenecía al servicio del barco. Aunque intento pegarse todo lo que pudo a la puerta, las voces ya se habían alejado.

Con los nervios de punta, Sorcha estaba empezando a creer que todo lo que los rodeaba tenía aspecto sospechoso. Quizá esas dos personas no hablaban de Nikolaus. Tranquilizarse era lo más sensato.

***

Para Anselm, los acontecimientos no lo sorprendieron. A veces por más que Nikolaus intentará que su mala suerte no ajusticiara a nadie, las cosas pasaban. El conde de Lichtenthal estaba convencido de que su amigo terminaría acabando con su vida si la solución no resultaba favorable, pero las cosas no debían serlo. Él lo sabía mejor que nadie.

—Nunca me imagine presenciar un caos como ese —habló entre respiraciones agitadas, Ailsa. La señorita no dejaba de ver intrigada al tipo que había pasado frente a ellos—. ¿Será el prometido de mi hermana el noble de hielo? —la curiosidad de Ailsa, estaba empezándolo a irritar.

—Debería procurar que no la vean en lugar de prestar atención a conversaciones que no le incumben —Ailsa sabía que para ser alguien noble, en esos momentos no estaba vestida como tal. Pero las cosas no pintaban muy bien, solo temía que a Sorcha le sucediera algo y que no pudiera ayudarle.

Resignada y con un último suspiro siguió a Anselm, quien se veía demasiado tranquilo a pesar de lo ocurrido.




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