Ninguno de los dos sabía exactamente lo que los impulsaba a escaparse. De lo que si eran conscientes fue de que la compañía del otro aliviaba sus inquietudes. Las palabras que se compartían, lo que deseaban y no podrían tener, los secretos que se guardaban y los unía.
Annuncia llegó al punto donde se acercó a la humana, como una amiga.
—Milady ¿Cómo sabe que ama a Ardesiel? —mezclarse como pueblerina le gustaba. Podía indagar en los lugares a donde no podía llegar. Como la mente humana.
—No lo digas en voz alta, cualquiera puede oírte y mi padre me matará si sabe que… me he entregado a alguien sin rango —Annuncia desconocía hasta dónde llegarían ellos, pero si el momento era el indicado, no querían desaprovecharlo.
—Entonces.
—No dejo de pensar en él, es como si mi existencia se redujera a ansiar su amor. Esperar a verlo me llena de esperanza y anhelo. Y cuando finalmente lo tengo enfrente, tocando mis manos, es como si el aire no me satisficiera. Me siento segura con él.
—Es como si solo con el fuera usted misma —lo entendió, Annuncia estaba enamorada de Enediel.
Después del beso y su cercanía, se siguieron buscando por muchas semanas más. Estar alejados ya no sería una opción en sus cabezas. Tanto Enediel como Ardesiel y ella estaban enamorados, encontrándose en unas circunstancias casi similares. No necesitan un corazón para estarlo, simplemente lo estaban. No se podía negar a lo que el alma añoraba.
—Tú también te has enamorado —la risita bobalicona de Sabine Kaltenbrück, resonó en su cabeza.
Ambas se separaron, prometiéndose que se contarían todo. Que serían sus respectivas confidentes. Y así fue por un corto tiempo.
***
Mientras Annuncia compartía secretos con Sabine… en otro rincón de la realidad, Enediel tejía los suyos. Habiéndole contado todo a Ardesiel y a Class. Entendió porque Ardesiel se veía con la humana y que todo ello no solo era atracción, sino que iba más allá de lo racional. Las cosas que se podían sentir con la presencia o la cercanía de otro ser eran estimulantes. No se iba a resistir, no tenía por qué hacerlo. Si iba al infierno por amarla, estaba dispuesto a que su alma ardiera.
—Creo que el amor te ha amarrado mucho más que a mi —bromeó Ardesiel—. Los ayudaré si ustedes me ayudan a mí, por supuesto —para que Dios no se enterase necesitaban burlarlo. Para ello debían buscar el libro de los veintiocho sellos lunares.
—¿Siquiera sabes donde esta ese libro?
—Solo debemos elaborar un plan, Class nos ayudará ¿verdad? —Enediel no se fiaba mucho del muchacho, no porque no fuera de fiar, sino más bien porque se veía muy débil. Los débiles se rompen fácilmente.
—Si… yo puedo —dijo Class con voz queda, casi resignada. Después de todo, él el más pequeño de las mansiones. Nadie sabía cómo se había creado su mansión, si se suponía que solo eran veintiocho y no veintinueve.
—Quizá para la próxima luna ya no tengas dónde dormir —bromeó Ardesiel con una sonrisa torcida.
—O simplemente absorberán lo poco que queda de ti —añadió Enediel, sin mirarlo del todo.
Los tres rieron, pero Class solo forzó una sonrisa. No dijo nada más. Caminó en silencio, como siempre lo hacía entre las sombras de la mansión con una mezcla de orgullo y resentimiento que lo quemaba por dentro. A pesar de ser el más pequeño y joven, llevaba en los ojos una chispa de ambición que desafiaba su tamaño y posición. No solo un ayudante de la anciana Tzerach, ni el débil a ojos de los demás. En su interior ardía un deseo oculto, un hambre que ni siquiera se atrevía a confesarse en voz alta. Si los demás creían que su mansión desaparecería, tendrían que enfrentarse a la verdad: él haría lo que fuera necesario para asegurarse de que eso no sucediera. Y el libro... el libro podía ser la llave.
—Ya que ha aceptado, debemos ir a la biblioteca sagrada, tienes un pase, ¿verdad? —la pregunta lo tomó por sorpresa.
—Si, la señora Tzerach me lo ha dado porque le ayudo con el orden de los libros —Tzerach, una anciana amargada que protegía los libros con mucho ahincó. Un antiguo demonio bibliotecario cuyo cuerpo se asemejaba más a pergamino que carne.
Enediel recordó una vez que la vio tragarse un libro. Quien sabe de qué tratase, pero tampoco quiso indagar. Si ella era un esbirro de la biblioteca sagrada, no le importaba.
—Está noche será —dijo Ardesiel con entusiasmo. Él guardaba un secreto oscuro bajo su perfecta dentadura y necesitaba de su amigo para completarlo, sabía que si se lo revelaba a Enediel este no lo dejaría.
Al anochecer, con la neblina espesa rondando todo a su paso, los tres demonios se escabulleron en la biblioteca. Fueron silenciosos, ya que la señora Tzerach se encontraba entre las libreras. Ninguno de ellos sabía si encontrarían el libro. Según Class ese libro se había perdido hacia unas lunas. Siguieron buscando, estante tras estante. Ardesiel necesita ese libro. Antes de que pasará la fecha optima, para que una bruja que conoció realizara un hechizo que lo humanizara.
Muchos dudaban que Class estuviera a la altura, que pudiera sostener el peso de una misión tan peligrosa. Pero él no era de los que se rendían. Aquellos demonios que se burlaban de su mansión, que predicen su desaparición, no sabían lo que él estaba dispuesto a hacer para demostrarles lo contrario.
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Editado: 28.11.2025