La Maldición de los Kaltenbrück

13- Año 1434: La maldición de los Kaltenbrück

Class lo observó con una avidez que no pudo ocultar. Sus dedos temblaban, pero su ambición era más sólida. No dijo nada. Tzerach apareció sin anunciarse, como una sombra que siempre estuvo allí.

—¿Estás con ella? —le preguntó Enediel.

—No me hagan reír, son unos estúpidos. El amor no existe. Solo la grandeza y el poder. Desperdiciar su vida por otra persona es lo más insensato que he escuchado. Estoy harto de todos los que se creen grandes —lo escucharon con una rabia contenida. Sospechaban de él, esa forma de ver el mundo no pertenecía a la de un alma pura. Pero eran más que amigos, como hermanos.

—Debes controlarte querido —la anciana le acarició el rostro a Class—. Lo has hecho bien, dentro de poco serás el amo de todos estos idiotas.

Con un gesto simple, el libro se lo arrebataron de las manos de Enediel. El demonio intentó resistirse, pero algo lo ataba al suelo.

Ardesiel quería el libro, pero ni su determinación fue capaz debido a algo que guardaba la presencia de Tzerach, que lo hizo retroceder sin rechistar. No era poder lo que imponía, sino una especie de vacío. Un silencio absoluto que devoraba cualquier voluntad.

—Que muchachitos tan bellos. Me habéis ahorrado mucho tiempo —dijo con una voz más antigua que la piedra—. Ahora empieza el verdadero trabajo.

Enediel no alcanzó a moverse cuando una cadena de luz oscura le ató las muñecas por la espalda.

Ardesiel cayó al suelo, inmovilizado por un conjuro que no vio venir. Class por su parte, siguió a la anciana mientras le hablaba al oído.

Ninguno de los dos se sentía suficientemente potente. La traición de Class los había dejado en un limbo. La impotencia les carcomía el alma.

—¿Qué haces? ¡Tu dijiste que nos ayudarías! —bramó Enediel, con los ojos encendidos como brasas. Intentaba controlarse, no debía permitir que el descontrol se apoderará de él.

—Mentí —respondió Class, sin molestarse en voltear.

Class había soñado con ese momento durante incontables lunas, pero ahora que lo tenía frente a él, una pequeña grieta se abría en su pecho. Aun así, no se detuvo.

La emoción de la anciana Tzerach retumbaba en la biblioteca sagrada. Ninguna de los dos demonios sabía qué hacer. Mientras más se esforzaban por salir más agotados se sentían. Como si les mermaran las energías. Pero eran conscientes que solo una razón más poderosa necesitaba para romper las cadenas que los retenían.

—El ritual ya casi está listo —gritó la anciana—. Solo nos falta algo.

Un altar de piedra, sellado con polvo lunar. Círculos grabados con sangre de mansión. Y al centro, el libro de los veintiochos sellos lunares murmuraba lenguas muertas. Un nombre pronunciaba sus hojas. Los ecos imposibilitaban entenderlo.

—¿Qué… qué nos falta? —se apresuró a preguntar Class.

—La sangre de un demonio enamorado —Tzerach, la única que entendía a quién se refería el libro.

Class frunció el ceño. Habían hablado de eso, sí, pero él no pensaba que fuera real. No hasta que vio el rostro de Tzerach torcerse en una sonrisa demente.

—Debemos encontrarla —alzó la voz la Tzerach.

—¿A Annuncia? —susurró Class, con una chispa de duda.

—Ella es el portal entre lo celestial y lo terrenal. Es la única que puede abrir los sellos sin que el universo se rompa —la anciana giró la cabeza lentamente—. Tráela. Viva.

Class salió maquinando una idea sobre como atraparla y que ella no dudara. Tenía una intuición de donde encontrarla. El único lugar donde pasaba casi todo el tiempo. Un chasquido con los dedos era suficiente para llegar hasta ella.

—Me ha asustado —Annuncia se sobresaltó al ver a Class aproximarse con prisas—. ¿Ha sucedido algo?

—Nada con importancia. Es que estaba en la biblioteca y he encontrado un libro que tiene mucho que ver con sus funciones, pero no sé cuál es el lugar correcto —Class se rascó la cabeza. Esperaba que esa mentira funcionase para no tener que llamar la atención arrastrándola.

—Ya veo, con gusto le ayudo —Annuncia casi nunca pensaba mal de los demás. No había razón, sin embargo, a veces sentía que el aire le comunicaba cosas. Pero casi siempre las ignoraba.

Cuando llegó a la biblioteca y Class la guio a un semisótano, la alerta empezó a subir a su cabeza.

—Creo que se ha equivocado —intentó alejarse de él, pero fue demasiado tarde.

—Hueles a pecado Annuncia —Class se aferró a su brazo izquierdo. Las uñas de él se estaban adentrando en su piel haciendo que sintiera escozor.

—Me lastima —Annuncia intentó no poner resistencia. La traición de Class y la mirada vacía de Tzerach pesaban más que cualquier grillete. Ella sabía que Class era considerado casi un amigo para Enediel y Ardesiel, él conocía sus secretos.

La ataron, la hirieron, y aun así no lloró. Solo pensaba en Enediel. En si él estuviese bien. Él le había contado del plan que tenían. No estaba segura de que si lo recordase cuando todo terminara. Sabía el poder que guardaba el libro. Los demonios con sed no podían invocarlo, pero los que eran como ella… el libro los llamaba. Ella escucho su nombre de entre las lenguas muertas.




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