La Maldición de los Kaltenbrück

14- Lo que se supone es una noche de bodas

No obstante, la condesa de Eltz cada noche se veía más pálida y delgada, no perdía la elegancia y arrogancia, a excepción de ese día en su habitación. Su alma se estaba yendo de su cuerpo. De vez en cuando Sorcha la iba a visitar, esperando que volviera hablar de algún hecho que le revelase las respuestas que buscaba a la gran incógnita. Nikolaus y sus rarezas.

Sin embargo, la condesa viuda parecía inmersa en sus cavilaciones. Justa razón para celebrar la boda de prisa.

Cuando las personas van a morir, hay un olor. Siempre hay un olor. Eso creía Sorcha, aunque bien sabía que, hasta ahora, la única muerte que había presenciado fue la muerte de su madre cuando la dio a luz. Del cual ni siquiera era consciente por ser un bebé. El castillo se lo dijo, una muerte estaba próxima entre los moradores. Y el hecho de que el sacerdote al ver a Sorcha le lanzará agua bendita al rostro, dejaba a todos los presentes en estupor.

Nikolaus no hizo más que verlo de manera amenazante, pero eso ni siquiera importaba. Sorcha quería enamorarse o al menos intentar estarlo. Había leído que para consumar el matrimonio sus cuerpos debían unirse, conjeturar las imágenes la azoraban un poco. Pensar en todo lo que ocultaba Nikolaus bajo ese montón de ropa la ruborizaba. Se reprendía por ser tan puritana. Y es que estar encerrada en esos muros que parecían no perder de vista sus acciones, la tenían nerviosa.

En el despacho de Nikolaus se percibía una atmosfera de tensión e incertidumbre. ¿Qué haría la noche de bodas? No la podía acariciar mucho menos besar. Evaluar las opciones lo estaban dejando con la cabeza en una encrucijada. Ella pensaría que no la querría tocar. Aunque después de la escena en la habitación de su tía, estaba empezando a creer que al igual que él, Sorcha también ansiaba sentir su piel.

Ningún hombre pondría resistencia a semejante nixe. Con una tez pura como el viento. Con el cabello suave y traslucido. O al menos esas eran las ideas que tenía de ella. La semana había transcurrido de lo más anormal. Empezando con su tía tosiendo, como si se ahogara con su propia saliva. Y, el cura, que no perdió oportunidad para recalcarle que su prometida era una bruja. Pobre hombre. No sabía qué el más maldito estaba justo sobre sus narices.

Unas horas antes de la boda llamó a su mano derecha, el señor Manfred.

—¿Has encontrado la tela que te pedí? —Nikolaus tenía una idea para poder sentir de alguna forma a Sorcha.

—Aquí está —Manfred le dio la manta de seda blanco rosa.

—¿Y esto les funcionó realmente a mis padres? —la pregunta de Nikolaus ruborizó al mayordomo.

—Según tengo entendido, si milord —su respuesta lo convenció. No sabía cómo usaría la manta de seda, pero besaría a esa mujer de alguna forma.

***

Nikolaus veía, como su futura esposa lucía un hermoso vestido blanco con un velo que cubría su rostro. Toda ella se mostraba como un ángel. Con su cabello de color blanco, atado por los lados con unas pequeñas horquillas, caían sobre sus hombros.

El eco de la tos de su tía resonaba en los pasillos cuando Sorcha caminó hacia el altar improvisado. La boda, acelerada por la enfermedad, parecía más un funeral con flores que una celebración.

A pesar de todo, sintió su aroma al pararse a su lado y no pudo evitar inhalar profundo. Nunca se arrepentiría de unir su vida a la de ella, así fuera lo último que hiciera.

Con el corazón desbocado, se miraron con una intensidad casi insoportable. Con sus iris deseando adentrarse en la mente del otro.

El cura los casó ante todos los presentes. Ambos suspiraron entrecortadamente acercando peligrosamente sus rostros. Por un instante, ambos parecieron olvidar las consecuencias que pendían sobre ellos como una sentencia acusatoria. Nikolaus parpadeo más de la cuenta, como diciéndose que debía reaccionar. Con una gran fuerza de voluntad se alejó de ella.

Sorcha sintió ese rechazo más latente que en otras ocasiones, después de lo ocurrido creía que si había posibilidad de que se besasen. Quizá por el hilo que los estaba uniendo cada día más o por la forma en la que la había visto cuando levantó el velo de su cara. Su gesto le dijo que quería besarla en ese momento. Pero ella lo había deseado y lo reflejaba en las acciones de él.

Caminaron alejados el uno del otro sin rosarse ni un momento. ¿Por qué alejarse tanto de ella? ¿Tan grande es su repulsión por ella? Aunque contemple algo diferente en sus ojos al final siempre impide que sus cuerpos se entrelacen.

No bailaron, solo comieron. No había ningún invitado ajeno al castillo. Los únicos presentes era su tía, su hermana, Anselm y los del servicio, estos últimos los únicos que parecían divertirse. Aunque Sorcha, en lo que llevaba de vida no bailo ni una vez, ella esperaba que al menos el día de su boda fuera diferente. Envidiar como Ailsa bailaba con Anselm no se sentía correcto. Era consciente de que su hermana tenía más normalidad de la que ella nunca podría tener.

Llegado el momento, Sorcha estaba en la habitación, vestida con un camisón de encaje blanco, demasiado fino para el frío que se filtraba por los ventanales semiabiertos. Las velas titilaban como si compartieran el nerviosismo con la dueña de la habitación. Ni el olor a jazmín la lograba tranquilizar, ni las palabras que se decía, incitándose a disfrutar de lo que sea que pasara. Tomó aire incontables veces. Con cada respiración se recordaba que todo estaría bien. Sorcha no había tenido una madre que le explicase como sería la noche de bodas. Leerlo no supondría lo mismo.




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