La Maldición de los Kaltenbrück

15- La muerte y el eterno duelo

Su respiración presentaba dificultades para controlarla. Nikolaus, veía como con cada palada de tierra, se iba uno más. Ahora su única familia era Sorcha. Desde la muerte de su madre, su vida se volvió una lucha contra su maldición. Su padre, culpándose de la muerte de su esposa, dejó de estar lucido. El dolor se apodero de su alma hasta que sucumbió a sus pies.

Nikolaus clavó la mirada en la tierra fresca, como si pudiera devolverla a la vida con sólo desearlo.

El día parecía lleno de vida. El sol alumbraba fuertemente sobre sus cabezas. Las flores alrededor del cementerio hacían que, luciera más alegre de lo que en realidad supondría estar ahí. Los arboles brillaban, pero su corazón se quebraba de latido a latido.

Los presentes se retiraron uno a uno. No hubo ni una palmada en su hombro o alguien que le dijera que todo estaría bien. Las personas conscientes de que entre la condesa viuda y él no había mucho sentimentalismo, se marcharon sin muchas palabras. Probablemente murmurando que nunca la aprecio o que nunca la cuido.

Ahora su búsqueda por descifrar la razón del por qué Sorcha lo salvaría era más necesaria. Dejar de pensar en el deseo que sintiese por ella y centrarse en revertir la maldición. Pero porque el nunca moría, se dijo en más de una ocasión.

—Ya estaba algo viejita —las palabras de Ailsa le sentaron mal.

—Cállate, cómo puedes decir eso de un muerto —le recriminó Sorcha.

—Es verdad. No ha sido su culpa que ella muriera. Nikolaus se ve como si se culpara por ello.

—Ella siempre es así, impulsiva y no piensa en los demás —que Sorcha intentará justificar a su hermana no ayudaba en nada.

—Sí, siempre pienso en ti y en mí, eso es lo que hacen los hermanos —arremetió Ailsa, alejándose de ellos.

Los únicos que quedaron en el cementerio familiar era Nikolaus y Sorcha. Por varios minutos no dijeron nada. Sorcha esperaba alentarlo al menos con su presencia. Intentar acercarse más podría alertarlo como siempre sucedía. Pero no fue el caso. Nadie podía sacarlo de su vacilación entre porqué vivir y porqué matar.

—¿Puedo ayudarte de alguna manera? —aun así, Sorcha lo intentó.

—Dejándome solo —Sorcha no renegó, simplemente se marchó. Ella pensaba que el dolor estaba cegando sus sentimientos. Decidió dejarlo solo porque en ocasiones la soledad es la que más nos entiende. Creyó que dejarlo solo era un acto de misericordia. Sin saber que, al hacerlo, algo más comenzaba a moverse por los pasillos del castillo.

***

En otra esquina del castillo.

—¿Cómo le diremos al señor Nikolaus qué ella debe morir?

—Está loco, en estos momentos no se puede. Ella aún no lo ama. Difícilmente se entregará solo así.

—Falta muy poco para la luna del treinta y uno de octubre —el señor se tronaba los nudillos incesantemente. Ese pequeño acto desesperaba al joven.

—El libro ¿dónde lo tiene? Quizá un viaje o una visita con una bruja sea lo adecuado para que caiga en sus manos.

—El señor Nikolaus no es muy proclive a la hechicería milord.

—Tener una maldición desde ya incrimina la hechicería. —Anselm sabía que para que todo fuese según el plan, lo segundo que debía tener en sus manos era el libro.

—Lo intentaré.

Anselm buscaba que Nikolaus recordará su verdadero ser. Que los tres hayan terminado como unos viles humanos malditos, era consecuencia del deseo que ellos no se podían permitir. El tiempo se les acababa. Volver a reencarnar no estaba en sus planes.




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