La tensión en la habitación no era solo emocional; era física, casi palpable. Sorcha lo sintió primero: un zumbido tenue, como electricidad atrapada entre las paredes. Nikolaus lo sintió después: ese tirón interno que siempre anunciaba peligro.
Porque cuando ella se acercaba demasiado, algo en él se activaba, como un mecanismo que jamás debía despertar. Algo que tenía que controlar a cualquier costo.
Él levantó una mano, no para tocarla, sino para suplicarle que no diera otro paso.
—Sorcha… no te acerques más —su voz era apenas un hilo.
—Solo quiero que me digas la verdad —insistió ella—. ¿Por qué me rechazas? ¿Qué te pasa cuando estoy cerca?
Nikolaus respiró hondo, pero el aire entró de forma irregular, como si doliera.
—Es… como si absorbiera energía —susurró—. Como si tu presencia me empujara a un estado que no puedo sostener.
Sorcha frunció el ceño, desconcertada.
—¿Qué significa eso?
Los ojos de Nikolaus se oscurecieron, pero esta vez no por ira, sino por miedo real.
—Cuando algo recibe más energía de la que puede manejar… se vuelve inestable. Peligroso.
—Nikolaus…
—Y yo soy eso. Una inestabilidad con forma humana —apretó los puños, los nudillos blancos—. Cuando alguien me toca… aunque sea un simple roce… esa inestabilidad se dispara.
—¿Qué pasa entonces?
—Se rompe —respondió en un susurro.
Sorcha dio un paso involuntario, casi sin darse cuenta. No por miedo, sino porque no entendía. Decidida, avanzó hacia él.
Él retrocedió de inmediato, como si su cuerpo reaccionara por instinto.
—No —la voz de Nikolaus se quebró—. No entiendes. Si me tocas… mueres.
Sorcha sintió el golpe de la declaración como un latigazo en el pecho.
—¿Moriría… por tocarte?
—En el instante —susurró él—. Sin gritos. Sin aviso. Como si tu existencia simplemente se apagara. Yo… absorbo todo. Todo lo que eres. Tu energía, tu calor, tu vida. Después de todo este tiempo… he llegado a esa conclusión. Un ejemplo claro de ello es lo que sucedió en el canal.
Respiró temblando, luchando por controlar algo que siempre se le escapaba.
—Por eso no puedo tenerte cerca —sus ojos destellaron una angustia profunda—. Porque tu presencia me altera… no como hombre, sino como reacción. Y si doy un paso más así… te destruiría.
Sorcha sintió las lágrimas arderle en los ojos.
—Entonces… me deseas y me temes.
—Te deseo más que a nada —admitió él, con dolor—. Pero tocarte sería matarte. Y si te mato… yo también muero.
Sorcha tragó saliva.
—¿Y si aprendemos a controlar ese… estado?
Nikolaus negó, devastado.
—Las cosas que se vuelven inestables no se estabilizan por amor, Sorcha. Solo reaccionan… o destruyen lo que tocan.
Un silencio helado cayó entre ambos.
Sorcha dio otro paso. Un paso pequeño, pero suficiente para que el aire entre ellos vibrara como un alambre tenso.
Nikolaus casi gritó:
—¡No te acerques!
Sorcha lo comprendió entonces: Nikolaus no la alejaba por rechazo. La alejaba porque cada centímetro entre ellos era una línea entre la vida y la muerte. Y esa línea acababa de volverse peligrosamente delgada.
—¿Acabas de decir que me amas? ¿Es eso posible?
—Yo…
—Nunca nadie me ha amado. Todos huyen o me cazan. Me desprecian por mis orígenes o por cómo me veo… pero tú dices que me amas, ¿no es así?
Nikolaus tragó con dificultad.
—He buscado la forma de mejorar, de ser… normal contigo. De poder tomarte las manos y acariciar tu rostro. De que al menos podamos convivir en el mismo espacio.
Sorcha dio un paso más, apenas un suspiro de distancia entre ambos.
—No me importa lo que seas —dijo, con la voz temblorosa pero firme—. No voy a alejarme.
Nikolaus cerró los ojos, destrozado. Sorcha tan diminuta y distante en esa habitación que era más una prisión unida a la de ella. Lo sofocaba.
—Entonces yo tendré que hacerlo por los dos.
Y retrocedió a la oscuridad de la habitación, como si solo allí pudiera evitar destruirla.
Alejarse de ella era lo más prudente, tenía que serlo.
Aun así, la declaración de amor que tanto había esperado no le trajo alivio. No sabía qué venía después de que ella lo amara. Creía que no sería mutuo, que él no sería capaz de sentir lo mismo. Pero ahora no solo su mente la buscaba: también lo hacía el retumbar desesperado de su corazón.
Buscó rápidamente a Anselm para continuar con su plan y llegar a la carpa de la bruja de la feria ambulante. Era la única esperanza que le quedaba.
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Editado: 28.11.2025