La Maldición de los Kaltenbrück

18- Entre las mil razones para no tenernos

Sorcha y Nikolaus no habían hablado después de esa revelación. En parte Sorcha sí creía las palabras de Nikolaus, más por lo que había ocurrido tiempo atrás en el Canal de la Mancha. Pero si solo era una excusa para alejarla.

Sorcha que no estaba segura de nada, quería seguirlo, pero ir sola no parecía la opción más lógica. Que Ailsa se uniera a ella para vigilarlo era sensato.

—¿Por qué me miras así? Me da un escalofrío cuando lo haces —sí, debía llevarse a Ailsa.

—Ya que tanto te gusta meterte donde nadie te ha llamado, te propongo algo —Sorcha sabía que Ailsa no se negaría.

—Si es salir de este castillo, con gusto hermanita.

—Exacto, eso es. Solo que, —bajó un poco más la voz—. Seguiremos a Nikolaus —las carcajadas de Ailsa no se hicieron esperar.

—No te creía celosa, pero ya veo que él saca lo peor de ti.

—No te confundas, es solo que… ¿No te parece extraño que casi todos los días se ausenten? Creí que te gustaba Anselm, pero ya veo que lo que hace te tiene sin cuidado.

Como Sorcha temía, Ailsa no podía alejar de su vista a Anselm. Si le gustaba estaba bien, siempre y cuando las cosas no acabasen mal.

—Te equivocas, él solo es mi amigo —la duda se reflejaba como un espejo en Ailsa. Ambas estaban temiendo que les gustase esas dos personas que parecían incapaces de querer.

Seguirlos se les estaba dificultando más de lo esperado. Ailsa y Sorcha iban juntas en el mismo caballo. El martirio del pobre animal de llevarlas juntas estaba tocando el corazón de ambas hermanas. No se esperaban que caminasen tanto y, por si fuera poco, que fueran rápido.

Llevaban tres horas de camino. Ya los habían perdido de vista y no tenían idea de dónde estaban, ni a dónde se dirigían ellos. Se detuvieron en un puente de piedra que se arqueaba sobre un río de aguas negras.

Sorcha no supo si, el cansancio o el peso de algo más era lo que le dificultaba avanzar. Lo mejor para ambas sería dejar descansar al caballo. Ellas también necesitaban estirar las piernas.

—Que odioso son los hombres. Cómo pueden ir volando en esos caballos —Ailsa sin ninguna pizca de decoro se recostó sobre un tronco—. Este árbol ha sido talado para que pudiera descansar.

—¿Estás justificando la tala de árboles, acaso?

—Carezco de las ganas para escucharte hablar de lo bueno o malo que puede ser esto. Relájate Sorch.

Ninguna dijo más nada. Se sentían cansadas y sin ánimos de continuar. Sorcha ya no se sentía tan insegura por su físico. Era como si en ese otro Reino, las cosas fueran más aceptables. Las pocas personas que se habían encontrado en el camino saludaban sin reparar en sus apariencias. Al menos el día de hoy, ambas llevaban corsé. Cosa que ya no hacían desde hacía un buen tiempo.

—Creo que ya los perdimos —Sorcha quería regresar al castillo. La determinación ya no habitaba en ninguna de sus células.

—Si ya avanzamos más de tres horas, deberíamos seguir —Ailsa le carcomía la curiosidad. Que Anselm siguiera a Nikolaus a todos lados la desquiciaba.

—Estoy empezando a creer que no los encontraremos.

—¡Vamos Sorch! Podemos preguntar a los aldeanos que veamos caminando. No creo que haya muchos lores andando a caballo.

Llegando a un pueblo Sorcha se cubrió con su plaid. No quería tentar a la suerte. Los ruidos y personas andando de un lado a otro, les impedía ver más allá.

Cuando se adentraron al pueblo, casi al terminar de cruzarlo, divisaron una feria. Ninguna de las dos había ido a una. La señora Vilham les hablaba de esas cosas y siempre suplicaban que siguiera.

—Dios nos ha enviado a conocer —murmuró Ailsa con un saltito de alegría—. Las monedas que le robe a mi madre al fin me servirán.

—Eso no está bien.

—Deja de ser tan mojigata Sorch, disfruta.

Había personas vestidas de forma extravagante. Lucían piedras brillantes y de colores, algunos mostraban partes de su piel que no pensaba que se podría. Entre los hombres y mujeres de los distintos puestos, veía que ambos se maquillaban igual. Las risas, los gritos y el traqueteo, le causaban un incesante revoloteo en su pecho. Como si ya lo había vivido alguna vez.

—El olor a madera es potente y la paja ¿ya viste la paja?

—También teníamos paja en casa, Ailsa.

—Sí lo sé. Hay mucho lodo, demasiado ¿ya viste nuestras botas?

Sorcha veía a Ailsa con nerviosismo y una mezcla de alegría, quizá ella si camino entre charcos y piedras rocosas, pero Ailsa no conseguía salir ni al bosque.

—Haz figuras de lodo, ahora tienes la oportunidad —bromeó Sorcha.

—¿Se puede hacer eso? —la mirada vidriosa de Ailsa la conmovió.

—Mira, andan niños corriendo descalzos.

—Dios, es verdad —Sorcha no podía seguirle el ritmo a Ailsa, pero la entendía, ella se sentía igual.

Todo era tan espontaneo y ligero. Las personas con ropa de lana gruesa y ellas con sus abrigos largos, eran como un lunar entre la piel. Resaltaban y aun así todos parecían admirar más a los músicos y a las doncellas que bailaban que a ellas mismas.




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