La Maldición de los Kaltenbrück

21- ¿Un castigo por amar o por desobediencia?

De las reglas tanto escritas como no escritas, una encabezaba la lista. “No dañaras ni tocaras a un ser humano”. Enediel daño y Ardesiel tocó, ambos fueron expulsados. Condenados a vivir como humanos y reencarnar hasta que hayan recapacitado y vuelvan a ser los moradores de las mansiones.

Enediel reencarnó tres veces, habiendo olvidado su pasado. Pero en su cuarta vida, su propia maldición le impediría estar cerca del ser al que amo. Los dos pasos que debieron seguir serían obligatorios sino quería que ella muriese en sus manos.

Todo parecía un juego, Enediel reencarnaría en los últimos descendientes de los Kaltenbrück. Ya no sería Enediel, morador de la segunda mansión lunar, sino Graf Nikolaus von Kaltenbrück. Esa era su última oportunidad para volver a pertenecer dentro de las veintiocho mansiones. Su mansión lo esperaba, dormía anhelando el regreso de su morador.

Pero Ardesiel, recordaba la historia que no le pertenecía. Creía que buscar el libro para burlar a Dios era la razón de su castigo. Olvidó por decisión propia a la mujer que amo a la que estremeció con cada roce. El motivo de su búsqueda por el libro. Ese de convertirse en humano. Y cuando finalmente lo fue, no vio los ojos de la mujer que amó en ninguna humana. Vagó con el peso de lo que fue, pero no con el recuerdo de lo que amó.

Dios no se inmiscuye en luchas de poder y egoísmos. Lo único que hizo fue desterrar a Class y a Tzerach, ambos nunca volverían a pisar una mansión lunar, se convertirían en humanos y en la tierra pagarían por los hechos causados. No olvidaran jamás. Sufrirán las consecuencias hasta que sus almas se evaporen.

Class no se dejaría vencer. Buscaría a los demonios pecadores y se apoderaría del libro de los veintiocho sellos lunares. La anciana Tzerach con hechicería los encontraría en la ventana del alma. Solo un destello en los ojos de Annuncia le bastaba para saber que Sabine también estaría con ella.

Y aunque el tiempo disfraza a los caídos de mortales, las almas rotas siempre se reconocen entre sí. Una mirada bastará. Una chispa. Un recuerdo dormido. Y todo comenzaría de nuevo.

En 1836, ninguno de ellos sabía quiénes eran. Pero el mundo sí. El libro volvía a respirar. Y los Kaltenbrück, como presas del destino, ya habían empezado a romper las reglas otra vez. Porque cuando la historia se repite, lo hace más cruelmente.

La venganza… el deseo y el amor probablemente serían el castigo de todos los involucrados. Lo que una vez fueron volvería a renacer. Lo olvidado recobraría fuerza y los desterrados emergerían hacía la luz.




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