El vínculo con la manada
Elena caminaba en silencio al lado de Alaric mientras se adentraban más y más en el bosque. Aunque había recorrido esos senderos toda su vida, nunca los había sentido tan ajenos, tan llenos de misterio y peligro. El aire olía a tierra húmeda y a hojas que crujían bajo sus pies. Sin embargo, también había algo más, un olor que apenas podía identificar: una mezcla de piel, sudor y algo primitivo, como si las sombras que los rodeaban estuvieran vivas, observándolas.
A medida que avanzaban, el silencio entre ellos crecía, denso y cargado de significados no dichos. Alaric, que siempre había parecido imponente y seguro, ahora tenía una sombra de preocupación en su rostro. Sus pasos, normalmente firmes, eran cautelosos. La joven no podía evitar notar cómo sus hombros tensos y su mirada constantemente alerta traicionaban algo más profundo. Parecía que ni siquiera él, el alfa del clan, estaba completamente seguro de lo que podría pasar cuando llegaran al corazón de la manada.
—Están nerviosos —comentó él al romper el silencio de repente. Ella lo miró, esperando que continuara—. Algunos creen que eres nuestra salvación. Otros piensan que eres una amenaza.
Elena tragó saliva. Sabía que su presencia entre los licántropos no sería fácil de aceptar, pero no había anticipado que fuera tan divisiva. Se sintió pequeña, frágil, como una pieza fuera de lugar en un tablero que apenas comenzaba a comprender.
—¿Y tú? —preguntó con suavidad—. ¿Qué piensas tú?
Alaric giró el rostro hacia ella con su mirada intensa y sincera.
—No lo sé —admitió en voz baja—. Mi instinto me dice que confíe en ti, pero también sé lo que está en juego. Mi manada depende de esta decisión, y no puedo permitirme el lujo de cometer errores.
La muchacha asintió al comprender el peso que él llevaba sobre los hombros. No era solo una cuestión de confianza, era su liderazgo y la supervivencia de su gente lo que estaba en juego. Y ahora, ella se encontraba en medio de todo.
Llegaron a un claro del bosque. La luna llena iluminaba el lugar, derramando su luz plateada sobre un conjunto de cabañas rústicas que parecían crecer del propio suelo. Los árboles formaban un círculo natural alrededor de la aldea, como si fueran sus guardianes. A pesar de la tranquilidad aparente, la joven sentía la mirada de muchos ojos sobre ella, ocultos en las sombras.
El primer licántropo que se acercó a ellos era una mujer alta, con una melena de cabello oscuro y ojos dorados que brillaban con una intensidad animal. Sus movimientos eran elegantes, mas había una dureza en su expresión que no pasaba desapercibida.
—Alaric —saludó la mujer con una inclinación apenas perceptible de su cabeza—. Así que esta es la humana que tanto revuelo ha causado.
La chica sintió la frialdad en la voz de la fémina y se tensó. Estaba claro que no todos la recibían con los brazos abiertos.
—Su nombre es Elena —respondió Alaric con voz firme y calmada—. Y no es solo una humana. Es descendiente de la línea que puede liberarnos de la maldición.
La mujer, a quien el chico había llamado Isabeau, la examinó de arriba abajo con una mirada crítica. Luego se cruzó de brazos, como si no estuviera del todo convencida.
—Veremos si es verdad —respondió—. Mucho se ha dicho sobre el linaje y, sin embargo, hasta ahora no hemos visto ningún resultado. No necesitamos falsas esperanzas.
Elena sintió una punzada de incomodidad, pero mantuvo la cabeza alta. No sabía cómo responder a la mujer. Aunque las palabras de ella la herían, no podía culparla por su escepticismo. Apenas comenzaba a entender lo que se esperaba de ella y, honestamente, no estaba segura de estar a la altura.
Alaric guio a Elena hacia el centro de la aldea. A medida que avanzaban, más miembros del clan salían de las sombras. Algunos la observaban con curiosidad, otros con desconfianza y algunos pocos con algo que parecía esperanza. Entre ellos, notó a un anciano, con cabello blanco y ojos cansados, que se apoyaba en un bastón de madera retorcida. El chico se detuvo frente a él y los presentó:
—Este es Elias. Es el sabio de nuestro clan, uno de los pocos que ha estado aquí desde el inicio de la maldición.
Elias la miró con una mezcla de sabiduría y tristeza.
—Así que finalmente te tenemos aquí —dijo con voz ronca por los años—. La sangre de tu madre corre por tus venas, eso es innegable. Pero debo advertirte, niña, que la sangre por sí sola no rompe maldiciones. Deberás demostrar que eres digna del poder que se te ha legado.
La muchacha tragó saliva, sintiendo la presión en cada palabra del anciano. Sabía que esto no sería fácil, pero cada nuevo encuentro con los licántropos hacía que la tarea que se cernía sobre ella pareciera más imposible.
—No vengo con promesas vacías —respondió ella, encontrando algo de valor en su interior—. No sé si puedo romper la maldición, aunque haré lo que esté en mi mano para ayudar.
El anciano asintió lentamente, como si evaluara cada palabra que ella decía. Luego, dio media vuelta y se alejó para dejar a la joven con más preguntas que respuestas.
Cuando la reunión en la aldea se disolvió, Alaric la condujo a una pequeña cabaña al borde del claro.