La maldición de los lobos

Capítulo 5

La tentación de la bestia

Elena despertó en la cabaña al borde del claro, jadeante, con el corazón desbocado. Había soñado otra vez, aunque esta vez no eran solo lobos corriendo a través de la espesura oscura, ni la luna brillando sobre sus cabezas. En esta ocasión, ella misma había corrido entre los árboles, sintiendo el aire frío golpeando su piel, sus piernas poderosas que la impulsaban hacia adelante. Pero lo más extraño de todo era la fuerza que recorría su cuerpo, una energía que la hacía sentir viva, salvaje… y hambrienta. No solo de comida, sino de algo mucho más profundo y primitivo.

Se sentó en el borde de la cama, con la cabeza entre las manos, intentando calmarse. Las sábanas estaban empapadas de sudor y su cuerpo entero temblaba. La sensación de estar al borde de algo peligroso no la abandonaba.

«¿Qué me está pasando?», murmuró, incapaz de encontrar respuesta.

Las palabras del anciano la noche anterior resonaban en su mente: «la sangre por sí sola no rompe maldiciones». Era un recordatorio de que, aunque poseía el poder en su linaje, también tenía que enfrentarse a las consecuencias. Su herencia no era solo una llave para liberar al clan, sino una fuerza que ya comenzaba a despertar dentro de ella. Un lado oscuro que no entendía.

No tuvo mucho tiempo para reflexionar. Fuera de la cabaña, escuchó un suave golpe en la puerta. Era Alaric.

—Elena —dijo en un tono calmado y firme—. necesitamos hablar. Sé que sientes el cambio.

Abrió la puerta y allí estaba él, imponente como siempre. No obstante, había algo más en su mirada, un brillo que no había visto antes. Una mezcla de preocupación y… ¿expectativa? La tensión entre ellos era palpable, como un hilo fino que podría romperse con el más mínimo toque.

—¿Cómo lo sabes? —inquirió ella, intentando mantener su voz firme, aunque por dentro estaba hecha un caos.

El joven la observó en silencio durante unos segundos. Su mirada era intensa y estaba fija en la de ella, como si pudiera ver más allá de sus palabras, más allá de su propia piel.

—Lo sé porque es lo que ocurre en todos nosotros al principio —respondió finalmente con la respiración algo agitada—. Empiezas a sentir el llamado. La sangre de lobo en tu interior se mueve. No puedes ignorarlo. Es más fuerte con cada luna llena que pasa.

Elena dio un paso atrás, asustada. El llamado. Lo había escuchado en sueños, pero ahora lo sentía latente en sus venas, como si algo estuviera luchando por salir.

—¿Voy a… transformarme? —preguntó con la voz temblorosa.

—No completamente —respondió él al avanzar un paso hacia ella y llenando el pequeño espacio con su presencia—. Todavía no. Aunque experimentarás la tentación. Los primeros signos de tu naturaleza licántropa. No es fácil controlarlo, Elena, pero yo estaré aquí para ayudarte.

El tono de su voz, tan bajo y cargado de una promesa implícita, la estremeció. Sabía que debía temerle, que la parte de ella que aún era humana debía retroceder ante la idea de perder el control. Sin embargo, en lugar de eso, se sintió atraída hacia él. La cercanía de Alaric, su olor a bosque y a tierra, y la intensidad de su mirada, encendían algo en su interior que no tenía nada que ver con el miedo.

—No quiero perderme —murmuró ella y mientras lo decía no podía apartar los ojos de los de él.

—No te perderás —prometió al levantar su mano y la femenina, un contacto breve que encendió un fuego abrasador en su piel—. No será fácil resistirlo.

Su toque era cálido y, a la vez, había algo en él que la hacía sentir como si el calor viniera de lo más profundo de su propia alma. Era un calor que no solo era físico, sino emocional. Y lo más peligroso de todo era que él parecía sentir lo mismo. Sus ojos la escaneaban, como si estuviera librando una batalla interna por mantenerse distante, por no dejarse llevar por lo que ambos sabían que crecía entre ellos.

Elena lo miró. Sus corazones latían al unísono. Sintió cómo sus sentidos se agudizaban. El sonido del viento entre los árboles, el crujido de las hojas bajo los pies de algún animal lejano, el latido del corazón del hombre… todo estaba amplificado. Y en medio de ese caos de sensaciones, algo más emergía: un deseo tan profundo, tan primitivo, que le robaba el aliento.

El lado licántropo dentro de ella estaba despertando y, con él, los deseos más oscuros.

—Es el lobo en ti —susurró Alaric, como si leyera sus pensamientos—. Te hará desear cosas… cosas que no esperabas.

La chica sintió un tirón en su pecho, una fuerza que la empujaba hacia él. Su cuerpo quería más. Quería sentir, tocar, explorar. Y él estaba tan cerca, tan dispuesto, a pesar de la lucha interna que claramente también libraba. Sus rostros estaban a solo centímetros de distancia, y ambos sabían que si cruzaban esa línea, no habría vuelta atrás.

—No podemos hacer esto —murmuró él con la voz quebrada por la tensión—. Si nos dejamos llevar, el vínculo entre nosotros será más fuerte. Y no podemos permitirlo. No ahora.

Ella asintió, pero sus cuerpos continuaban conectados por esa energía innegable, esa atracción que iba más allá de lo físico. Algo en el aire los unía y el control parecía escaparse entre sus dedos.

De repente, sintió una punzada de dolor. Un ardor que recorrió su columna vertebral como fuego. Gritó y se desplomó al suelo. Alaric la atrapó antes de que cayera completamente mientras la sostenía con una mezcla de preocupación y determinación.



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Editado: 21.04.2025

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