Los enemigos dentro del clan
El aire estaba tenso en el campamento del clan, cargado con el peso de secretos no dichos y emociones contenidas. Elena lo sintió en cuanto puso un pie en el corazón de la manada esa mañana. Las miradas furtivas de algunos de los miembros, los susurros apenas disimulados y la fría distancia que ahora sentía de parte de algunos licántropos. Algo había cambiado y lo percibía en cada interacción. El vínculo que empezaba a formarse entre ella y Alaric no solo estaba afectándolos a ellos, sino que había encendido una chispa en la política interna del clan.
Mientras caminaba por el asentamiento, buscando al chico para continuar con su entrenamiento, no podía evitar sentir la incomodidad creciendo a su alrededor. Lo había notado en los últimos días: el creciente descontento en las sombras, el rechazo de algunos que la consideraban una intrusa y, ahora, la hostilidad abierta de aquellos que veían su presencia como una amenaza.
Cuando llegó a la cabaña de Alaric, lo encontró en plena conversación con otro hombre. Alto, musculoso y con una expresión severa en su rostro, el licántropo la miró con ojos entrecerrados. Sus rasgos estaban endurecidos, como si la simple presencia de ella lo disgustara. Alaric, por su parte, se volvió hacia ella con sus ojos oscuros reflejando una mezcla de preocupación y frustración.
—Elena, este es Darius —la presentó a regañadientes—. Mi beta.
La aludida sintió de inmediato la tensión que irradiaba Darius, como si su mera existencia hubiera sido la razón de su malestar. A pesar de la formalidad en las palabras del alfa, el aire entre ambos hombres era denso, como si una discusión acalorada acabara de ser interrumpida.
—Así que tú eres la chica de la que todos hablan —dijo Darius con desdén—. La que se supone que traerá la salvación.
Sus palabras estaban llenas de sarcasmo y sus ojos la recorrían como si no pudiera entender por qué alguien como ella sería clave para el destino del clan.
—Yo no pedí esto —respondió ella con calma, aunque por dentro la actitud de Darius la ponía a la defensiva—. Estoy aquí porque quiero ayudar. Porque… porque también soy parte de esto.
Darius esbozó una sonrisa que no llegó a sus ojos.
—Parte de esto —repitió, con un tono cargado de burla—. No tienes ni idea de lo que significa ser parte de esta manada. Solo porque tienes sangre de lobo, no significa que entiendas lo que está en juego.
Elena apretó los labios al sentir la dureza de sus palabras. Sabía que no sería fácil ser aceptada por todos, pero no esperaba tanta hostilidad tan pronto.
—Darius, eso es suficiente —intervino Alaric con voz firme—. Elena está aquí porque es nuestra única oportunidad de romper la maldición.
—¿Romper la maldición? —el beta soltó una carcajada amarga—. ¿Y qué pasa si romperla significa nuestra destrucción? ¿Qué pasa si su presencia pone en peligro todo por lo que hemos luchado?
Alaric lo miró con dureza y la chica sintió el peso de la autoridad que ejercía sobre su segundo al mando.
—No pondré en riesgo a la manada. Pero debes confiar en mi juicio —aunque incluso la muchacha podía sentir la lucha interna que el chico estaba librando.
Darius dio un paso adelante para acercarse peligrosamente al alfa. Los dos hombres se quedaron frente a frente, como si una antigua rivalidad estuviera a punto de explotar. La diferencia entre ellos era evidente: donde Alaric irradiaba control y liderazgo, Darius emanaba una energía rebelde, como si estuviera dispuesto a cuestionar cada decisión de su alfa.
—Confío en ti, Alaric —dijo Darius con un tono más bajo, pero lleno de advertencia—. No confío en ella. Y no soy el único. Hay otros en la manada que piensan que todo esto es un error. Que traerla aquí… unirla a nosotros, es una sentencia de muerte.
Elena sintió un escalofrío recorrer su espalda. No era solo la desconfianza del beta lo que la preocupaba, sino el hecho de que había otros en la manada que compartían sus temores. ¿Cuántos más estarían en su contra? ¿Y cuán lejos estarían dispuestos a llegar para evitar que ella cumpliera con su destino?
Darius se alejó de Alaric con los ojos fijos aún en la chica con desdén.
—Ten cuidado, Elena —dijo con una sonrisa cruel—. No todos aquí estarán dispuestos a aceptarte. Y si te equivocas, las consecuencias serán fatales… no solo para ti, sino para todos nosotros.
Con esas palabras, se dio la vuelta y desapareció entre los árboles que rodeaban el asentamiento, dejando a la pareja en silencio. Durante varios minutos, ninguno de los dos habló. El sonido del viento entre las hojas era el único ruido que rompía la quietud.
—Él no es tu enemigo —comentó finalmente el alfa mientras la miraba—. Aunque tampoco confía en ti. Darius ha sido mi beta desde hace años y siempre ha sido leal. Pero la lealtad no significa que no cuestione mis decisiones. Y ahora… Ahora, todo está más tenso que nunca.
—¿Cuántos más piensan como él? —quiso saber la chica, incapaz de contener su preocupación.
Alaric bajó la mirada, como si considerara qué decirle.
—Más de los que me gustaría —admitió—. Hay facciones dentro de la manada que creen que la maldición no puede romperse. Que es parte de lo que somos y que cualquier intento de cambiarlo solo traerá caos. Y hay otros… Otros piensan que tú eres la clave para destruirnos, no salvarnos.