La decisión de Elena
La luna llena seguía ascendiendo en el cielo, proyectando sombras sobre el claro donde Elena, Alaric y Darius permanecían inmóviles. El aire estaba cargado de tensión, como si el bosque mismo esperara la decisión que la chica debía tomar. Su mente daba vueltas, atrapada entre las palabras del beta y el conocimiento de lo que significaba para el clan. ¿Podría realmente controlar la maldición en lugar de destruirla? Y, lo más importante, ¿estaba dispuesta a pagar el precio por ese poder?
Alaric estaba a su lado con el cuerpo rígido, listo para cualquier amenaza que Darius pudiera representar. Sabía que él haría todo lo posible por protegerla, pero también entendía que, en ese momento, la responsabilidad de elegir recaía en ella.
—Elena, no tienes que hacerlo —dijo Alaric en voz baja, como si temiera romper el delicado equilibrio que pendía en el aire—. No hay ninguna ley que diga que tú debes ser el sacrificio. Podemos encontrar otra manera.
La chica lo miró. El alfa había comenzado a ocupar un lugar inesperado en su corazón. Había algo ferozmente protector en él y, a lo largo de las semanas, había empezado a ver más allá del lobo imponente. Vio a un hombre que cargaba con el peso de su manada, que se debatía entre lo que debía hacer y lo que realmente quería. Y ahora ella estaba atrapada en esa misma lucha interna.
—No lo sabes —respondió ella en un susurro—. No sabemos si existe otra manera. Y si no lo hay… —se detuvo para buscar consuelo en la mirada de él—. No quiero ser la causa de que todos sigan sufriendo. Si mi sangre puede romper la maldición, entonces…
—No puedes hablar así —la interrumpió Alaric con tono firme, pero con un temblor de desesperación—. No puedo perderte.
La sinceridad en su voz la sorprendió y Elena sintió cómo su corazón se aceleraba. Era la primera vez que él admitía lo que ambos sabían desde hacía tiempo y ninguno había querido reconocer: se estaban enamorando. Sus sentimientos por Alaric habían crecido de manera silenciosa, en cada mirada compartida, en cada toque fugaz. No obstante, ahora, en ese instante, la verdad emergía con fuerza.
Darius los observaba desde la distancia con su sonrisa fría y calculadora aún en sus labios. Había algo en su presencia que ponía a la joven nerviosa. Él tenía sus propios motivos para querer que ella tomara el poder de la maldición en lugar de romperla, y esos motivos no necesariamente coincidían con los suyos o con los del clan.
—La maldición no solo te afecta a ti —habló el beta con voz suave y cargada de malicia—. Afecta a todos. Piensa en las vidas que podrías salvar si decides aceptar tu lugar en este mundo. ¿Realmente quieres dejar que la manada siga sufriendo porque tienes miedo? Sabes lo que debes hacer, Elena. Tu sangre es especial. Es la llave.
Cada una de sus frases era como una cuchilla cortando su resistencia. Tenía razón en cierto sentido: si no actuaba, la maldición continuaría. Pero no podía confiar en él completamente. Darius había demostrado ser ambicioso y su interés por el poder que la maldición representaba era palpable.
—No estoy hablando de miedo —replicó ella al mirarlo fijamente—. Estoy hablando de responsabilidad. Esta decisión no puede tomarse a la ligera, no cuando tantas vidas están en juego.
—Entonces haz lo correcto —contraatacó el beta con un destello de desafío en sus ojos—. Acepta el poder y terminarás con esto. Tienes la oportunidad de convertirte en la salvadora del clan.
Elena sintió miedo y determinación. Miró a Alaric para buscar en su rostro alguna señal que la ayudara a tomar su decisión, pero en sus ojos solo encontró el mismo dilema que ella enfrentaba. Él quería protegerla, mas sabía que, como alfa, debía anteponer a la manada.
—No puedo pedirte que te sacrifiques —le dijo él al romper el silencio—. No quiero que lo hagas. Pero tampoco puedo negar lo que eres. No es justo que te haya arrastrado a este conflicto.
La chica dio un paso hacia él y tomó su mano con firmeza.
—No me arrastraste —murmuró con la voz cargada de emoción—. Esto es parte de mí, siempre lo ha sido. Mi madre intentó romper la maldición y falló. Ahora, parece que todo recae en mí. No quiero huir de esto, pero tampoco sé si puedo hacerlo.
El chico la miró con los ojos brillando de dolor. En ese momento, no era el alfa, el líder imponente de la manada. Era solo un hombre que no quería perder a la mujer que amaba.
—Elena… —susurró al acercarse a ella—. Si decides hacerlo, yo estaré a tu lado. Pero también quiero que sepas que si eliges no hacerlo, buscaré otra manera. No importa lo que pase, no te abandonaré.
La certeza de que él estaría con ella, sin importar la decisión que tomara, la llenaba de una calidez inesperada. Mas también sabía que no podía tomar esta decisión pensando solo en él. Debía pensar en la manada, en la gente que dependía de ella, y en su propio destino.
—No sé si estoy lista para aceptar el poder de la maldición —confesó la joven mirando el suelo—. No sé si soy lo suficientemente fuerte.
Alaric la tomó de los hombros, obligándola a mirarlo a los ojos.
—Eres más fuerte de lo que piensas —dijo con una intensidad que la hizo temblar—. Has demostrado una valentía que muchos en la manada no tienen. Aunque no es solo tu responsabilidad. No debes cargar con esto sola.