La liberación
La primera sensación que invadió a Elena fue el silencio. No el tipo de silencio inquietante que suele preceder a una tormenta, sino uno profundo y apacible, como si el aire mismo hubiera exhalado un suspiro de alivio. Alaric estaba de pie junto a ella, con los ojos clavados en el cielo donde la luna llena brillaba más intensamente que nunca. Por primera vez, en lo que parecía una eternidad, su luz no era una maldición, sino un faro de libertad.
El murmullo entre la manada se intensificó. Los licántropos que los rodeaban empezaban a comprender lo que acababa de suceder. La tensión acumulada durante años, alimentada por el miedo y la maldición que había regido sus vidas, comenzó a desvanecerse. Las cadenas invisibles que los ataban a una existencia de violencia y rabia se rompieron, y con ellas se fue la oscuridad que había nublado sus almas.
Elena lo miró, con el pecho todavía subiendo y bajando pesadamente por el esfuerzo del enfrentamiento con Darius. Los dos compartieron una mirada que decía más de lo que las palabras podrían expresar. Habían sobrevivido, pero la batalla había dejado marcas, visibles e invisibles.
—Lo logramos —dijo ella en un susurro, más para sí misma que para él.
—Sí —respondió el alfa con voz firme y cargada de un cansancio que iba más allá del físico—. La maldición se ha roto.
Alrededor de ellos, los miembros de la manada comenzaban a reunirse. Algunos se arrodillaban en el suelo, agradecidos por el fin de su sufrimiento. Otros se miraban unos a otros, incrédulos, como si no pudieran creer que realmente fueran libres. Pero no todos estaban celebrando. Había silencio y duelo en el aire también. Las pérdidas, tanto físicas como emocionales, habían sido profundas. El precio de la libertad había sido alto.
Elena sentía el peso de lo que habían sacrificado. Habían perdido a algunos de los suyos durante la batalla y, aunque la maldición había sido destruida, sus cicatrices permanecían. No solo en sus cuerpos, sino en sus corazones. Ella misma no estaba segura de cómo seguir adelante. Había venido a esta tierra buscando respuestas sobre su pasado, pero ahora, el destino la había colocado en el centro de una lucha por la supervivencia que nunca imaginó. Y, sin embargo, allí estaba, con Alaric a su lado, habiendo roto las cadenas de una maldición ancestral.
—¿Qué haremos ahora? —preguntó una voz desde la multitud.
El alfa, quien aún estaba procesando todo, dio un paso adelante. Su mirada recorrió a los miembros de su manada, aquellos que habían sobrevivido y los que, por primera vez en mucho tiempo, podían pensar en un futuro más allá de la maldición.
—Viviremos —contestó simplemente—. No sé lo que nos espera, no obstante, por primera vez, podemos elegir nuestro propio destino.
Elena sintió una punzada en el pecho al escuchar esas palabras. “Elegir nuestro destino”. La libertad que ahora poseían era tanto un regalo como una carga. Sin la maldición, sin el ciclo interminable de violencia y sufrimiento que los había definido, ¿quiénes eran? ¿Cómo reconstruirían lo que había sido destruido? Y más importante aún, ¿dónde encajaba ella en todo esto?
El silencio volvió a reinar momentáneamente mientras todos procesaban la magnitud de lo que eso significaba. Alaric había dado su vida, su liderazgo, su fuerza, para liberar a la manada. Y ahora, sin la maldición, la dinámica de poder, las relaciones y el mismo sentido de comunidad que compartían debían redefinirse.
Darius, derrotado y caído, yacía en el suelo, inconsciente pero vivo. Elena no podía evitar sentir una mezcla de compasión y rencor hacia él. Había sido un enemigo, sí, pero también una víctima de la misma maldición. Había permitido que la oscuridad lo consumiera y, aunque sus actos eran imperdonables, ella sabía que él también había sufrido.
—Hay mucho que reconstruir —dijo Alaric con su voz resonando como un faro entre la manada—. No lo haremos solos. Estamos juntos en esto, como lo hemos estado siempre. La maldición ya no nos controla, y debemos aprender a vivir de nuevo, no como bestias, sino como lo que siempre fuimos: una familia.
La chica notó el cambio en su tono. Aunque la responsabilidad aún recaía sobre él, había algo diferente. El alfa ya no cargaba con el peso de la maldición, pero sí con las heridas profundas que esta había dejado en su manada y en él mismo. Y ahora, era su deber guiarlos a través de este nuevo territorio desconocido.
Elena dio un paso adelante para colocarse a su lado. Ella también tenía un papel que desempeñar, aunque aún no comprendiera del todo cuál sería. Había aceptado la responsabilidad de su linaje y había luchado para romper la maldición. Ahora, debía aceptar lo que eso significaba para su futuro, no solo como miembro del clan, sino como alguien en un vínculo más profundo con Alaric.
—Te necesitamos, Elena —dijo el alfa en voz baja, de manera que solo ella lo escuchara—. Esta libertad es tu legado también.
Ella asintió, sin embargo, las dudas aún se agitaban en su interior. ¿Qué significaba ser libre? ¿Qué significaba estar vinculada a él, más allá de lo físico y lo emocional? Sentía que, aunque la maldición había sido rota, una parte de ella seguía atrapada, no por la oscuridad, sino por la incertidumbre.
—¿Estás bien? —le preguntó Alaric al notar su silencio.
—No lo sé —admitió ella—. Esto es… mucho. Nunca pensé que estaría en este lugar, que tendría que tomar decisiones tan importantes. Me siento… perdida.