Bajo la luna libre
El viento fresco de la noche acariciaba la piel de Elena mientras miraba la luna llena, esta vez con una sensación de paz que nunca antes había experimentado. Durante toda su vida, había sentido una extraña mezcla de temor y atracción hacia la luna, como si fuera un faro que la llamaba hacia un destino del que no podía escapar. Pero ahora, la maldición había sido rota. Ya no era esclava de su herencia, ni de las expectativas que otros habían puesto sobre ella. Por primera vez, estaba realmente libre.
A su lado, Alaric estaba igual de silencioso, observando el mismo cielo estrellado que parecía más vasto que nunca. Aunque las batallas físicas habían terminado, ambos sabían que el futuro todavía traería desafíos. La liberación de la maldición era solo el primer paso hacia una nueva vida, una vida sin el miedo constante a la bestia interior que los había dominado por generaciones.
—Es extraño, ¿no? —murmuró Elena para romper el silencio. No necesitaba decir más, ambos compartían ese sentimiento de desorientación, como si estuvieran pisando terreno desconocido.
Alaric asintió lentamente, sin apartar la vista del cielo. La luz de la luna bañaba su rostro, destacando las líneas de cansancio en sus ojos, pero también algo nuevo, una especie de alivio.
—Es como si todo lo que conocía hubiera desaparecido en una sola noche —dijo él—. Y ahora… no sé qué sigue.
Ella comprendía exactamente lo que quería decir. Habían pasado años temiendo la transformación, preparándose para las noches de luna llena con cautela y temor, obligados a vivir en los márgenes de sus propias vidas, siempre atentos a la llamada de la maldición. Y ahora, esa amenaza se había desvanecido, dejándolos a la deriva.
—Supongo que ahora podemos elegir nuestro propio camino —respondió ella, con una pequeña sonrisa en los labios.
—Podemos. Pero elegir un camino es mucho más difícil cuando no tienes uno impuesto —comentó él al mirarla por fin—. Hemos estado tan centrados en sobrevivir, en romper la maldición, que no hemos tenido tiempo de pensar en lo que vendría después.
—¿Y ahora qué? —quiso saber la chica con una mirada seria.
Alaric dio un paso más cerca, con sus ojos oscuros reflejando la luz de la luna.
—Ahora, lo que queramos —su tono no era del todo despreocupado. La libertad venía con sus propios desafíos. Podían forjar un nuevo futuro, pero eso también implicaba enfrentarse a las dudas, los miedos y los peligros que no tardarían en aparecer.
Había una vulnerabilidad palpable entre ellos, una franqueza que hasta ahora no se habían permitido. Sin la amenaza constante de la maldición sobre sus cabezas, quedaban expuestos, con sus emociones a flor de piel. La tensión que había crecido entre ambos no se debía solo al peligro o a la desesperación; era algo más profundo, algo que había estado latente desde el primer día.
Elena lo sabía, lo sentía en cada latido de su corazón. Aunque su relación había comenzado en medio del caos, entre combates y sacrificios, ahora que todo había terminado, el vínculo entre ellos permanecía más fuerte que nunca.
—He estado pensando mucho sobre nosotros —comentó Alaric. Su tono era grave, sin embargo, sus ojos estaban cargados de emociones—. Sobre lo que significamos el uno para el otro.
La chica sintió que su respiración se detenía por un segundo. Sabía lo que él estaba insinuando, pero escuchar esas palabras la hizo sentir una mezcla de emoción y ansiedad. La conexión que compartían era innegable, pero lo que eso implicaba seguía siendo incierto. Con la maldición rota, ya no había nada que los obligara a estar juntos… salvo su propia voluntad.
—Sé que todo ha cambiado —dijo ella con suavidad—. No creo que eso cambie lo que hemos llegado a ser.
Alaric asintió, pero todavía parecía lidiar con un conflicto interno.
—No quiero que sientas que… que esto es algo que te estoy imponiendo. Todo este tiempo, ambos hemos tenido que tomar decisiones difíciles. Y aunque hemos superado tanto juntos, no quiero que te sientas atada a algo que ya no te corresponde.
Elena negó con la cabeza. Había una suavidad en su expresión que no necesitaba palabras. Lo entendía. Sabía que Alaric estaba lidiando con el temor de que, ahora que la maldición se había roto, el vínculo entre ellos pudiera desvanecerse. Pero para ella, la conexión iba más allá de cualquier maldición o destino impuesto.
—No me siento atada a ti por obligación —se acercó a él un poco más—. Si estoy aquí, es porque quiero estarlo. Porque elijo estarlo.
Las palabras parecían aliviar algo dentro de él. Durante un instante, todo lo que los había separado, los miedos, las dudas, la responsabilidad hacia la manada; se desvaneció. Y lo único que quedó fue la verdad simple y cruda de lo que sentían el uno por el otro.
La luna llena, que alguna vez había sido una fuente de temor, ahora brillaba como testigo silencioso de lo que estaban a punto de construir. Ya no los controlaba. Ellos la miraban, ya no con miedo, sino con gratitud.
La joven levantó la mano y tocó el rostro del alfa, un gesto que había querido hacer muchas veces antes y que siempre había reprimido. Esta vez no hubo vacilación. No había una razón para detenerse.
—Ya no hay más maldiciones —habló ella con voz suave y cargada de significado—. Solo nosotros. Y lo que decidamos hacer con lo que sentimos.