Epílogo.
Observaba como las cuatro personas salían del cementerio, por lo que me acerqué hasta la tumba y me senté frente a ella.
—Ironías de la vida que un muerto pueda ver su tumba — dijeron a mi espalda. Al girarme puede comprobar que Alex Smith está haciéndome compañía.
—A estas altura quiero creer que ya nada le sorprende, detective — le dije.
—Solo un par de cosas, entre ellas ver a mis nietos sin que ellos puedan verme — reí de su comentario.
—Te acostumbras.
— ¿Qué hacemos aquí? — Cuestionó — hasta donde tengo entendido, ni tú ni yo somos almas en penas.
Me encogí de hombros, no sabiendo que responderle — Después de tantos años, se me hizo costumbre visitar este lugar, después de todo no podía ir más allá del bosque.
—Sigo sin entender.
—Y sin dejar de ser impaciente — respondí —, en todo el tiempo que estuviste ayudando a mi madre, a Adiutor y a Audrey con todo lo de la maldición hay una sola duda que nunca pudieron responderte, ¿te acuerdas cuál? — le pregunté.
—Ilumíname — fue su respuesta.
—Una vez dijiste que te escogí por tu amabilidad y Audrey te respondió que no había sido yo sino la maldición — comenté viendo fijamente mi tumba.
—Nunca llegué a entender eso.
—Cuando lance la maldición olvidé por completo lo que sucedería una vez me lanzara del balcón de la iglesia — comencé a explicarle —, hice hincapié en lo del varón, sin dar mucha información, solo quería que ellos sufriera lo mismo que yo, me cegué de venganza que olvidé el hecho que sería un alma en pena por la eternidad si lo que dijera no se cumplía, me condené sin pensarlo, ya que los maldije a una vida llena de niñas.
—En ningún momento dijiste que el varón nacería de ellos.
—Lo entendí una vez mi alma abandonó mi cuerpo — dije en un murmullo —. La cosa es que pasé doscientos años buscando a ese varón sin ningún resultado, hasta que lo entendí.
— ¿Qué cosa?
—Inconscientemente me castigué a mí misma al hacer girar la maldición entorno a un hombre que ni siquiera sabía si algún día existía, ¿sabes por qué la maldición te escogió precisamente a ti, Alex?
—Muero por saberlo.
—Magia — murmuré, girando mi rostro para verlo.
— ¿Ah?
—Lo que oíste, hay o bueno, había un gramo de magia en ti, mi madre no se acuerda, pero hacemos años cuando se resignó a buscarme el descanso eterno colocó una especie de puesto y comenzó a concederle milagros a las personas — le expliqué sin dejar de verlo —. Tú madre fue una de sus muchas clientes, ella y tu padre tenían problemas a la hora de concebir por lo que fueron a donde mi madre casi que sin esperanza. Aunque no lo creas, otorgar esa clase de bendición conlleva una fuerte energía por eso muy pocos hechiceros lo hacen.
—Pero Scivi lo hiso al recordar a los padres de Damna, ¿cierto?
—Cierto — respondí —, al emplear tanta energía en ello, una parte de la energía de quién concede el milagro queda en esa persona, en el caso de tus padres quedó en ti. Alex, la maldición no te eligió por el simple hecho de ser amable y esas cosas, la maldición o quién quieras creer que te eligió lo hizo por el simple hecho de saber que llevabas magia de una gran hechicera, porque sin darme cuenta, de manera inconsciente sabía que la maldición no la podía romper alguien normal.
—Tenía que ser alguien que compartiera tu don, y tu madre sin saberlo me lo otorgó — completó —, en serio, nunca voy a dejar de sorprenderme — reí — ¿por qué aún no aceptado el descanso?
—Siento que aún me queda algo aquí.
—Scivi lo entenderá, más que nadie — dijo mientras me extendía su mano —, ya es hora de que tú lo aceptes.
Y ahí frente a mi tumba acepte la mano de Alex, que sin saberlo, me está ayudando una vez más.
Quién sea que encuentre este cuaderno con miles de palabras en él, quiero que darte las gracias porque otra persona más sabe la verdad acerca de la que alguna vez fue una las familias más poderosas de Vancouver. También quiero pedirte que dejes todo tal cual lo encontraste para que así otro ser más también sepa la verdad.
Camino de la mano de Alex hacia la salida del cementerio, puedo distinguir las rejas abiertas y admito que tengo miedo, observo de reojo al hombre a mi lado que me sonríe para darme ánimos y seguir caminando.
Porque ese mañana de otoño en pleno noviembre, cuando se alejaba de ese pueblo comprendió que ese había sido el único objetivo con el cuál había llegado ahí.
Porque él era el indicado.
Él y nadie más debía y podía romper.
La Maldición de los Pines.