Miércoles, era miércoles.
El sábado cuando les confirmó a Scivi y Adiutor que lo haría una sensación pesada se instaló en todo su pecho, no sabía si era bueno o malo. Intentó distraerse pero nada le funcionaba. Pasó los siguientes tres días contando cada hora, cada minuto, cada segundo, esperando con ansías el miércoles treinta y uno de octubre.
El domingo salió a correr durante un par de horas en la mañana, y al volver al departamento se encontraba con su libreta en mano sacando hipótesis de que tipo de información podría haber dentro de la libreta, por lo que volvió a salir y se “entretuvo” por el pueblo, las personas estaban comenzando adornar por Halloween, la plaza del pueblo estaba llena de calabazas y decoraciones caseras y en la cafetería comenzaron a servir el clásico pastel de calabaza.
El lunes no fue tan difícil, amaneció lloviendo ese día, por lo que tuvo que pedirle prestado un paraguas al sr. Brown quién ya no hacía más remodelaciones en el edificio. Cuando llegó a la estación los oficiales están sacando los adornos y comenzaron a decorar todo el lugar haciendo similitud de una casa embrujada, el día le pasó relativamente rápido.
El martes también llovió, el sr. Brown no estaba en el recibidor. Se detuvo en la cafetería a pedir café para todos en la estación. Pasó el día repasando una y otra vez todas las conversaciones que tuvo con los hechiceros, cada información nueva que obtenía, pensó en la caja, las cartas, las fotografías, en el más mínimo detalle. Esa noche fue muy poco lo que durmió, cada que despertaba tenía la necesidad de leer la última carta, aquella que no tenía número, pero se contenía y volvía a dormir.
Y así el miércoles llegó, esa mañana no llovía pero el cielo mantenía el gris claro de días anteriores. La estación como cosa habitual estaba en calma, cada uno de los presentes concentrados en sus pensamientos; los oficiales estaban dormidos, el sargento se encontraba encerrado en su oficina y Alex, bueno, él estaba leyendo o haciendo el intento. Leía pero sin prestar la más mínima atención, su mente estaba en otro lugar, cada que llegaba al final de la página tenía que volver a comenzar porque no entendía nada, esto lo repitió por un par de horas, hasta que se hartó y dejo a un lado el libro.
A la hora del almuerzo la esposa del mismo oficial les llevó el almuerzo, pero esa vez llevaba una carta dirigida a Alex, explicándole como llegar de la cocina al despacho. Marie no podía irse sin dejar de recordarle su misión.
La sensación pesada se hizo una vez más presente y aun no descifraba si era buena o mala, pero cruzaba los dedos porque fuera la primera opción y no la segunda.
Cuando dieron las siete y el turno acabó, tuvo que esperar pacientemente a que el relevo llegara, por mucho que no hubiera nada que hacer no estaba en él irse antes de que su compañero llegara, cosa que no dudó en hacer rápidamente en cuanto lo vio cruzar la entrada, tanto así que casi se olvida de su abrigo. Caminó — por no decir que corrió — deprisa, esquivando a las personas, y haciendo que una casi callera de bruces al suelo. Al llegar al final de la avenida principal comenzaba el camino de tierra que conducía a la mansión, tuvo que caminar despacio, ya que el que podría caer de bruces al suelo era él, toda la tarde estuvo lloviendo por lo que ese camino estaba lleno de charcos y barro. Soltó un suspiro hondo y caminó lo más rápido que el camino le permitía, su mente y su corazón iban a mil por hora, pensando y analizando la información que aún no obtenía.
Se detuvo una vez llegó a las rejas de la mansión, salvo por la luz que provenía de la farola todo estaba oscuro. Por mucho que Marie le aseguró que nadie estaba en casa no pudo evitarlo y abrió la reja con mucho cuidado temiendo que alguien le escuchara; del bolsillo interno del abrigo sacó una linterna para iluminar el camino y rodeó la casa hasta llegar a la cocina, tal como la nana le dijo estaba abierta. Entró y cerró con el mismo cuidado que con la reja, no quería correr ningún riesgo así que siguió con la tenue luz que salió de la linterna.
Le costó un poco ubicarse, por mucho que Marie le haya explicado, en la semi oscuridad era complicado, luego de varios golpes de cabeza y de codo logró llegar al despacho que era la puerta que estaba al fondo del salón a la derecha. La sensación pesada continuaba instalada en su pecho, el corazón le martillaba y su respiración se estaba acelerando, la adrenalina le recorría el cuerpo entero. Adrenalina por saber que tanto estaba por descubrir y que tanto de ello era malo. Adrenalina de averiguar si en alguno de esos diarios estaba escrito quien era el asesino de Audrey.
Con la luz de la linterna detalló un poco el despacho, las paredes eran de un verde oscuro, habían dos estantes en cada pared, las cortinas estaban cerradas pero aun así no encendió la luz, el escritorio estaban al fondo, de frente a las ventanas. No quería tentar a su suerte por lo que se apresuró al escritorio, segunda gaveta mano derecha, y claro que debía tener llave, las hermanas Pines nunca se lo colocaban fácil. Del bolsillo de su pantalón sacó una navaja y la colocó en la cerradura, fue más complicado que con la caja de Audrey, tuvo que respirar hondo un par de veces y volver a intentarlo, al tercer intento la cerradura cedió y suspiró de forma aliviada al escuchar el “clic”. Guardó la navaja, colocó la linterna entre su cuello y su hombro y abrió la gaveta despacio.
En el interior estaban dos diarios pequeños, nada más. Los sacó con muchísimo cuidado, eran muy antiguos, los dejó encima del escritorio, agarró la linterna y comenzó con el que parecía el más antiguo.