La maldición de Malibrán.

La maldición de Malibrán.

Aquél pasajero suspiró al ver las luces de aquél todavía lejano puerto, su nombre: Alfonso de Malibrán y Violante, el conde de Malibrán. 

  —En unas cuantas horas estaré en sus brazos. 

Y siguió mirando hacia la costa que lentamente se acercaba, pensando en que su linda esposa lo estaba esperando en su mansión, y de tan solo pensar en ella y en su belleza, lo hizo querer saltar por la borda de aquel enorme buque a vapor de pasajeros, pero no, se contiene porque sabe de que debe de controlar sus ansias. 

Y al filo del atardecer el buque toca puerto, y aquél pasajero desciende olvidándose de sus equipajes, que no son más que un par de baúles repletos de regalos para su esposa, en realidad no los deja olvidados porque sabe que sus esclavos se encargarán de ellos, vestía una larga gabardina de color oscuro, que cubría muy bien la funda de su espada y de su pistola, cuando puso sus pies calzados con finos y elegantes zapatos en los adoquinados corredores del puerto, practicamente corrió hacia la posta de alquiler de carruajes que lo podían llevar a su mansión, pero como se encontraba a más de 20 kilómetros en una comunidad vecina; Boca del Río, no en aquél histórico puerto de Veracruz, optó por alquilar un caballo para llegar mar rápido, y escogió el mejor y más costoso, por ser el más veloz y seguro, se ajustó su gabardina y empezó su galopar por las empedradas calles del centro de aquella ciudad costera, en ocasiones tuvo que detenerse debido al constante fluir de la gente, los muchos carruajes tirados por caballos y los pocos automóviles que ya comenzaban a circular por las calles en aquella era de prosperidad, en la que los nuevos inventos, como los automóviles, la luz eléctrica y el telégrafo, comenzaban a ser los más comunes y maravillosos inventos que abrían paso a la era tecnológica a finales del siglo XVIII. 

  —¡Es el conde de Malibrán! 

Dice aquella elegante dama al verlo pasar a galope tendido por aquellas calles del malecón. 

  —¿Estás segura? 

Le pregunta la otra elegante dama que tambien lo había visto pasar raudo y veloz desde su calesa. 

  —Esperemos que la Condesa no esté haciendo de las suyas. 

  —Él es un caballero muy buen mozo; ¡Que tonta la condesa por andar haciendo lo que anda haciendo! 

  —No lo sé amiga, tal ves es por la ausencia. 

Y así, lo vieron perderse en las lejanías de aquél curvo malecón, pero la larga calzada en algún punto se terminó y comenzó a  galopar entre veredas para caballos y caminos para carretas, que ya comenzaban a verse más amplios, porque empezaban a ser usados por automoviles, ya había caído la noche cuando distinguió entre la oscuridad las antorchas que iluminaban las instalaciones del fuerte de San Juan de Ulúa, iba sonriente porque esa era la referencia que le indicaba que ya estaba mucho más cerca de su casa, tenía más de 1 año de ausencia y se asombró de ver algunas de las mansiones y construcciones ya iluminadas con luz eléctrica, porque cuando partió solamente la suya contaba con esa maravilla tecnológica. 

Remontó la colina que lo llevaría a su mansión en lo alto, nadie lo vio llegar, nadie lo esperaba, la noche era silenciosa y fría, y solamente algunos perros se escuchaban ladrandole a aquél jinete. 

  —AHHH DE LA CASAAAA. 

Gritó para anunciar su llegada y le franquearan la entrada, un esclavo lo escuchó y corrió hacia la entrada para abrir la reja metálica y que el Conde, que ya había sido reconocido, accediera a su propiedad. 

Se bajó de su montura y acomodándose sus ropas y su espada, ingresó en el lujoso salón de la entrada, las penumbras predominaban por las luces apagadas, su intempestiva llegada causó conmoción y nerviosismo entre los guardias, y en el interior ya era la hora en que todos deberían de estar durmiendo, y tan solo encontró a una esclava que al verlo intentó ocultarse, la mujer cargaba un bulto entre sus brazos. 

  —¿Dónde está mi esposa? —le preguntó al verla moverse entre las penumbras. ¿Dónde está la Condesa? 

Y la esclava no pudiendo ignorar a su amo, tratando de permanecer en las penumbras, le contestó. 

 —La Condesa debe de estar en sus habitaciones, amo. 

  —Salid mujer, muéstrate y decidme que llevais en brazos; ¿Acaso es un chaval? 

Le pregunta el Conde al ver que cargaba un bulto en sus brazos. 

  —Si amo, es un niño pero no es mio. 

Le dice la esclava tratando de mantener al bebé fuera de la vista del Conde, pero ante la señal de que se acercara, no pudo ignorar esa orden, el Conde observó a la esclava y con la punta de sus dedos, esperando encontrar la tierna faz de un infante durmiendo, descubrió el rostro de aquél monstruo que le estaba siendo ocultado. 

  —¿Pero que demonios es eso? 

Dijo asombrado al ver algo extraño en el bulto, caminó dos zancadas para alcanzar la cuerda que encendía el enorme candelabro eléctrico que iluminaria toda la estancia, y ahora con las dos manos descubrió por completo aquel bebé que seguía en brazos de la esclava. 

Una criatura monstruosa, a la cual de ninguna manera se le podía considerar un niño, salió de entre las cobijas, su cabeza era enorme, con dos protuberancias truncas en la frente, al igual que las cuencas de sus ojos que mostraban un par de globos oculares, igual de enormes, inyectados en venas varicosas que los hacían lucir horrorosos, sus brazos eran largos y resecos cual si fueran las torcidas ramas de un árbol, y sus manos mostraban unos largos dedos que más parecían raíces, tal vez lloró, tal vez quiso decir algo, o tal vez solo quiso decirle papá, pero lo que salió de su pequeña garganta, fue como un gruñido. 




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