La Maldición del Corazón Herrante.

Capítulo II: El Retorno de Morgana

Mi felicidad era una pequeña llama que ardía en secreto. Julian y yo nos veíamos al anochecer, después de que él cerrara su tienda, en los prados que bordeaban el Bosque Thorne. Hablábamos de todo y de nada: de las estrellas, de los orígenes de las hierbas, de mis vagas eufemísticas "tareas familiares". Nunca de la magia. Yo era una cobarde.

Una tarde, me senté en el tronco de un roble centenario, sintiendo el aire cambiar. La brisa se detuvo, y el olor a pino fue reemplazado por un aroma a incienso quemado y cobre oxidado: el perfume de mi madre. Morgana había regresado de su "viaje" anual al corazón del aquelarre.

Ella estaba parada a unos metros, con su vestido largo negro, pareciendo parte de la noche que se cernía. El aire a su alrededor vibraba con una electricidad peligrosa.

—Así que esto es —su voz era un látigo de terciopelo— lo que haces cuando te dejo sin vigilancia. Jugar a ser mortal.

Me levanté, sintiendo que la sangre se me helaba. El miedo, ese terror visceral a la autoridad de mi linaje, me inundó.

—Madre, no es un juego. Es... es real.

—¡Real! —Morgana soltó una risa seca, sin alegría, que hizo que las hojas secas del suelo se agitaran—. Elara, el único "real" en nuestras vidas es el pacto que tu abuela y sus abuelas juraron a la Oscuridad. ¿Sabes lo que ese humano significa para nuestro poder? Una mancha. Una traición.

—Él no tiene nada que ver con eso. Julian es bueno. Me ama.

—¡Te ama! —repitió, acercándose con pasos lentos y ominosos—. El amor humano es una debilidad, una enfermedad que pudre la magia. Tu padre lo supo, y por eso…

Se detuvo, pero el recuerdo de Silas Thorne, mi padre brujo que desapareció años atrás sin explicación, flotó entre nosotras como un fantasma.

—¿Y por eso qué, Madre? ¿Por eso él también se atrevió a amar? —la reté, sintiendo un coraje desesperado.

Morgana me abofeteó. No fue con la mano, sino con una ráfaga de aire frío y poder puro que me hizo caer de rodillas, el dolor era punzante en la mejilla.

—No vuelvas a nombrar a Silas en esta tierra, niña insolente. Él eligió el sendero correcto, y tú harás lo mismo. Termina esta... esta aberración. Ahora. O yo lo haré por ti.

—No puedo. Lo amo, Madre. Y no me importa el pacto, ni el linaje.

Morgana se quedó en silencio por un largo momento. El aire era denso, pesado como el plomo. Podía sentir el pulso de la magia oscura preparándose.

—Te atreves a desafiarme —susurró, y esta vez, el tono no era rabia, sino un lúgubre decreto—. Te atreves a elegir el afecto débil sobre el poder eterno. Lo pagarás, Elara. Pagarás con la única moneda que un corazón puede ofrecer.

Ella levantó sus manos. La tierra tembló ligeramente. Sentí una ola de náuseas, como si mis entrañas estuvieran siendo retorcidas por dentro.

—¡Lo pagarás con la maldición del Corazón Errante!

Un relámpago púrpura cruzó el cielo nocturno, aunque no había nubes. El dolor me golpeó, no en la piel, sino directamente en el centro del pecho. Un ardor frío, la sensación de que mi corazón de bruja se estaba transformando en algo hueco, hambriento. Grité, un sonido roto y animal.

—¡Cada vez que ames, Elara —la voz de mi madre era ahora resonante, amplificada por el ritual—, tu corazón se convertirá en hambre! ¡Y devorarás aquello que deseas! ¡Tu amor será tu destrucción, y la de aquel que se atreva a tocarte!

Caí al suelo, temblando, viendo cómo Morgana se desvanecía en la oscuridad, dejando tras de sí solo el eco del horror. Sentí el hambre. No la física, sino un vacío voraz, una necesidad desesperada de consumir la vida que me rodeaba. Me arrastré, gimiendo, y toqué mi pecho. Mi corazón latía, pero ya no era un latido de amor. Era un tambor de depredador.




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