El momento de la renovación del pacto era el Sabbat de la Luna Negra, en tres días. No tenía tiempo que perder.
Fui al pueblo. La culpa me carcomía. Tenía que verlo, tenía que darle una razón para luchar.
Entré en la botica. Estaba vacía, solo Julian detrás del mostrador, apoyado en la pared, demasiado débil. El hambre me golpeó, tan fuerte que tuve que aferrarme a la puerta para no caer. Me estaba volviendo más fuerte, más voraz. Julian estaba muriendo.
—¿Elara? —preguntó, con un hilo de voz.
—Estoy aquí. —Me acerqué, manteniendo una distancia de seguridad, aunque sabía que el daño ya estaba hecho.
—Volviste... ¿Para terminar el trabajo? —Su voz estaba llena de una amargura fría que me destrozó—. ¿Para ver cómo me marchito?
—Julian, por favor, escúchame. Lo que dije... no es cierto. Te amo. Más de lo que he amado nada.
—Pero no es suficiente para quedarte.
—No. Es demasiado —mi voz se quebró. Tuve que decirle la verdad, o moriríamos ambos de soledad. Le hablé de mi linaje, del pacto, de Morgana, del castigo. Del hambre en mi pecho.
Julian escuchó en silencio. Cuando terminé, tardó un momento en hablar.
—Bruja... maldición... eso es... eso es mucho, Elara. Pero... no me sorprende tanto como crees. El bosque siempre ha sido extraño. Y yo estoy muriendo de algo que la ciencia no puede explicar.
Tosió. Fue una tos profunda y dolorosa.
—Entonces... ¿me estás drenando la vida con tu amor?
—Sí —gimoteé—. Y si sigo cerca de ti, te mataré. Es el destino que mi madre me impuso.
Julian se esforzó por erguirse, se acercó, tambaleándose un poco. Y, contra toda mi advertencia, tomó mi mano. El hambre me azotó, violento, un deseo de succionar su esencia.
—Elara. Mírame —dijo, con una intensidad sorprendente—. Yo ya estoy roto. ¿Qué importa si muero por tu madre, por un hechizo, o por el hambre de tu amor? Si lo que me queda de vida, lo puedo pasar contigo, no tengo miedo.
—¡No lo entiendes! ¡El deseo es terror! ¡Mira mi corazón! —grité, golpeando mi pecho.
—Veo el corazón de una chica que está sufriendo por mí —me corrigió, y sus ojos se llenaron de esa ternura inquebrantable que tanto amaba.
—No quiero tu sacrificio, Julian. Quiero que vivas.
—Entonces lucha —Julian me miró fijamente—. Me dijiste que había una forma de romper la maldición. Hazlo. Por nosotros. Por el amor que tu madre llamó aberración.
Su fe me infundió un coraje helado, una mezcla de dolor, terror y un amor absoluto.
—La forma de romperlo es transferir el hambre a Morgana. Convertirme en la Devoradora y luego ofrecer el corazón maldito como la llave de la libertad.
—Hazlo. Si ese es el camino para que ambos sobrevivamos, camina, Elara. Yo seré tu ancla.
Nos besamos. Fue un beso de despedida y de promesa, un beso cargado con la certeza de que uno de nosotros podría no sobrevivir. El hambre rugía en mi pecho, pero Julian no se apartó. Era como si su amor fuera un escudo, una barrera temporal al apetito de la maldición.