La noche era negra como el alma de mi madre. Llegué a la Caverna de las Juramentos, el lugar sagrado del aquelarre. Morgana estaba allí, sola, con el círculo de piedra preparado para el ritual. Había un caldero humeante en el centro, y una figura diminuta en el suelo: una muñeca de tela, cuyo interior ardía con una luz blanca y espectral. Sabía que esa muñeca contenía la esencia de su propia madre, la sangre robada que renovaba su poder.
—Llegas tarde, Elara —dijo Morgana, sin girarse.
—No estoy aquí para el Sabbat, Madre. Estoy aquí para deshacer tu error.
Morgana se giró, con una sonrisa cruel que me recorrió la espina dorsal.
—¿El error de convertirte en lo que eres? Una bruja hambrienta, Elara. Una depredadora. ¿Dónde está tu boticario? ¿Ya lo has consumido?
—Está vivo, madre. Y vivirá.
—Qué lástima. El amor en nuestros corazones siempre tiene un precio. Y el tuyo, será la aniquilación.
Ella levantó una mano, y sentí que la maldición se tensaba en mi pecho. El hambre rugía. Pero esta vez, tenía un plan.
—El Sacrificio de la Raíz —dije, recitando el conjuro de mi padre—. ¡Devolveré la sangre robada!
Con toda la fuerza de mi voluntad, liberé mi propia magia, no como drenaje, sino como un rayo de energía pura, apuntando a la muñeca en el suelo. El impacto fue brutal. La muñeca se desintegró, y la luz espectral que contenía voló hacia Morgana, una nube de energía ancestral robada.
Morgana gritó. No era un grito de dolor, sino de furia. La energía de su madre, su abuela, la golpeó y la hizo tambalear.
—¡Me has debilitado, estúpida! —rugió, y lanzó un rayo de magia oscura. Lo esquivé por poco, sintiendo el calor abrasador.
—¡La Ruptura del Deseo! —grité. El terror y la desolación se transformaron en una venganza ardiente, pura y necesaria. Cerré los ojos, enfocando el Hambre en mi pecho—. ¡Deseo que el hambre de mi corazón, el apetito voraz de la maldición, se transfiera a su origen! ¡Te la devuelvo, Morgana! ¡Prueba el sabor de tu propia crueldad!
El Hambre me dejó, de repente. Fue como si un peso de plomo y fuego se hubiera disuelto de mi pecho. Lo sentí viajar por el aire y penetrar en Morgana.
Ella gritó de nuevo, pero esta vez, era un grito de puro horror. Se agarró el pecho, sus ojos salvajes.
—¡No! ¡El Hambre! ¡Me devora! ¡Me consume!
—Y el Acto Final —dije, sintiéndome extrañamente vacía, pero libre—. ¡Ofrezco mi corazón maldito como la llave de la libertad!
Con un último acto de poder, canalicé el poco poder que me quedaba, el amor puro de Julian sirviendo de escudo. Rompí el nudo final de la maldición, separando mi alma de la Oscuridad para siempre.
Morgana cayó, retorciéndose. Su cuerpo no se marchitó, pero su aura oscura se hizo más intensa.
—¡Vivirás, Elara! —gritó con una voz estrangulada—, ¡pero no eres una bruja! ¡Eres un vacío! ¡El amor humano te ha hecho inútil!
—No. Me ha hecho humana —dije, con el corazón latiendo, al fin, con un ritmo normal.
Morgana huyó, una sombra retorciéndose de dolor, llevándose consigo la maldición que la consumiría hasta que encontrara otra manera de alimentarse.