La Maldición del Corazón Herrante.

Epílogo: La Cicatriz del Amor

La botica olía a menta fresca y a curación. Julian estaba sentado en su cama, en la trastienda, con más color en las mejillas. La vida, lentamente, había regresado a él desde el momento en que el Hambre me había abandonado.

—No sé si fue el té, o tu brujería, Elara —dijo, con una sonrisa débil, sosteniendo mi mano.

—Fue el amor, Julian. El que mi madre consideró una aberración.

—¿Y tú? ¿Ahora qué eres?

—Soy Elara Thorne. La chica que te ama. Perdí mi poder. El Hambre se ha ido. El aquelarre me desterrará.

—No has perdido nada. Lo has ganado todo. —Julian apretó mi mano.

El amor era una cicatriz en mi alma, un recordatorio del terror y el dolor. Pero ya no era una maldición. Era una elección.

—Dicen que la bruja no puede amar sin destruir —dije, apoyando la cabeza en su hombro.

—Pero antes de la maldición, hubo un corazón humano —terminó Julian, besando mi pelo—. Y antes del horror, hubo deseo.

Mi corazón, libre, erró por fin en el lugar correcto, anclado al amor simple y puro de un hombre que olía a tierra y a promesas cumplidas. Y la desolación de los bosques de Hemlock Grove, se sentía, por primera vez, como un hogar.




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