La maldición del Lobo

Capitulo 1

El viento aullaba como un espíritu errante entre los árboles del bosque, un lamento frío que se colaba bajo la piel. En lo alto, la Luna Roja —un disco carmesí y enorme— ascendía lentamente en el cielo nocturno, derramando un baño de luz sangrienta sobre la tierra. Las sombras se estiraban y se contorsionaban en formas monstruosas, y el aire espeso se cargaba de un palpable e inminente peligro, una electricidad salvaje.
Entre la maleza y los helechos mojados por el rocío, una silueta se movía con una velocidad casi inhumana. Esquivaba troncos caídos y sorteaba raíces nudosas con la destreza pulida de una bestia cazada a lo largo de décadas. Cada músculo era un resorte de tensión, cada movimiento, una elección de vida o muerte.

Ethan Vólkov respiraba en bocanadas profundas y dolorosas. Sus pulmones exigían oxígeno, sus músculos de las piernas ardían con una fatiga que no se permitía reconocer. Pero lo peor era la sensación que reptaba bajo su piel: una vibración, un latido bestial que era la inminente transformación. La bestia interior arañaba sus costillas, amenazando con romper su control y desatar el caos.

Años. Una vida entera de huida. Hacía demasiado tiempo que no se quedaba en un solo lugar más de una semana. No podía. No se le permitía el lujo de la estabilidad. Siempre en movimiento, siempre al filo, huyendo. Los cazadores —tanto humanos fanatizados como sus propios parientes licántropos— no le daban una tregua. Todos compartían el mismo deseo: verlo muerto o, peor aún, esclavizado y utilizado.

La amargura le quemó la garganta. ¿Por qué el infierno?

Porque él era la anomalía, el error genético que el resto de las especies no podían clasificar. No era solo un hombre lobo, una criatura atada al ciclo lunar. Ni solo un licántropo, con el control de su forma humana.
Era ambos. El equilibrio imposible.
Podía elegir transformarse en un lobo común, un fantasma sigiloso y ágil con el pelaje tan negro como la noche, o desatar la imponente criatura mitad hombre, mitad bestia que aterrorizaba incluso a los alfas más poderosos de los clanes. Su existencia misma rompía las reglas inmutables de la naturaleza, del equilibrio, y eso lo hacía demasiado valioso para los ambiciosos... o demasiado peligroso para los puristas.

Un crujido seco, demasiado cercano y deliberado para ser un animal, lo sacó de su trance mental. A su izquierda.
Ethan detuvo la carrera en seco. Su instinto de supervivencia, ese radar hiperactivo que lo había mantenido con vida, se disparó. Giró la cabeza, los ojos Azules encendiéndose en la penumbra.

No estaba solo. Lo habían encontrado.
Apretó los dientes hasta sentir el dolor en su mandíbula. El aire se sintió denso, pesado. Sus perseguidores lo habían rastreado hasta ese bosque remoto, y la Luna Roja les daba el coraje y la fuerza para no detenerse hasta verlo caer.
"Siempre igual", se dijo con una resonancia de resignación y hastío.
A lo lejos, no obstante, los sonidos de pisadas apresuradas y pesadas rompieron la frágil tranquilidad del bosque. No eran simples humanos torpes en la oscuridad. Eran licántropos. El ritmo, el peso, la velocidad... guerreros endurecidos, con la misión de matar.

Se obligó a reanudar la carrera, saltó sobre un arroyo murmurante de agua helada y rodó de forma fluida hasta quedar emboscado entre un cúmulo de helechos altos y maleza espinosa. Su respiración se volvió silenciosa de inmediato, controlada, la técnica perfeccionada de años. Desde su escondite, inmóvil, pudo verlos.

Cinco figuras emergiendo de entre la cortina de árboles. Altos, con cuerpos voluminosos y marcados por innumerables batallas, se movían con una coordinación silenciosa. Sus ojos resplandecían con una intensidad animal que brillaba aún más bajo la luz carmesí de la luna. Uno de ellos, el líder, alzó la nariz, aspirando el aire con una rudeza innecesaria.

—Está cerca —gruñó con una voz gutural que resonó en el pecho de Ethan. El aroma de su miedo y su sudor lo delataban.

Ethan cerró los ojos un instante, una gota de sudor frío deslizándose por su sien. Tuvo que contener con todas sus fuerzas el instinto primario de saltar y atacar. Sabía que su poder, desatado en ese punto de la noche, podía aniquilarlos a los cinco en pocos segundos. Pero eso significaba ceder al instinto, perder el control... y si eso pasaba, el bosque entero, y posiblemente él mismo, se bañaría en sangre.

No podía permitírselo.
Esperó, con cada fibra de su ser tensa. Cuando los cazadores, guiados por un rastro antiguo, avanzaron en la dirección equivocada, Ethan aprovechó la fracción de segundo. Se deslizó como una sombra, en silencio absoluto, y huyó en la dirección opuesta, doblando la trayectoria para confundir su olor.
Pero el destino, esa fuerza ciega y caprichosa, parecía haber trazado otros planes para él esa particular Noche de la Luna Roja.

Continuó la carrera por lo que parecieron horas interminables, atravesando terrenos rocosos y pendientes embarradas. El dolor en su cuerpo se había vuelto un castigo insoportable, una tortura constante. La luna roja, implacable, intensificaba su naturaleza salvaje, susurrando en su mente, exigiendo que se transformara por completo para aligerar la carga. Pero no podía. No en medio de un área poblada de civiles, incluso si estaban muy lejos.
Un tropiezo, una raíz invisible. El agotamiento final lo venció. Cayó pesadamente entre un revoltijo de arbustos y espinas, el aliento escapándosele un gruñido.

Fue entonces, justo en el momento de su mayor vulnerabilidad, cuando la vio.
A escasos metros de su cuerpo de lobo, una mujer estaba arrodillada. No huía, no gritaba. Estaba junto a un lobo más pequeño, común, que yacía inmóvil, visiblemente herido. Las manos de la mujer temblaban ligeramente, pero su expresión no mostraba pánico, sino una mezcla de ternura desesperada y determinación inquebrantable.

Ethan la observó desde su forma animal, inmóvil, protegido por el manto de sombras del dosel arbóreo. El dolor físico se atenuó, sustituido por una urgencia inexplicable.
Ella no parecía haber notado su presencia aún. Su atención estaba totalmente absorbida por el lobo malherido que intentaba ayudar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.