La maldición del sol

Capítulo II: Llamados nocturnos

—Ay, ay ¡bestia, me arde! —Amanda arremetió contra la mano de uno de sus primos, quien le iba vertiendo alcohol sobre sus heridas. Pero la muchacha no lo veía como algo que mejorara su salud, sino como una vil tortura en su contra.

—No exageres Amanda... —Jin limpiaba sus heridas con un pañuelo húmedo—. Los raspones no son tan grandes después de todo.

—¿Cómo que no son tan grandes? —reprocjó su tía, sirviendo los platos de comida en la mesa, pero sin poder dejar de mirar a sus sobrinos—. Amanda rodó colina abajo, ¿cómo te pasó eso muchacha?

«Todo es culpa de la gravedad

—M-me tropecé.

—Ay, muchacha. —Su tía negó con la cabeza mientras amasaba un tazón con harina, lanzando miradas desaprobatorias a través de su mala expresión—. Ten más cuidado, en cualquier momento te vas a caer de un puente y no sabremos qué hacer.

—Sí, tía —aceptó con voz suave, avergonzada de preocupar a las personas con todas sus caídas torpes. La verdad era que siempre era así de distraída, sobre todo porque su cabeza la mandaba a un mundo de pensamientos por cualquier cosa. Hasta un atardecer, que veía todos los días, la hacía pensar.

A su cabeza no le costaba hacerla viajar por un sinfín de ideas, pero eso sí, el viaje de vuelta le costaba bastante. Si tan sólo pudiera...

«Ya basta, te estás distrayendo» se dijo al darse cuenta de que su desenfrenada mente empezaba a hacerla cavilar otra vez. Se había perdido tanto que ya sus primos no estaban.

—¿Dónde están Jin y Jimy? —inquirió luego de terminar de orientarse. Su tía volteó a verla.

—Los acabo de mandar a buscar a tu tío y al resto de la familia —contestó sin mirarla—, ¿tienes hambre ya?

—A-ah no, no. —Negó con la cabeza.

Amanda se acomodó en su asiento para terminar de vendar sus heridas, dándose cuenta de que todavía tenía aquel collar de esmeralda entre sus manos.

El brillo de la joya volvió a iluminar sus ojos con una fugaz e hipnótica chispa, pero la joven parpadeó varias veces para no ser consumida por la atrapante sensación.

El misterioso objeto llenaba de intriga su alma curiosa, así que lo metió en su bolsillo para hablar de él con su familia cuando la niebla de la tensión se disipara.

—Amanda —llamó su tía, acercándose a la mesa luego de haberse limpiado las manos con su delantal—, ven, siéntate muchacha, los demás llegarán pronto.

La joven asintió nerviosa y se sentó en la silla del medio, lugar que le correspondía desde pequeña. Y a los minutos después, sus primos llegaron con toda la manada; un hombre mayor entró por la puerta, su tío, mientras Jin y Jimy corrían para ver quién llegaba a la mesa más rápido; seguida de ellos entró una joven de gran altura, Jixy, con una piel clara que hacía resaltar su cabello castaño y unos ojos tan cafés que parecían negros. Amanda le sonrió, y ella devolvió el gesto.

Y por último, entró un muchacho de cabello castaño, al igual que los demás, sólo que sus mejillas eran recorridas por un camino de abundantes pecas. Era Joan, con quince años, otro de los primos de Amanda.

—¡Muy bien, muy bien! —La mujer mayor dio unas cuantas palmadas para detener el alboroto—. Siéntense ya que se enfría.

La numerosa familia obedeció y tomó asiento en sus respectivos lugares. La cena transcurría con normalidad, es decir, su tía no paraba de hacer preguntas acerca de cómo les había ido a los demás en su día. Amanda callaba, estaba pensativa.

—Y dime Jixy —dijo la mujer, con una sonrisa— ¿cómo te fue en el trabajo?

—Ah... bien —contestó ella sin ponerle demasiada atención— ¿cómo te fue aquí, ma?

—Bien, yo... —La mujer perdió las palabras cuando vio a Amanda cabizbaja, revolviendo la cuchara en su plato de sopa. Estaba tan distraída, que algunos mechones de su rubio cabello se remojaban en el contenido de la taza—. Amy, muchacha ¿qué tienes?

No respondió.

—Amanda...

—¡Tía! —Ella dio un respingo al darse cuenta de que se había perdido en los caminos de su mente otra vez. Estaba desorientada, desconociendo la cantidad de miradas que tenía sobre ella—. L-lo siento es que... e-estaba pensando.

—Ay, muchacha, si sigues así pensaré que un chico te está robando el sueño.

—Ah ¡n-no! —Se apresuró a negar, todavía acostumbrándose a tener los pies sobre la tierra y dejar de andar fantaseando—. E-es que... bueno... yo, es que...

—¿Quieres decir algo?

—No, bueno sí. —Meneó la cabeza para acomodar sus pensamientos—. Es que...

—Jixy ¿sabes que Amanda volvió a caerse hoy? —interrumpió Jimy.

—¿Ah sí? —La joven arqueó una de sus cejas de forma interesada. Miró a la rubia—  ¿Te volviste a caer? ¿y en dónde?

—E-eso n-no es importante . —La rubia trató de deshacer el aura de curiosidad que el tema había creado, odiaba que la gente supiera de sus caídas y empezara a preocuparse. Sólo deseaba dejar de ser torpe para que no la vieran como a una niña—. S-sí quiero decir algo, hoy cuando me caí...

—¿Entonces sí te caíste?

—¡No estoy hablando de eso! —Se encogió de hombros al percibir el volumen de su voz—. Lo que pasa es que cuando caí... encontré esto. —Colocó el collar de esmeralda sobre la mesa. La verdad era que sólo quería que su familia dejara de hablar de la caída y se enfocara en otra cosa.

—¿Qué esto, muchacha? —Su tía observó el objeto con interés—. ¿En dónde dices que lo encontraste?

—E-en el bosque, en una parte que parecía un...

—Un momento. —Jixy interrumpió, quitándole el collar a la mujer justo después de haber tragado la comida que tenía en la boca—. ¿Lo encontraste en el bosque? ¿ese bosque? —Apuntó hacia los árboles.

La rubia asintió.

—¿P-por qué preguntas?

—Es que... —Ella analizaba la joya detalladamente—. Siempre han contado historias de que en ese bosque se practicaba brujería y cosas así. La verdad era que hace tiempo, la gente rumoraba que había criaturas extrañas deambulando en ese lugar
—Hablaba sin mirarla a los ojos—
Y, si te soy sincera, yo no me adentraría ahí ni...




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