La maldición del sol

Capítulo III: Leyendas

La rubia se estremeció al sentir la presión que un par de brazos ejercían sobre ella, apretujándola cada vez más contra su cuerpo mientras le cubrían la boca. 

Amanda se quedó estática, sintiendo cómo los ventarrones empezaban a soplar con mayor furia, revolviendo las hojas de los árboles y esparciendo una extraña sensación de compañía a través del bosque.

—Shhh —escuchó que sisearon en su oído—. No te asustes, no voy a hacerte daño.

Amanda gimoteó mientras la brisa se hacía más fuerte.

—No te haré nada, en serio. Voy a soltarte poco a poco, pero no quiero que huyas.

La joven no sabía si aceptar o simplemente ignorar la orden, pero llegó a la conclusión de que, estando bajo el poder de un extraño, tendría que jugar bajo sus reglas. 

Asintió.

—Muy bien... —El misterioso sujeto fue disminuyendo la fuerza en su agarre hasta soltarla por completo. Después Amanda pudo respirar libremente luego de tantos segundos de tensión, y la brisa alborotada parecía querer compadecerla.

La muchacha se mantuvo estática, sin tener la capacidad de voltear a ver quién era la persona que tenía detrás. Tan sólo se limitó a morderse el labio y cerrar los ojos con fuerza en un intento por convencerse de que lo que pasaba no era verdadero. Pero desgraciadamente la brisa chocando en su piel la hacía ver que no estaba en su mundo de fantasía.

—Oye. —Una mano se posó en su hombro, haciéndola dar un respingo. Todavía era incapaz de voltear a ver—. ¿Estás bien? Perdona si te asusté... pero tengo que hablar contigo.

—¿H-hablar? —La joven se repudió al percibir miedo en su tono. Debía hablar con firmeza para que ese extraño no sintiera que tenía el control—. Eh... mira, yo no te conozco ni nada así que...

—Silencio. —El extraño volvió cubrirle la boca con su mano, al tiempo que pasaba el brazo alrededor de su cintura para retenerla—. No te muevas, no hables. —Su enunciado no pareció una orden, sino una advertencia.

La brisa empezó a soplar con furia y el constante meneo tranquilo de los árboles se convirtió en bruscas sacudidas, las cuales parecían esparcir extraños murmullos incomprensibles a través del bosque. Eran vocecillas melódicas enunciando plegarias ya olvidadas en las cenizas del tiempo, pero se seguirían repitiendo hasta el final de los días. 

Amanda podía escucharlas acercándose cada vez más.

El ambiente se llenó de murmullos alborotados, pero la atención de Amanda prefirió enfocarse las extrañas sombras que parecían resaltar en la oscuridad del bosque. Eran diferentes a las pequeñas siluetas que había visto antes, estas eran mucho más grandes y parecían despedir una energía pesada que hacía que los pájaros huyeran.

—Tenemos que irnos —le susurró el extraño.

—¿Q-qué?

—¡Nos encontraron, tenemos que irnos! 

El extraño la apretujó con más fuerza y la alzó en sus brazos para salir corriendo de ahí. Él estaba agitado, o al menos eso le pareció a Amanda al escuchar su respiración.

Recorrieron tramos y tramos de bosque mientras miles de ramas se enredaban en sus cabelleras. Sin embargo, los sentidos de la chica estaban más interesados en escuchar los ¿pasos? Sí... los pasos que alguien daba tras ellos.

Alguien los estaba persiguiendo.

El bosque era devorado por una oscuridad monstruosa conforme se alejaban del lugar, era como si estuvieran huyendo de un agujero negro. 

La sensación de pesadez no tardó en alcanzarlos, al tiempo que sonidos guturales resonaban en lo más recodo del bosque. Parecían gruñidos.

La cabeza de la joven se tambaleaba a los lados por la velocidad con la que el extraño corría, y la situación pareció haber formado un nudo en su garganta que le impedía hablar. Su vista era borrosa, pero podía distinguir una enorme figura dirigiéndose a ellos, desprendiendo un aura de oscuridad alrededor del bosque.

Esa cosa estaba acercándose.

Su secuestrador parecía estresarse cada vez que la oscuridad amenazaba con tragárselos. La verdad era que sí, era extraño que la luz de la luna hubiese desaparecido de esa forma, y era todavía más extraño que un manto de oscuridad se esparciera por el bosque tragándose todo.

Y al parecer se los iba a tragar a ellos.

—¡Meissa, Adhara, hagan algo! —gritó el extraño, y luego de eso varias chispas luminosas estallaron frente a los desconcertados ojos de Amanda, reteniendo la oscuridad durante unos segundos, tiempo que fue aprovechado por el extraño para aumentar la velocidad.

Su secuestrador siguió corriendo como demente con Amanda en brazos, hasta que finalmente llegó a lo que parecía ser una pequeña cabaña. Le echó una última mirada al bosque y luego se adentró a todo dar en la vivienda, que por cierto, permanecía envuelta en una densa penumbra.

Justo al entrar en la cabaña el extraño esperó unos segundos y luego cerró la puerta de un portazo. Amanda todavía no acababa de entender la situación en cuanto el sujeto se abalanzó sobre ella para sostenerla y cubrirle la boca.

—No respires, no te muevas, no digas nada —comandó, pero su tono pareció de súplica.

Amanda tampoco era como que tuviera la oportunidad de desobedecer, así que sólo se limitó a ver la forma en que una extraña figura recorría la parte exterior de la vivienda, escena que se podía ver a través de las ventanas.

 Yjusto en el instante en que aquella cosa volteó a mirarlos, la rubia sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo. Su cara estaba pálida.

La cosa se acercó más.

Y ella cerró los ojos.

Pero... nada llegó.

La cosa largó un bufido que empañó las ventanas y se largó del lugar, llevándose consigo el aura de pesadez que despedía. Amanda escuchó cómo el extraño que la sostenía soltaba un suspiro de alivio, mientras disminuía la fuerza en su agarre casi como acción inconsciente.

—Oh... eso estuvo cerca —suspiró el misterioso secuestrador, mientras la joven sentía que él se levantaba—. Meissa, Adhara, enciendan las luces ya.




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