La maldición del sol

Capítulo IV: Visiones

—¿Q-qué...? —La expresión de asombro escapó de los labios de Amanda. No podía concebir la idea de estuvieran hablando en serio. No. No, debía ser una simple broma, eso tenía que ser. No existía ningún mundo de los Dioses, y ella no era hija de ninguno— e-eso es imposible, m-mi familia...

—Tu familia no es tu familia —le interrumpió Adhara—. Fuiste enviada a este mundo y ellos te encontraron.

—Además, no hay que ser muy inteligente para saber que no son tu familia biológica. —Meissa se cruzó de brazos—. Eres la única rubia allí ¿que no te das cuenta?

—¡No le hablen así! —recriminó Tye, dirigiéndose hacia ellas con un paso decidido. Su suéter negro hacía resaltar la palidez de su piel, en donde lo que más llamaba la atención eran sus ojos grises, con la silueta de una media luna grababa en cada uno. Era fantasioso—. Amanda está procesando la información, no la atribulen así.

—¿C-cómo sabes mi nombre?

—Lo sabemos todo, princesa. —Meissa habló en tono sombrío—. Sabemos dónde vives y a qué hora te duermes. Vigilamos cada uno de tus...

—¡Meissa ya basta! No la asustes así. —Tye la miró mal, pero los seres alados no hicieron sino reírse— Lo que debemos hacer es que Amanda se enfrente a la Reina del mundo de los Dioses, que la destrone, y que ella tome su lugar como...

—¡Un momento, un momento! —La rubia los detuvo haciendo señas con las manos— ¡En primer lugar, nadie me pidió mi opinión! ¡y en segundo lugar, dejen hacer como si esa leyenda fuera en serio! ¡no existe ningún reino de los Dioses! ¡y mucho menos yo soy la hija de una de ellos!

—¿No vas a creernos? Pues que los soldados Tenebris te coman entonces. —Adhara se cruzó de brazos.

—¡Meissa, no estás colaborando! Hay que darle tiempo para que lo analice, al final y nos va a hacer caso —dijo Tye, al tiempo que enfocaba sus ojos de luna en Amanda en un rápido movimiento. La rubia se encogió de hombros al sentir la tensión que todos despedían.

—M-miren... —Amanda hizo esfuerzos por no enfocarse en todas las miradas esperanzadas que tenía encima— No soy ninguna princesa, y si lo dicen por esto —dijo y les dio el collar de esmeralda—, pueden quedárselo, no lo quiero. No pretendo escuchar las jugarretas que... —Los recorrió con la mirada—. Que un grupo de amantes de los disfraces quieran hacer. Me voy.

—Repito lo que dije, que se la coman los corceles tenebris entonces.

—¡No! ¡espera! —Tye la sujetó del brazo antes de que saliera por la puerta— Es peligroso que te vayas así, los corceles...

—¿Hablan de sus amiguitos? Porque no creo que sean monstruos reales. —Ella se zafó—. Vayan a tenderle una trampa a otra chica, porque conmigo no va a funcionar.

Y dicho esto, la joven salió de la vivienda con un paso decidido, ignorando la oscura zona del bosque en la que se estaba internando. Tye la siguió con la mirada hasta que no pudo distinguirla entre toda a negrura de la noche, justo antes de largar un bufido y cerrar la puerta de un sonoro y preocupado portazo.

—¿Qué piensas hacer ahora, señor siempre tengo un plan? —preguntó Adhara, revoloteando por toda la habitación. El brillo que desprendía su pequeño cuerpo llenaba el lugar de una falsa aura tranquila porque, después de tanto tiempo, el pelinegro se había hecho casi inmune a sus efectos mágicos.

—No lo sé —repuso el chico, dándole la espalda mientras volteaba a ver a la luna. La imagen tan brillante hacía que sus viejos recuerdos empezaran a resurgir en su memoria. Eran imágenes que su madre nunca había querido que viera, pero desgraciadamente ahí estaban, guardadas en los rincones más oscuros de su atormentada mente—. Todo fue mi culpa...

Los seres alados se intercambiaron miradas al percibir que Tye estaba volviendo a recordar la huida del mundo de los Dioses; le decían que no lo hiciera, pero él siempre lograba ver de nuevo esa terrible escena en su cabeza cada vez que mirada el cielo en la noche. La luna parecía reflejarse en sus brillantes ojos, casi como si alguien en el más allá quisiera compadecer al melancólico muchacho a través de melodías que sólo él podía entender.

—Tye... —Meissa posó un manita sobre el hombro del pelinegro, hablándole con un tono suave y paciente— ¿Estás bien?

—Sí... —Él se pasó una mano por el rostro para despejarse—. Pero vayan con ella.

—¿Ir con quién?

—Sigan a Amanda, y asegúrense de que salga del bosque con vida.

Ellas asintieron.

✨✨✨

La luz del sol penetraba al interior cuarto a través de las delgadas cortinas, las cuales ondeaban como banderas al ser azotadas por el viento de la mañana

        

Las sombras que proyectaban los árboles no se veían nada amistosas, llenándola de una sensación extraña que le decía que en cualquier momento iba a salir una bestia de un rincón oscuro directo a devorársela. «Te estás comportando como un niña, sólo sigue caminando.» Suspiró profundo para llenarse de un poco de valentía y continuó con su recorrido con un paso tembloroso, analizando el lugar con extremo cuidado antes de poner un pie.

Era verdad... se estaba comportando como una niña miedosa ¿pero qué más daba? Todos son valientes hasta que se encuentran con un bosque oscuro...

La muchacha siguió avanzando mientras sentía que los ventarrones desenfrenados la ayudaban a... calmarse un poco. Siempre experimentó una sensación de seguridad al sentir el viento pegando en su piel, y esa no fue una excepción. La suave brisa ayudaba a que sus pensamientos fueran más claros, y mantenía su cabeza ahí, sin dejarla divagar más de lo que se debe.

Princesa maldita...




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