La maldición del sol

Capítulo V: Premonición

Un extraño escalofrío recorrió el cuerpo de Amanda al escuchar tal frase. Quiso voltear atrás para ver si los seres alados estaban visibles a sus espaldas, y al revisar de forma furtiva sobre su hombro, se dio cuenta de que atrás no había nadie, ninguna de las haditas insufribles.

—¿Cuáles chicas? —repitió ella, tratando de esconder sus nervios—. Aquí no hay más nadie.

La anciana entrecerró los ojos.

—Ah, no, ya se fueron. Ya no importa.

La rubia se encogió de hombros ante la extraña conversación. Su abuela era extraña, le había quedado bastante claro, pero el hecho de quizás por alguna razón pudiera ver a Meissa y Adhara, hacía que una intrigante sensación de estar al descubierto recorriera su ser.

Amanda prefirió no enfocarse en el tema y sentarse en la mesa junto a sus primos menores. Esa abuela no era técnicamente su abuela, pero bueno, era lo más cercano que tenía a eso y ya todos se habían acostumbrado a llamarle así. Sin embargo, la pobre Amanda no sólo la veía como un familiar más, sino que también como la persona más enigmática que pudiera existir.

Su abuela podía ser muchas cosas, y su supuesta habilidad de "ver el futuro" empezaba a cobrar más fuerza si se le sumaba el hecho de que, si no alucinó, vio a Meissa y Adhara de alguna forma. Entonces todo lo que pasaba era muy real, entonces aquella leyenda sí pasó, entonces ella era...

—No... —La negación escapó sola de sus labios, pero al darse cuenta de que había hablado se enfocó en otra cosa y empezó a juguetear con sus dedos, como gesto pensativo. La verdad era que sí, aquella leyenda podía ser verdad, su mundo podría estar en peligro, por lo que tenía que ir de nuevo al bosque a encontrarse con Tye.

La muchacha sujetó el collar de esmeralda en sus manos y volvió a leer la inscripción que tenía.

«Princesa maldita, primogénita del sol.»

Por alguna razón ahora se daba cuenta de que las letras tenían una caligrafía muy perfecta, como la de los profesores de castellano que parecen tener el alma de Picasso en los dedos a la hora de escribir.

El brillo de la deslumbrante joya volvió a sumir su mirada en un trance de fantasía, aglomerando su cabeza con imágenes peculiares, fugaces... y extrañas. Eran pequeños vídeos reproduciéndose en bucle en su ajetreada mente, como si quisiera hacerla caer en cuenta de algo... algo que venía, algo de lo que estaba huyendo.

Por segunda vez corría por el bosque, las ramas se enredaban en su pelo y raspaban su pálida piel, pero nada era importante ahora que... ¿qué estaba pasando? No lo recordaba. El camino se volvía borroso, pero podía sentir las pisadas de su perseguidor... no, no eran pisadas, era el viento que desprendían. Lo único que pudo ver antes de caer al suelo fueron esos ojos... azules y brillantes como el cielo, y tan profundos que parecían lo más recodo de su alma.

«Los ojos de ella...»

—Amanda, ¡Amanda! —El llamado de su tía la hizo dar un respingo que casi la hace voltearse para atrás sobre la silla. Se sujetó de la mesa para no terminar de caer y suspiró profundo para terminar de aterrizar en la realidad, el mundo al que estaba destinada pero del que siempre huía a través de su imaginativa cabeza— Hey, muchacha, ¿estás bien? Pensé que te había pasado algo.

—¡No, no! No, no, no. —Negó con la cabeza, repudiándose por ser tan ida en los peores momentos—. Sólo estaba pensando. ¿M-me ibas a decir algo?

—¿Dónde conseguiste ese collar? —preguntó su abuela con voz ronca, encogiéndose más y más en su asiento hasta verse como un pequeño bultito.

—¡Ah! Amanda rodó colina abajo y se lo encontró por ahí en el bosque —soltó Jin, sonriendo como todo diablillo angelical que era.

—¿Todavía te sigues cayendo? —inquirió su abuela, levantando sus cejas con asombro.

Un leve carmesí coloreó las mejillas de la rubia.

—S-sí... —afirmó en un suave susurro—. P-pero...

—¿Puedo ver el collar? —cuestionó mayor, alargando su brazo al tanteo para alcanzarla.

La chica lo pensó unos segundos, pero finalmente le extendió la joya y ella la tomó con delicadeza. Empezó a recorrerla con sus dedos bajo la mirada curiosa de todos, y al leer las letras, su expresión se ensombreció bruscamente, como una tormenta cubriendo el clima de verano.

—Maldición impuesta por la luz que trae la oscuridad —fue lo único que dijo la anciana antes de devolverle el collar a su dueña, quien la miró con una expresión confusa que luego se transformó en intriga. El resto de su familia tomó el enunciado como una simple broma, cuando para Amanda... aquellas palabras empezaban a buscar un sentido dentro de su ser.

«Luz que trae la oscuridad...»

«Ella sumirá esta mundo en las tinieblas.» La frase invadió su mente de pronto, y se estremeció al pensar en dicha profecía. Ahora sí, estaba desesperada por que llegara la noche para ir a la cabaña y sacar algunas respuestas. Pero quería ir en ese preciso instante, ¿y por qué no? Sí podía hacerlo.

—Eh... ¡voy a mi cuarto! —exclamó la rubia, justo antes de echarse a correr por las escaleras en dirección a su alcoba. En el camino sus pies chocaban entre sí, pero se esforzó por no caer al suelo, y mucho más si estaba toda su familia en el piso de abajo, mirándola como si se hubiera vuelto loca.

Entró a la habitación y azotó la puerta de golpe, estaba nerviosa como si fuera a cometer un crimen, cuando la verdad lo que iba a hacer era internarse en el bosque a buscar la dichosa cabaña. Sólo eso, y así lograría salir de dudas para que su cabeza no fuera a explotar.

Y claro, no faltó que sus pies la hicieran trastabillar hasta caerse al suelo.

—¡Hey, princesa! —La voz de Adhara a sus espaldas la hizo voltear a ver al ser alado sobrevolando su habitación, dejando chispas color bronce por donde fuera que pasara, mirándola con sus ojos vacíos y cobrizos— ¿Por qué tan asustada?




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