La maldición del sol

Capítulo VI: Recuerdos silenciosos

Caminaba con parsimonia por las luces azuladas que había en aquel extraño lugar. Eran como luciérnagas que llenaban su cabeza de melódicas voces, de susurros, de mensajes que alguien tenía que cumplir.

Eran ideas clamando por atención.

Ella sabía muy bien lo que tenía que hacer, debía detener aquellas infracciones en contra del mundo de los Dioses, todos los que se salieran de las normas iban a pagar con sangre. Ya nada le importaba.

Un segundo... ¿qué estaba pasando? ¿a dónde se dirigía?

Esas cosas... esos ojos grises que tenía enfrente le parecían muy familiares. Y la aberración que tenía al lado también.

¿Aberración?

«Ella incumplió las normas.»

Ahora el bosque se veía diferente... más tétrico, más apagado, ya no hacía tanto calor. ¿Cómo llegó? No lo sabía, pero prefería ver como las gotas de luna descendían hasta impactar con la tierra.

El ser maldito lloraba.

Ellas se lamentaban.

Y aquella rubia también estaba a su lado.

«Hija condenada a vivir en desgracia.»

Pero era ella. ¿Cómo podía ser? Pero lo más importante... ¿quién estaba a sus espaldas?

Un latigazo se estampó contra su hombro.

Y al caer al suelo observó sus ojos azules tan penetrantes.

«Eres tú.»

Los pétalos de las rosas ya habían caído.

A ella le gustaban bastante...

Y ahora, la joven rubia miraba con ojos sorprendidos aquel ser al que siempre le temió, ese cuyos ojos parecían dos cristales capaces de ver su alma, ese que tanta luz irradiaba mientras se acercaba a su objetivo. Esa persona cuya sonrisa ladeada parecía resaltar.

«Me dio una rosa.»

—¡Princesa, princesa! —Una pequeña voz hizo que Amanda resurgiera de aquel ensueño, pero ahogándose en otro mar de confusión al verse recostada en su cama, con aquellas haditas revoloteando a su alrededor de forma rápida. Miles de vídeos cortados asaltaban su cabeza cuando cerraba los ojos, se sentía pesada, su mano dolía, se estaba ahogando en esas horribles situaciones.

La rubia tosió estruendosamente para intentar normalizar su respiración, pero sólo consiguió obtener un horrible ardor en la garganta. Tenía ganas de llorar, quería gritar, su cabeza no paraba de recibir punzadas de escenas que no lograba comprender. Era un mar de desconocimientos.

—Princesa... —Meissa se acercó a su rostro con delicadeza, pasando su dedito por las heridas de la rubia, dejando así un montón de chispas plateadas a su paso—. Shhh, vas a estar bien, calma.

—¿Q-qué...? ¿qué... pasó?

—Mucha sangre. —Adhara sobrevoló hasta estar junto a ella—. ¿En qué cabeza cabe agarrar todo un ramo de rosas con espinas así como si nada?

—¿Q-qué...? —fue lo único que escapó de los labios de la rubia, pues se sentía muy débil para soltar todas las preguntas que se estrellaban contra su mente. Ante sus ojos esas extrañas chispas brillantes parecían miles de personitas.

—Shhh... parece que alguien viene —musitó Meissa, analizando el lugar con sus ojos vacíos. Efectivamente, el sonido de un rápido andar empezaba a hacer crujir las tablas de madera en dirección al cuarto, instando a las haditas a buscar un escondite cuanto antes.

Sobrevolaron el cuarto dejando chispas hasta por fin esconderse dentro del clóset, aunque Amanda no sabía por qué hacían eso cuando simplemente podían volar tranquilamente hacia allá.

La puerta del cuarto empezó a abrirse lentamente, con lo que le brindó la entrada a las siluetas de Jin y Jimy en la habitación. Los pequeños castaños observaron el cuarto con interés, y al ver a su prima despierta sus ojos oscuros resplandecieron con entusiasmo.

—¡Amanda! —Ambos se tiraron sobre la cama, a lo que la joven se echó para atrás para que pudieran caber más cómodos. Su cabeza seguía doliendo pero ya se acostumbraba a la sensación, así que sus ojos pudieron advertir que su mano se hallaba envuelta en vendas un poco impregnadas de sangre.

—A-ay... —se quejó ella, apretando los labios al palpar la herida que tenía. Su mano ardía bastante y sentía pequeñas agujas clavándose en su piel, como piquetes finos a montón. Lo que había sucedido la tenía desconcertada, y el mareo sólo hacía que las imágenes de sus recuerdos se mezclaran con su verdadera visión.

—¿Cómo estás? —preguntó Jin acostándose en el regazo de su prima, brindándole una angelical mirada con sus ojos cafés.

—B-bien... —Amanda se estrujó la cabeza y suspiró profundo, llenándose de la calma que había estado necesitando—. ¿Cuánto tiempo...?

—¡Amanda! —Esa voz la hizo dar un inesperado respingo. Volteó a ver sobre su hombro encontrándose cara a cara con las preocupadas facciones de su tía, quien no la dejó reaccionar en cuanto se lanzó hacia ella para abrazarla. La rubia se encogió en sí misma, pero aun así correspondió al gesto—. ¿Cómo estás, muchacha? ¿te sientes bien?

—E-estoy bien... —musitó tímidamente, envolviéndose en la cálida presencia de su tía.

—¿Por qué agarraste tantas flores de rosas? Tu tío te dijo que...

—F-fue un accidente —se limitó a responder, más absorta en la ilusión de sus pensamientos que en otra cosa. Esos recuerdos tan vívidos... las imágenes, las voces, todo apuntaba a que se estaba enfrentando a un posible destino catastrófico, y a pesar de no recordar mucho de eso, las sensaciones que experimentó nunca se borrarían.

Jin y Jimy se fueron en un rato, y en pocos minutos volvieron con los demás. Jixy examinó la herida de su prima con sumo cuidado, mientras Joan le pasaba los implementos que iba a usar. Los gemelos permanecían a un lado de la rubia, internamente rogando por que ella se recuperara. No era un secreto que, cuando uno de la familia se caía, todos iban a su rescate.

—Listo de nuevo. Ya te cambié las vendas. —Jixy sonrió satisfecha y enfocó sus ojos en los grises de Amanda, pero la rubia parecía ida, divagante y absorta en el montón de pensamientos que asaltaban su mente—. ¿Estás bien?




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