La maldición del sol

Capítulo VII: Nuevas amenazas

—¿Q-qué...? ¿qué rayos fue eso? —preguntó el pelinegro, tirándose sobre el sofá luego de haber corrido tanto para ir a buscarlas.

—Sí... es cierto, Tye —habló Meissa en tono cansado, sosteniéndose la herida que tenía en el brazo para cubrirla de cualquier mirada. La abertura le dolía como el infierno pero no podía darse el lujo de ceder contra esa debilidad, se recuperaría pronto, siempre era así. Pero al parecer estaba tardando mucho en recuperarse—. ¿Qué causó ese pequeño tornado?

—C-creo... que fui yo... —musitó Amanda, con las mejillas rojas debido a que todos tenían puestos sus ojos en ella. Y hay que sumarle a eso el malestar que tenía por su herida en la mano, había una extraña sensación de hormigueo en dicha área.

—¡Son los poderes de la primogénita del sol! —exclamó Adhara, sobrevolando la habitación una y otra vez mientras su cuerpo desprendía toques brillantes color bronce—. Sí es ella, tenemos ventaja con sus poderes. Podemos patearles el trasero a los soldados tenebris.

—¿P-poderes? —La pregunta escapó de los labios de la rubia, quien se encontraba sentada en uno de los sillones, encogida en sí misma tímidamente—. ¿Cómo que poderes? No entiendo... yo no...

—Tienes los poderes del sol, ¡y son muy fuertes por lo que veo! —celebró el ser de cabello cobrizo, con una sonrisa dibujada en sus delicados labios. Sin embargo, su respuesta no fue lo suficientemente clara para la joven.

—Cálmense... —resopló Tye, incorporándose sobre las palmas de sus manos para acercarse a Amanda. La muchacha le dedicó una sonrisa tímida y un poco desconcertada—. ¿Cómo estás? ¿te hicieron daño?

Ella negó con la cabeza.

—Me alegra que hayas...

—T-Tye... —Un llamado débil de Meissa lo alertó, instándolo a alzar la mirada sólo para ver como una sustancia negruzca salía de una herida que tenía en el brazo. La pequeña hada se desplomó en el suelo inmediatamente, y el joven no esperó más para ir a ayudarla.

—¿Q-quién te hizo esto? —cuestionó el nervioso chico, tomando el frágil cuerpecito del hada para abrazarla contra su pecho. No soportaba que alguien que quería sufriera, no otra vez, su corazón era muy débil—. Meissa habla, por favor. ¿Qué te hizo esto? ¿f-fue un soldado tenebris?

—No... —musitó débilmente, aferrándose a la tela del suéter del chico para hallar calidez—. L-Látigo...

Amanda no sabía cómo entrar en la escena, así que sólo se les acercó para ver en qué podía ayudar.

—¿De quién? —preguntó Adhara, aterrizando a un lado de ellos con sumo cuidado.

—¡Meissa, Meissa, responde! —suplicó Tye, destrozándose al sentir que el cuerpo del hada perdía fuerza entre sus brazos. Sentirla así de débil... llenaba el vaso de la impotencia que yacía en su interior, odiaba ese tipo de situaciones, odiaba tener que sufrir, odiaba tener que repetir ese horrible momento de su vida que tanto se esforzaba por olvidar—. ¡Adhara haz algo! ¡no dejes que muera! ¡no otra vez! ¡Adhara!

El hada de cabello cobrizo se acercó a su contraria para examinarla detalladamente. Su cuerpo estaba frío, pero percibía que todavía estaba respirando. Era estable, pero el pelinegro parecía no comprenderlo, prefería encerrarse en sus traumas pasados y repudiarse por aquello que tanto se arrepentía de hacer.

—T-tye... Meissa está bien, no...

—¡Mentira! —sollozó el chico, dejando que su inestabilidad saliera a la luz— ¡me dijiste lo mismo la última vez! ¡y ella murió, Adhara! ¡está muerta, y lo sabes! M-Meissa va...

—Meissa está bien. —Adhara le sujetó el rostro entre las manos, observando sus lindos ojos de luna igual de empañados que ese día. Era tan frágil... tan melancólico, tan indefenso como un niño que escondía su dolor—. Te prometo que no le va a pasar nada, ¿ok? —Su tono fue más compasivo de lo usual, y Amanda no pudo evitar sentir tristeza al ver el estado del chico.

El joven asintió, justo antes de que los brazos de la rubia rodearan su cuello como gesto compasivo. Ahora se sentía como un bebé, no debió haber exagerado tanto, esa era su peor debilidad: preocuparse demasiado.

El color se le subió al rostro, ¿acaso nunca sería capaz de controlarse? Su inestabilidad lo hacía un ser tan frágil...

¿Por qué tuvo que nacer así?

«Estás condenado.»

—Sí... bien, disculpa —dijo, secándose las lágrimas brillantes que surcaban sus mejillas ahora enrojecidas. Quería olvidarse del tema, no quería recordarlo, además de que las miradas compasivas sobre él lo hacían sentir mucho más indefenso.

—¿Q-qué le pasa a Meissa? —se alzó la voz tímida de Amanda.

—Ella... sólo tiene una herida extraña, es todo.

—¿Cómo que herida extraña?

—No sé... —El pelinegro la alzó en sus brazos y la colocó sobre el sofá delicadamente. Sus ojos de luna se veían opacos, sombríos, y casi podía decirse que eran dos estanques de sufrimiento oculto, recubiertos de brillos—. P-pero bueno... —Miró a Amanda, esforzándose por recobrar la compostura para seguir con la conversación—. En fin... m-me alegra que hayas recapacitado. Quiero decirte que...

—¿Y si te doy por la espalda para ver esas palabras se desatoran? —bromeó Adhara, volviendo con su actitud burlona con una sonrisa dibujada en los labios, gesto que ella muy bien sabía fastidiaba al pelinegro. Era oficial, no podían mantenerse serias ni en momentos que lo ameritaran.

—Déjame. Yo puedo hacer la explica...

—¿Y si me dejas a mí? —Ella le hizo ojitos tiernos, denotando lo vacío de su mirada mientras esparcía chispas cobrizas por toda la habitación—. Ya sabes, para apresurar las cosas. Tú pareces un tuqueque con indigestión tratando de hablar.

—¡Adhara!

Amanda rio ahogadamente, y trató de deshacer el sonido cubriéndose la boca con sus manos. Pero ni siquiera funcionó porque su mini carcajada sí se había logrado oír, haciendo que el joven ojos de luna se encogiera de hombros y frunciera el ceño.

—L-lo siento... —musitó, jugueteando con sus dedos para enfocarles su avergonzada mirada. Sin embargo, Tye sólo hizo un pequeño mohín de fastidio y se sentó a su lado. No estaba molesto, pero sí un poco harto de todos los inconvenientes.




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