La maldición del sol

Capítulo IX: Ene(a)mistad

«Oh, libration. Comes in whatever form to save me.»

Amanda caminaba con parsimonia a través de un inmenso vacío blanquecino, tan hermoso, tan calmo, en donde ninguna preocupación existía. No recordaba el cómo había llegado hasta ahí, pero tampoco se enfrascó en eso y siguió caminando al ritmo de siempre, observando las chispas plateadas se enmarañaban en sus rubios cabellos.

—Lo amaba tanto... —Oyó una voz que hizo que sus sentidos se alertaran. Volteó a ver a todas partes, encontrándose con una mujer de espaldas a ella, por lo que sólo se veía su cabello plateado ondeando el en frío viento, atado en una coleta alta.

—¿M-Meissa?

Se oyó una risa suave.

—Él era igual de curioso que tú, ¿sabes? —La voz era dulce y pacífica, llenaba el corazón de Amanda de una extraña tranquilidad que nunca antes había sentido. La sensación la hizo acercarse más a donde estaba la mujer. Pudo observar que tenía puesto un hermoso vestido blanco con tonos celestes.

—¿Q-quién eres?

Oh... sigue siendo tan frágil... por favor haz que se vuelva fuerte.

—¿Qué? ¿de quién está hablando?

Amanda se acercó lo suficiente como para poder tocarle el hombro. No se lo esperaba, pero la mujer se convirtió en cenizas que fueron arrastradas con el viento en una suave estela de brillos. 

Inmediatamente escuchó un llanto infantil y suave que la hizo estremecer. El lugar antes pacífico se derrumbó frente a sus ojos, haciendo agujeros por donde la luz de sol lograba entrar. El hermoso sitio ahora se oscurecía lentamente a cada paso de Amanda.

Quiso gritar, quiso correr pero unos brazos masculinos la apretaron con fuerza, inmovilizándola y ahogando cualquier quejido que quisiera escapar de sus labios. Una lágrima se deslizó por su mejilla, pero su captor la secó con una suave caricia. El gesto no la tranquilizó, pues quien la tenía capturada despedía una energía oscura.

—Tranquila, ¿no se supone que debo quererte, hermanita?

Un grito escapó de sus labios al oír tal cosa, mientras una fuerte onda de viento sacaba a volar todo lo que la rodeaba, incluyendo a su captor. La rubia cayó al suelo, raspándose las rodillas con el suelo duro. Su nueva herida empezaba a manar sangre, pero eso no fue distracción en cuanto la oscuridad del lugar amenazó con tragársela.

Volvió a caer al suelo debido a su torpeza, recibiendo un dolor agudo en su espalda y extremidades. De pronto sintió que estaba recostaba en una dura superficie, además de sentir que sus brazos y piernas estaban rodeadas por un material muy duro.

Quiso emitir un sonido, pero su boca estaba sellada.

Abrió los ojos de golpe encontrándose con que estaba en casa de Tye, eso la calmó un poco. Sin embargo, segundos después se dio cuenta de que estaba amordazada y atada a una silla de madera. Su corazón palpitaba fuerte, su frente estaba llena de sudor frío y ni siquiera se dio cuenta de que una joven de cabello azul la estaba observando.

—¡Hmp! ¡mp! —Forcejeó contra las ataduras, pero aquel material era tan resistente que sólo se ganó un fuerte ardor en sus muñecas y tobillos. Su mano ardía más que nunca, y la humedad en la cara sólo la desesperaba más.

Recorrió el lugar con la mirada, dándose cuenta de que Adhara y Meissa estaban maniatadas en el suelo, rodeadas por un aura azul que les impedía mover sus alas. Tye estaba amarrado en el sofá, amordazado también y luchando por liberarse. Su suéter con capucha le cubría las facciones.

Una sustancia negruzca salía de las heridas del látigo.

Amanda no pudo seguir viendo ya que aquella muchacha de pelo azul interrumpió su campo visual, poniéndose frente a ella de forma intimidante. Sus alas estaban replegadas en su espalda, pero no parecía dudar en abrirlas si el momento lo requería. Estaba alerta, sus ojos oceánicos eran la mayor señal de eso.

Ella era tan impasible, tan seria, que parecía no tener emoción alguna. Sus ojos eran brillantes y cautivadores, y junto a sus labios azulados, de verdad se veía como un pedazo de cielo nocturno lleno de luz.

Pero lo que más le llamaba la atención, era la media luna que flotaba sobre su cabeza.

La chica no se le quedó viendo más tiempo y se dirigió a Tye, para después inclinarse sobre el sofá y lograr analizarlo con detalle. El pelinegro forcejeaba con fuerza, pero sólo lograba rasparse con las ataduras alrededor de sus muñecas y tobillos. El miedo en sus ojos de luna estaba cubierto por su suéter.

—¡No le hagas daño! —suplicó Meissa a lo lejos, derramando lágrimas a montón y tratando de hacer reaccionar sus alas. Pero no podía, estaba llena de impotencia al ver que la persona por la que tanto habían luchado estaba a punto de ser lastimada. Debieron haber tenido más cuidado, pero ahora estaban más condenados que un principio.

Esa chica extraña iba a matarlo, su mirada vacía así lo demostraba.

—¡No lo toques! ¡aléjate de él! —vociferó Adhara, apretando los labios para evitar soltar quejidos debido al ardor en su espalda. Sentía un líquido tibio recorrer sus heridas, y no tardó mucho en darse cuenta de que era la misma sustancia negruzca en la herida de la otra hada.

La joven alta y misteriosa volteó a verlas, pero alzó los hombros con indiferencia y volvió a clavar sus ojos en los anónimos rasgos de Tye. Le habían encomendado una misión, y no dudaría en llevarla a cabo. Invocó una daga de plata y la tomó en sus manos con firmeza, para después recargar el filo sobre el pecho del muchacho, justo al nivel del corazón.

La respiración del joven se aceleró al sentirse más amenazado que antes. Quería gritar, quería soltarse de una buena vez pero las ataduras eran demasiado fuertes como para permitírselo. Lágrimas brillantes recorrieron sus blancas mejillas al concluir en la idea de que ese sería su final.

—¡No lo hagas! ¡detente! —suplicó Adhara, arreciando sus forcejeos sin éxito alguno.




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