La maldición del sol

Capítulo XI: ¿Me ves?

La familia de Amanda recorría la oscuridad del bosque con premura. Las ramas y las hojas viejas de los árboles crujían bajo sus pasos, haciendo que el temeroso Joan, quien contaba con la única linterna en sus manos, se estremeciera del susto como un animalito sin protección.

—Dame acá eso. —Jixy le arrebató el artefacto luminoso sin vacilar, contaba con más valentía para ir adelante—. Pareces una gelatina...

—Cállense. —La voz de su abuela los silenció. Aquella mujer, a pesar de estar supuestamente enferma, no había mostrado señales de cansancio en toda la caminata. No paraba, ni un segundo, haciendo que los jóvenes se preguntaran hasta qué punto iban a llegar, e incluso si lo que estaban haciendo no era otro de los delirios de su abuela.

—Obedezcan —habló su tío, siguiéndolos con pasos titubeantes pero seguros. Él conocía muy bien ese lugar, pero había dejado de ir para allá debido a los reclamos de su esposa, quien parecía tenerle al bosque un miedo sin razón, motivo por el que se quedó en casa junto a los gemelos.

—Abuela... ¿cuánto falta? —se quejó Joan, levantando los pies de un enredo de plantas que había atrapado sus pantuflas.

—Falta lo que tenga que faltar... —Su voz ronca hizo eco en lo más recodo del bosque.

—No creo que...

¡Sas!

Antes de terminar la frase, una onda de energía pasó a toda velocidad, cortando las hojas de los árboles y transmitiendo un aura de tristeza que dejó una temperatura muy alta. Su tío se colocó delante de ellos como forma de protección, pero la misma energía empezó a desprenderse del suelo con una fuerza que los hizo caer.

Jixy cayó sobre las raíces de unos árboles, pero se las arregló para atajar a Joan en sus brazos y que no se lastimara. Su tío también cayó, pero la mujer que los estaba guiando seguía de pie, como si nada hubiese sucedido segundos antes.

Aquel aura de misterio tan juguetona que despedía empezaba a aterrarlos.

—¿Qué? ¿están sorprendidos? —Su abuela los miró con una sonrisa—. Esto apenas comienza, vengan, hay que seguir.

Y dicho esto, como si estuvieran en el lugar más seguro del mundo, siguió avanzando a paso lento y pacífico. Sus acompañantes se preguntaban cómo era que podía ver entre tanta oscuridad, sin tropezarse, sin sorprenderse por el rayo luminoso que habían visto. Sin embargo, prefirieron guardarse sus preguntas para después y así seguir con el camino.

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Sin embargo, prefirieron guardarse sus preguntas para después y así seguir con el camino        

—¡Zahira, ten cuida...! ¡ahhhh! —La rubia soltó un grito al sentir como casi se caía de los brazos de la muchacha de cabello azul. Al ver que correr por el bosque no servía de mucho, la imponente joven había tomado la decisión de agarrarla de los brazos para alzarse por los aires y abarcar más terreno.

Y ahí estaba la pobre Amanda, chillando por querer bajarse y lanzando patadas al aire para ver si se lograba soltar. Aunque tampoco era una idea inteligente puesto que si sus planes salían como deseaba, terminaría estrellándose contra la tierra luego de una caída de más de seis metros.

Oh Dios... apenas descubría que le tenía miedo a las alturas, y cada vez que bajaba la cabeza le entraban ganas de vomitar. Sus mechones rubios se le atravesaban en el rostro y tenía varios de ellos en la boca, y, a pesar de que el viento huracanado se estampara contra su cuerpo debido a la velocidad de Zahira, en su frente habían aparecido unas gotitas de sudor frío.

Meissa y Adhara iban alrededor, un tanto más rápido debido a que los ojos de ambas eran mejores al analizar sitios oscuros. Pero por mucho que recorrieran las copas de los árboles con la mirada, no lograban encontrar ni siquiera un mínimo destello que les dijera que su pequeño niño estaba por ahí.

El único indicativo de que estaba por el bosque era que había menos estrellas de lo normal, cada una esfumándose cada vez que derramaba una de sus brillantes lágrimas.

Era de esperarse que la situación las tuviera al borde. Los poderes de Tye siempre habían sido inestables debido a sus emociones, y ahora que estaba llorando por ahí, los flujos de energía y el nivel de agua de los estanques cercanos empezaban a mostrar comportamientos extraños.

Incluso los animales lo seguían mientras caminaba, y ahora se valían de la ausencia de estos para ver qué camino había tomado Tye.

Las alas de Zahira eran enormes y fuertes, creaban una potente ventisca por donde pasaba, y aun así podía ir más rápido pero prefería considerar el mal estado de la rubia. Su cabello azulado se movía de aquí allá con el viento de sus alas, y la luna sobre su cabeza emitía un potente fulgor cada vez que un rayo de energía plateada se dejaba ver entre la oscuridad del bosque.

—¡Allá! —Meissa apuntó hacia un punto de los árboles, en donde se arremolinaba una energía potente. Las tres se dirigieron hacia allá, pero aquella fulgurante luminiscencia desprendió un rayo hacia el cielo, haciendo que empezara a descender una lluvia copiosa que las empujó lejos de su objetivo.

Las manos de Zahira empezaron a perder fuerza sobre el agarre de Amanda. La joven alada estaba demasiado ida en el hecho de encontrar a Tye, haciendo que nadie pudiera hacer algo para evitar que Amanda se deslizara entre sus dedos, y que, en medio de un grito, terminara cayendo al vacío del bosque desde metros de altura.

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La joven alada estaba demasiado ida en el hecho de encontrar a Tye, haciendo que nadie pudiera hacer algo para evitar que Amanda se deslizara entre sus dedos, y que, en medio de un grito, terminara cayendo al vacío del bosque desde metros de altura        




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