La maldición del sol

Capítulo XII: Ella

Chispas plateadas se arremolinaban frente a los ojos de la rubia, quien, con la cabeza casi ausente de ideas, recorría los extensos tramos de bosque como si no existiera ningún tipo de peligro a su alrededor.

El ambiente estaba estático, mudo y desvanecido ante cada paso que osaba en poner sobre las ramas de los árboles. Los vientos calmos revolvían su cabello pacíficamente mientras sus ojos grises observaban las plantas a su alrededor, creciendo con rapidez.

Amanda echó la cabeza para atrás en un intento por silenciar las voces que habían empezado a martillar sus oídos, pero hubo una, una específico, que la hizo abrir los ojos con sorpresa. Ante sus ojos se alzaba el bailoteo de una pequeña niña de cabello rosado, tan largo que le caía como cascada por los hombros hasta mitad de su espalda. Su mirada azul chocó con la grisácea de la rubia, y por unos instantes, Amanda pensó en ir tras ella cuando la niña salió corriendo a través del bosque.

Pero no... los árboles empezaron a cambiar de nuevo; pasaban a ser altos y frondosos, tanto, que Amanda quedó enredada en uno de ellos. Las hojas y arbustos se veían más verdes de lo normal, mientras que el ambiente se llenaba de una brisa tranquila y húmeda.

Frente a ella pasaron dos jóvenes; había una chica de cabello castaño claro, con ropa roja y pantalón corto negro, que estaba tomada de la mano de un muchacho con el mismo color de cabello, sólo que más oscuro. Su ropa era azul, y su semblante reflejaba molestia.

La chica de ropa roja salió corriendo de pronto, haciendo que su acompañante corriera para perseguirla. Ahora ambos se estaban riendo.

—¡Kira, regresa!

El escenario volvió a cambiar, los árboles se volvieron menos espesos, brindándole la visión de un muchacho de ojos color miel y cabello gris caminando por el bosque. Su expresión reflejaba el más puro de los desganos, como si la vida le hubiese caído a palazos.

Amanda intentó salir de entre los árboles para detallarlo mejor, pero se detuvo al ver a una pequeña niña de cabello blanquecino detener su caminata frente al otro muchacho. La chiquilla se veía inocente, pero al ponerse una mascarita gris sobre sus blancas facciones, sus ojos parecieron cambiar de inofensivos a malvados.

Ella le dio un golpe seco en la cabeza y lo dejó inconsciente.

E inmediatamente el escenario volvió a cambiar.

Ahora mostraba a un hombre rubio corriendo con desesperación, apartando ramas para abrirse paso mientras las hojas crujían bajo sus pies. La rubia quiso acercársele pero no podía moverse, de nuevo, era una simple espectadora dentro de aquella visión. La luz del sol estaba más potente que nunca, o al menos así le pareció al ver hacia arriba y quedar encandilada.

El hombre rubio se detuvo en un extenso pastizal, en donde los vientos eran más o menos fuertes y donde figuraba un pequeño estanque cristalino justo en el centro. Sin embargo, lo que hizo que los ojos de Amanda se abrieran de par en par, fue la figura femenina que se veía dentro del agua, sentada en la orilla, con las piernas chapoteando mientras escasas chispas se arremolinaban a su alrededor.

El hombre se le fue acercando con cautela, casi como si quisiera asustarla, pero en el momento más inesperado la mujer castaña se dio la vuelta, mostrando sus ojos claros pero igual de penetrantes que los de un demonio. Le parecieron conocidos.

Amanda aguzó la vista al no poder creer que... ¿el agua del estanque se estaba evaporando?

—Ágata...

—¿Qué haces tú aquí? —El tono de la mujer fue cortante en extremo.

La joven vio como los labios del hombre rubio se movían, pero ya no lograba escuchar nada, sólo sentía que su cuerpo estaba perdiendo la movilidad, mientras la imagen que tenía enfrente se convertía en una mancha borrosa de color plateado.

Quiso gritar al sentir una presión en el cuello, era como algo mojado y tibio... sí, era algo cálido y húmedo que le estaba recorriendo la frente, las manos, el cuello, los brazos... ¿pero qué era?

—Amanda...

Se olvidó completamente de las imágenes antes vistas y se concentró en saber qué era aquello que la estaba mojando, pero no lo lograba, a su cuerpo se le hacía muy difícil reconocer ese tacto tan frío y rugoso, pero por unos míseros instantes, su sentido del olfato la hizo consciente de que alguien estaba preparando chocolate caliente. Sí, sí, nadie iba a negarle que su bebida favorita estaba por ahí.

—Amanda... —Ese llamado lo sintió más cerca, al tiempo que una mano pasaba por su frente a modo de caricia. Luego de unos segundos de meditar, pudo distinguir quién era, la voz de su prima Jixy era inconfundible.

Fue ahí que cayó en cuenta de que estaba soñando.

Y fue ahí que pudo abrir los ojos.

Sintió como si la sacaran de una piscina luego de haber estado horas y horas ahogándose en el fondo, inhaló bocanadas de aire hasta que su respiración se tornó ruidosa, y apretó las sábanas entre sus puños como una forma de sentir que estaba en la realidad. Tosió ruidosamente en varias ocasiones hasta por fin darse cuenta de que estaba en su casa... acostada en el sofá y con vendas en los lugares en donde tenía heridas.

Se llevó ambas manos a la cabeza al volver a sentirse desconcertada, como una extranjera perdida en los caminos de la realidad que no lograba entender el porqué de su cansancio. Sin embargo, en vez de enfocarse en eso o en las imágenes que acababa de ver, se esforzó por girar la cabeza hacia un lado. Sus labios formaron una sonrisa al ver Jixy y a Joan sentados a un lado de ella, sonrientes también. Detrás de ambos estaban los gemelos.

La casa estaba bañada en la luz de la luna, brindándole una coloración azulada a las cosas que se hallaban alrededor, incluyendo las pieles de sus familiares. La brisa azotaba las plantas del exterior, las cuales proyectaban sus sombras en las paredes marrones de aquella acogedora pero ruidosa vivienda.




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