La maldición del sol

Capítulo XIII: Encuentros

El viento revolvía con salvajismo el cabello de las jóvenes aladas que, si bien no tenían razones para detenerse, el cansancio las había obligado a bajar la velocidad. Los ojos de Adhara empezaban a reflejar desilusión, pues no había rastro de Amanda ni de Tye en todo el bosque. Habían perdido a los primogénitos, la única misión que les había encomendado la Diosa de la luna antes de morir.

—Deténganse —ordenó Meissa, justo antes de soltar un resoplido de ira. Las cosas no estaban saliendo bien, sobre todo al darse cuenta de que al sol no le faltaba mucho para salir. Si amanecía y Tye y ellas seguían ahí, no quería imaginarse lo que sucedería. La Diosa del sol tenía ojos en todas partes cuando era de día, por lo que lograría con mucha facilidad saber su ubicación. Por eso ellas no podían salir al bosque cuando el sol era dueño del cielo, jamás.

Mientras, los ojos azules de Zahira recorrían el bosque con insistencia. Su mirada estaba menos fuerte de lo normal, producto de la preocupación que la embargaba. El hijo de la luna, Tye, había sido su mayor tesorito en cuanto nació. Recordaba muy bien el día en el que habían anunciado su nacimiento; todo el mundo de los Dioses había estallado en júbilo, y ella, como fiel soldado de la corte de la luna, se había impuesto la tarea de proteger a ese hermoso niño. Desgraciadamente después de unos años se anunció que un terrible accidente le había quitado la vida a la familia de la luna, acontecimiento que destrozó el corazón de la joven, que tanto amor les había profesado al pequeño pelinegro y a su madre, su líder.

Luego de aquello pasó a servirle a la Diosa del sol, pero ahora que sabía que lo del accidente había sido su culpa, no pensaba seguir formando parte de ese equipo. Ahora con orgullo estaba con los malditos del cielo, como la nebulosa fiel que era.

En sus labios se formó una sonrisa melancólica.

—Miren allá... —Meissa señaló un punto en el bosque, en donde se veía un ligero movimiento, como de alguien caminando—. Quizá sean Amanda y Tye...

—¡Vamos hacia allá!

✨✨✨

El corazón de Tye había estallado de emoción cuando la oyó decir algo de su madre        

El corazón de Tye había estallado de emoción cuando la oyó decir algo de su madre. Su carita de niño desolado rogaba que esa señora no le estuviera mintiendo, pues esperaba con ansias oír algo de su progenitora, esa mujer que tanto había amado, y que se había llevado el pedazo más grande de su corazón al morir. No pudo retener las lágrimas cuando pensó en eso.

—No llores, Tye... —le dijo la mujer, acariciándole el pelo—. Eres muy fuerte, tu madre lo sabe. Y te puedo asegurar que te está viendo a través de la luna.

Él apartó la vista, tímido.

—Supongo que quieres saber quién soy, ¿verdad? —El pelinegro asintió con debilidad, con un brillo de inocencia inigualable en sus ojos de luna. Esos orbes eran extremadamente preciosos, como las estrellas más brillantes en una noche oscura; estaban llenos de pureza—. Tu madre se hizo amiga mía hace tiempo, Tye, ¿no te habló de mí? —Él negó, a lo que la mujer sonrió son ternura—. Bueno, si quieres que te siga contando. —Miró al tío de Amanda, que seguía ahí con ellos—. Pondré a ese hombre a dormir.

—¿Q-qué?

La mujer no esperó y lanzó hacia el hombre un polvo plateado. Él quedó dormido en unos instantes, tan rápido que Tye palideció del asombro.

—¿C-cómo...?

—El polvito fue un regalo de tu madre, tú tranquilo, no hace daño. Pero shhhh —lo silenció, mientras él se sorprendía de su tono de voz tan jocoso y lleno de cariño. Aquello lo hizo sentir muy seguro—. Estamos hablando de algo secreto. Como te decía, tu madre y yo nos conocimos hace tiempo. Ella me contó que había descendido a la tierra porque estaba muy preocupada por nuestro planeta, que su compañera había comenzado a comportarse de una manera muy extraña; también me contó que había prohibido el cruce entre criaturas de su mundo y los humanos, pero que ella había desobedecido.

»Me dijo, entre lágrimas brillantes y encantadoras, que estaba esperando a un niño cuyo padre era humano. —El pelinegro asintió, pues muy bien sabía que no era un individuo puro, como les decían a los descendientes de un linaje de Dioses. No, él era un híbrido, ya se lo habían dicho—. Sabía que a su compañera, a la que denominó "Diosa del sol", no le iba a gustar aquello. Temía por su niño, temía por su pareja, temía por la vida en este lugar, una vida que la Diosa del sol deseaba destruir.

»La verdad, al escucharla pensé que estaba delirando, pero tiempo después comprendí. —La mujer sonrió amistosamente, besando de nuevo los cabellos oscuros de Tye—. Comencé a interesarme más por el asunto, así que ella cada día bajaba a hablar conmigo. Nos hicimos muy buenas amigas... e incluso pude conocer a tu padre. Era un hombre bastante apuesto. —Le guiñó un ojo—. Eso fue algo que le heredaste. —El comentario hizo enrojecer a Tye, pero la mujer sólo se rio.

»Eres adorable —le dijo ella, apretándole las mejillas rojas—. Desgraciadamente tu padre murió en un accidente de caza... —Su voz se ensombreció—. Tu madre sufrió demasiado, pero su encanto lo sabía esconder muy bien. Le ofrecí mi apoyo en lo que necesitara, pero ella, con la sonrisa de siempre, alegaba estar bien.

De pronto el alrededor empezó a oscurecerse, la luna se veía más opaca de lo usual, y Tye se preguntó si su madre estaba escuchando el mini relato.

Las facciones de la señora se endurecieron, pasaron a mostrar una emoción bastante fúnebre.




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