La maldición del sol

Capítulo XIV: Dulces mentiras

El frío se colaba en el cuarto de Amanda a través de las ventanas entre abiertas. La muchacha, con su holgado pijama de color blanco, se estiró en la cama hasta hallar acomodo. A mitad de su sueño Joan había llegado a casa, junto a Jixy, su tío y su abuela, así que ahora el joven pecoso estaba recostado en la cama de enfrente, acurrucado entre varias cobijas.

Luego de observar a su primo dormir durante unos segundos, la rubia dio una segunda vuelta en su cama y quedó viendo al techo, pensativa. Cuando se levantara, desayunaría para luego internarse en el bosque en búsqueda de su supuesto padre. Y saber que su tía la iba a acompañar aumentaba sus nervios.

Sin darle más vueltas al asunto optó por levantarse para comenzar más rápido. En la habitación había empezado a hacer un calor amigable, casi como si el clima quisiera compadecer su debilidad a la alta temperatura que había. Era una sensación cálida, tierna, como si alguien le estuviese echando un airecito caliente.

Sonrió de medio lado al sentirse más despierta y se cambió la pijama rápidamente, procurando hacer el menor ruido para no despertar a Joan. En el proceso se dio cuenta de que algunas de las tablas del piso estaban ennegrecidas, como si alguien las hubiese quemado. Se agachó para analizar mejor las zonas afectadas, pero no logró hallarle explicación al asunto. Quizá, como estaban viejas, empezaban a dañarse...

La textura de las tablas de madera había cambiado, ahora eran más duras. El ceño de Amanda se frunció con sorpresa, sin embargo, prefirió no seguir en eso y continuar cambiándose. Al estar con su vestido de siempre sintió un bulto en su bolsillo, y al sacarlo sus ojos volvieron a hipnotizarse con el cautivador brillo del collar de esmeralda. La fulgurante aura de grandeza que despedía encerraba la cabeza de la joven en un mundo lleno de fantasías imaginarias, con vientos chocando contra su cabello, sus pies sintiendo una superficie fría, y frente a ella una mala mirada.

Sí, alguien la estaba mirando, pero no sabía quién. Sus ojos estaban clavados en los pasos que daba sobre el suelo... ¿de mármol? Era algo muy duro y frío, y caminaba sintiendo una brisa huracanada chocar contra ella. ¿Por qué caminaba? No lo sabía. ¿En dónde estaba? Tampoco conocía la respuesta... se limitaba a seguir con sus ojos el avanzar de sus pies descalzos sobre el suelo gris.

Alzó la mirada.

Y se encontró con una figura borrosa sobre unas escaleras, una figura que se le acercaba levitando sobre el aire. No podía distinguirla, sus ojos se negaban a detallar bien la imagen, sólo era capaz de ver un rostro borroso frente a ella, y la presión de una mirada despectiva que la analizaba con desespero.

Era ella.

No. No era nadie.

«Soy yo.»

Su corazón latía con fuerza. Lágrimas quemaban sus mejillas.

Sonríe. Llora. ¿Acaso no disfrutas?

Sus rodillas se impactaron contra el suelo. Sus palmas también.

Se supone que eras fuerte, ¿por qué lo haces?

«No quiero abandonarlo

Es una unión maldita.

«Es una unión maldita.»

Sus manos, sus manos temblaban mientras el sol sobre su cabeza aumentaba la intensidad de sus rayos. Era ella, sus nervios incrementaban la temperatura. El cabello castaño de la joven ya no ondeaba con la misma vivacidad...

Tocó su vientre.

«Mi niña.»

Niña maldita.

Sólo eres una aprendiz de Diosa...

Las lágrimas cubrieron su rostro con mayor furia, nublándole más la vista a la desconsolada joven. Sus manos se hicieron puños alrededor de su vestido verdoso, y casi fue capaz de presentir la cachetada que se estampó contra su rostro segundos después. El impacto fue tan fuerte que la dejó en el piso, sintiendo como una mano se posaba en su espalda, que, a su vez, parecía quitarle las fuerzas que había tenido antes.

«Mi niña.»

Niña maldita.

«No lo es. No lo veré hoy»

No lo verás hoy...

«Sí, sí lo veré. Me extraña, lo extraño.»

Deshonra. Unión maldita.

«No lo es...»

La oscuridad. La ambición. La pena.

—¡Ágata, eso es mentira!

La traición...

«¡Niña en mi vientre condenada a vivir en desgracia! ¡fruto de unión maldita!»

Al oír aquel enunciado la cabeza de Amanda recibió un gran golpe, como un impacto lleno de imágenes apresuradas que su cabeza no lograba comprender. Al abrir los ojos vio que estaba hincada en el suelo de su cuarto, de rodillas, y con un dolor terrible en las manos. Sus dedos envolvían con fuerza en collar de esmeralda, que había comenzado a arder tanto que la rubia tuvo que lanzarlo lejos...

Ahora sus irracionales lágrimas caían sobre sus manos, y al impactarse contra sus palmas hacían que despidiera un pequeño vapor tibio. Apenas era consciente de que tenía una quemadura en las manos, y dolía como el infierno, así que sin prestar atención al collar, a las tablas de madera, o a la rara desaparición de la fotografía en su mesita de noche, salió dispara al baño para remojar las manos en agua fría.

Oyó a su tía llamándola desde la planta baja, pero sus sentidos prefirieron enfocarse en deshacerse de la quemadura. Dolía, dolía como si hubiese tocado una olla caliente luego de que estuviera mucho tiempo sobre la hornilla encendida. Y sí, ya había sido tan torpe como para hacer eso, y no había sido bonito.

Sus lágrimas cesaron, pues no sentía propio aquel dolor emocional que había experimentado en la extraña ensoñación, no, se había sentido en los zapatos de alguien más.

Toctoc... —Oyó una voz juguetona tras la puerta—. ¿Quién anda ahí?

—Yo... —repuso suavemente, sabiendo que quién estaba detrás de la puerta era Jixy

—¿Tienes diarrea o qué? —rio, haciendo que Amanda ahogara una pequeña risa—. Anda, sal, quiero ver que estés bien.




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