La maldición del sol

Capítulo XV: Pasado ilusorio

La luz del sol se colaba por las copas de los árboles, bañando los dorados cabellos de Amanda en un brillo encantador. La joven caminaba junto a su tía por los extensos tramos de bosque, tarareando una canción que a duras penas se sabía pero que no lo lograba sacarse de la cabeza. En ciertas ocasiones pensaba que ese tipo de cosas demostraban lo torpe que era, se consideraba una persona demasiado distraída como para ser descendiente de un linaje de dioses. Y es que, ¿cómo era posible? Una joven frágil como una hojita no podía combatir a una diosa para quitarle el trono.

Quizá no era digna, al fin y al cabo estaba maldecida por su madre biológica.

Su madre. ¿Cómo sería? Le quedaba claro que de seguro iba a ser una mujer tirana y de mal corazón, aunque pensándolo bien, ¿qué fue lo que la unió a su padre, un humano? ¿qué tan extraño debía ser el destino para cruzar un ser fantasioso con un simple humano de la realidad? Debía ser bastante extraño, pues ella era prueba de que esa unión había existido. Una prueba que ahora debía hacerse notar hasta cumplir su objetivo.

«Niña maldita...»

Amanda agitó la cabeza, se estaba sumergiendo demasiado en sus cavilaciones. Si quería ser un buen partido para tomar el control del supuesto mundo de los dioses, debía tener iniciativa y dejar de ser tan frágil. O más bien, podría aprovechar su frágil apariencia para engañar a los demás. Sin embargo, su creciente inocencia le impedía mirar a las personas con suspicacia, se le haría difícil ejercer su poderío siendo ella.

Oh, Amanda, tan callada y simple...

Don't give up

won't give up

Don't give up

No, no, no

No, ella no se rendiría en su misión. Se iba a volver una persona dispuesta a cumplir sus metas sin ningún tipo de dificultad. Iba a destronar a su madre y tomaría su puesto.

I'm free to be the greatest tonight

Con ese pensamiento una sonrisa haló de las comisuras de sus labios. Sí, ella podía con eso y más, sangre real corría por sus venas. Sin darse cuenta el viento había empezado a agitarse de un lado a otro, como si su corazón lleno de seguridad le transmitiera al clima ese tipo de fuertes sensaciones. El clima era su amigo.

—Amanda... —El llamado de su tía la hizo detener. La mujer estaba sentada al pie de un árbol, con la cabeza echada para atrás como si quisiera despejar sus pensamientos. La rubia se le acercó—. Anda, descansemos, muchacha, falta un largo camino...

Pero Amanda no quería detenerse, y su sensación de impotencia hizo que una fuerte ventisca azotara las copas de los árboles.

—Por favor... —fue la súplica que escapó de sus finos labios, los cuales ya habían tomado forma de un puchero. Sus ojos grises se entristecieron para que su expresión fuera más suplicante, así podía quebrar la voluntad de su tía—. ¿Puedo seguir yo sola?

—Amanda, muchacha...

—No voy a perderme. —Su voz sonó firme, mientras se erguía frente a la mujer para demostrar que podría enfrentar las adversidades—. Puedo ir sola, aún es de día. Y si me pierdo... ¡puedo gritar! ¡me subo a uno de los árboles y miraré desde ahí! ¡podemos...!

—Ya pues —la cortó de tajo—. No te vas a ir sin mi compañía, no sabes a quién te puedes encontrar por estos lados...

—¡En el bosque no hay nadie! —insistió, alzando los brazos como si quisiese abarcar todo el sitio con sus extremidades—. Vamos, no me perderé. Lo prometo.

—No puedes prometer cosas que...

—Anda... —Le hizo ojitos tiernos, sabiendo que ese gesto le daría justo en las debilidades a su tía. Nadie podría resistírsele cuando hacía ese tipo de expresiones suplicantes, había que aceptar que la hija del sol contaba con un cautivador encanto.

—¡Bien! —aceptó de mala gana, alzando los brazos como si quisiera intimidar a su sobrina—. Te dejaré ir, pero te quiero devuelta en media hora. Luego seguiremos las dos, ¿sí?

Ella asintió eufórica, y luego de una breve despedida, que fue más difícil para su tía que para ella, Amanda se adentró sola en el bosque mientras su corazón vibraba de una extraña felicidad. Sentía que la naturaleza le estaba brindando nuevos ánimos para seguir, y que tarde o temprano hallaría la fuerza necesaria para derrocar a su madre.

Su madre...

¿Ella le tendría algún cariño? La respuesta para Amanda fue negativa, no sabía qué clase de cosas la habían arrastrado a maldecirla y a separarse de su padre, pero aun así no era justificativo suficiente para convertirse en lo que era hora. O quizá Meissa y Adhara habían exagerado...

No. Eso era imposible. La misión era deshacerse de su madre, o para hacer más fáciles las cosas, deshacerse de la Diosa del sol. Y punto. Sin más rodeos que ese; prefería no llamarle madre si era tan mala como decían.

Por azar del destino su mirada se dirigió hacia arriba, encontrándose con el brillo potente que desprendía el sol sobre su cabeza. Por un momento le pareció lleno de ira, como de un sentimiento extraño que incluso empezaba a recorrer el sistema de Amanda. ¿Sería ella la que estaba molesta y que por eso el sol parecía sentir lo mismo? ¿sentir? ¿el sol sentía? ¿el mundo de los dioses estaba en el sol?

Un momento. Se estaba desviando demasiado. La rubia agitó la cabeza y siguió con su camino, pensando que quizá su ida al mundo de los dioses no iba a ser tan fácil como pensaba. ¿Irían en cohete? Ahí mismo se dio una bofetada mental. Obvio que no irían en cohete si Meissa, Adhara y Zahira podían volar...

¿Ella podía volar? Amanda saltó sobre una pequeña roca, pero lo único que consiguió fue darse de cara contra el piso. De sus labios escapó una exclamación amortiguada que terminó en gruñido, sí, lo aceptaba, había sido mala idea intentar "volar", y ahora con el vestido lleno de tierra su tía pensaría que no era capaz de cuidarse sola.




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