La maldición del sol

Capítulo XVI: Amistades traicioneras

El ambiente estaba tan calladito y fresco que Joan parecía no dar signos de querer abrir los ojos. Y es que, ¿quién querría hacerlo? Había estado corriendo por el bosque toda la noche anterior y, además, contaba con el ardor de las heridas que aquellos individuos anónimos les habían hecho. El ceño del pecoso se frunció ligeramente al recordarlos; tan sombríos, tan malévolos...

No. Mejor dejaba de pensar en eso.

Por el contrario, se afanó en hacerse bolita entre las sábanas para protegerse del frío a pesar de que su tía les dijese que eso sólo los hacía perder el calor. A veces no entendía qué tenía que ver una cosa con la otra, pero por lo menos al estar así estaba más calentito.

Pero algo interrumpió su perfecta paz.

—Hey, tú, muévete. —La voz de su prima mayor se le hizo inconfundible. Joan abrió uno de sus ojos perezosamente, dando a entender que no se dejaría persuadir por ella para que se levantara. No. Quería seguir durmiendo y pensaba lograrlo—. ¡Levántate!

—No... —gruñó, envolviéndose más entre las sábanas, con lo que logró parecer un postre enrollado viviente.

—¡Es algo importante! —Jixy hizo que las cobijas salieran volando de la cama, arrastrando a su primo con ellas. El pecoso salió disparado hacia el suelo, enredando en una mezcla extraña de cobertores y cojines del que le costaba liberarse. La castaña frente a él rio—. Eso te pasa por no hacerme caso. Necesito hablar contigo y más vale que me escuches.

El tono de autoridad que empleaba le dejaba muy en claro que tenía que obedecer, así que dejó de forcejear en contra de las sábanas y se tiró en el suelo, dispuesto a oírla.

—¿Cómo te sientes? —preguntó ella luego de unos segundos de silencio, desconcertando al joven de cabello cobrizo.

—Bien...

—Te lo digo porque... bueno, mira. —La chica alzó su brazo, dejando ver que una de sus heridas estaba llena de una sustancia negruzca de mal aspecto. Joan arrugó el rostro—. No sé qué es... ¿tú no lo tienes? —Antes de que él emitiera respuesta, Jixy ya lo había subido a la cama para revisarlo de cabo a rabo. A los pocos segundos pudo distinguir la misma sustancia en su espalda, secándose.

—¿Q-qué tengo? —cuestionó el menor, revolviéndose con incomodidad debido a que no le gustaba estar boca abajo, y mucho menos al saber que tenía una extraña herida en la espalda—. J-Jixy...

—Nada, tranquilo. —Lo dejó libre—. ¿No te duele?

—¿Qué tengo?

—La misma herida... —Le acarició la espalda, con el mismo cariño que le tenía a toda su familia. Siempre los había visto como algo indispensable para su existencia, y ahora que sabía que uno de ellos estaba herido, no sabía cómo tomárselo—. Ese bosque es peligroso... no regresaremos.

—¿Por qué?

—¿Acaso no te das cuenta de las proporciones de lo que no sucedió? —La castaña se puso en pie—. Siempre supe que lo que contaban de ahí era cierto, no es un sitio normal. Es... es...

—¿Es...? —siguió, tratando de alentarla.

—No sé. Pero lo que sea que esté escondido allí, lo voy a encontrar —sentenció, remangándose las mangas de su camisa para salir de la habitación hecha una furia. Esa chica podía ser paciente, pero tenía límites, y cuando algo hería a los de su familia, esos límites salían de lo que podía considerarse seguro.

✨✨✨

Esa chica podía ser paciente, pero tenía límites, y cuando algo hería a los de su familia, esos límites salían de lo que podía considerarse seguro        

Amanda y su nuevo acompañante caminaban de forma tímida bajo la sombras de los árboles. Ambos habían estado en completo silencio, a excepción de algunas bromas que Addae soltaba de vez en cuando. Además de eso no se decían nada más, y Amanda empezaba a sentir que la tensión y la culpa la estaban atosigando.

La culpa, la culpa por estarse tardando tanto en esa caminata. Su tía de seguro ya estaba preocupada, y ella ahí, caminando a la par de un completo extraño que recogía flores. Sin embargo, un extraño sentimiento de empatía por él la imposibilitaba para dejarlo solo. Si lo abandonaba así como así, de seguro...

—Cuidado —advirtió él, sacándola de sus profundos pensamientos para señalarle que por el camino que usaba, iba a terminar cayéndose entre las raíces de los árboles. La chica captó el mensaje y asintió con la cabeza, enrulándose uno de sus mechones rubios como gesto nervioso.

Addae la miró.

—¿Cuántos años tienes?

—Dieciséis... —contestó en un leve farfulló, queriéndose perder entre los laberintos de su cabeza disimuladamente. Era tan sencillo ir a su mundo de fantasía... sólo debía cerrar los ojos o ponerse a pensar.

—Yo tengo quince. —Él echó la cabeza para atrás. Seguía con sus encantadores ojos puestos en Amanda, pero no específicamente en ella, sino en el collar que reposaba alrededor de su cuello. La rubia dio un paso hacia atrás al sentirse acosada, con lo que su acompañante apartó la mirada hacia otro lado.

—Bueno... ¿sabes qué? —Ella rio con incomodidad, pateando una piedra que estaba por allí—. Me tengo que ir, mi tía... digo, mis padres de seguro están buscándome y...

—Shhh. —Él le puso un dedo en los labios, mismo que deslizó hacia abajo hasta tomarle la mano con fuerza, pero con una fuerza tranquilizante, casi protectora. Luego de eso el misterioso chico no dijo nada, sólo le guiñó un ojo y la guio para que siguieran caminando.

Amanda no supo por qué, pero lo siguió con actitud sumisa. En su presencia encontraba un no sé qué que lo hacía... ¿cómo decirlo? Le daba la sensación de haberlo visto antes, o por lo menos haber oído su voz. Además de que también sentía una energía en él bastante familiar.




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