La maldición del sol

Capítulo XVIII: Tu (mi) reflejo

Una explosión.

Un incendio.

Y sólo esa expansión de energía luminosa bastó para que Jixy saliera volando, disparada hacia uno de los árboles. Su cabeza se estampó contra la parte más dura, arrancándole un quejido que salió acompañado de sangre. Sí, definitivamente se había roto algo; su cabeza daba vueltas entorno al movimiento enfurecido de las plantas, sacudidas bruscas que parecían ser ocasionadas por el mismo diablo. Si tan sólo supiera que era su prima la causante de todo...

La joven escupió un poco de sangre e hizo esfuerzos por ponerse en pie, pero una ola de escarcha dorada la volvió a empujar contra el piso. El olor a humo no tardó en hacerse presente, mientras el alrededor se llenaba de confusas chispas amarillas que amenazaban con hacer arder sus ojos.

Todo el alrededor estaba envuelto en una densa nube de humo centelleante que no la dejaba respirar. El aire parecía estar lleno de pequeños alfileres, que se clavaban con furia en su interior cada vez que inhalaba un poco. Eran como cuchillos recorriendo sus vías respiratorias.

La castaña tragó saliva en un fallido intento por deshacerse del ardor en su garganta, pero lo único que sintió fue el dolor punzante, volviéndose más fuerte con cada segundo. Había sido mala idea salir al bosque, ese bosque maldito en donde, si las condiciones empeoraban, podría morir en cualquier momento.

Aquello ya era muy probable.

Jixy gateó desesperadamente hasta las raíces de uno de los árboles, tratando de buscar refugio de las chispas segadoras y brillantes, tratando de escapar de la sensación de alfileres caminando sobre su piel, tratando de escapar de todo. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos la joven terminó cayendo al suelo, sin poder volver a respirar, sintiendo la forma en que manaba sangre tibia por entre sus labios.

El sabor metálico era inconfundible. Sangre, sangre tibia.

En eso otra llamarada ardiente azotó la zona, mandándola a volar lejos de ahí para finalmente estrellarla con otro árbol. Ningún grito fue liberado por ella esa vez, pues la falta de aire puro y el ardor en su garganta la imposibilitaban para hacer otra cosa que no fuera gimotear débilmente.

«Sé fuerte, Jixy...» se obligó a pensar, tratando de recordar cuál era el motivo de su ida al bosque: resolver el misterio, encontrar a Amanda, encontrar a su madre. Dios, era cierto, si no las encontraba pronto la probabilidad de que murieran a la extraña exposición de rayos era muy alta. El humo perteneciente al incendio que devoraba el bosque se volvía más denso con cada segundo, formando una nube irrespirable y calurosa.

Las chispas... las chispas seguían moviéndose de aquí allá.

Pero no, no iba a dejarse llevar por el cansancio. O quizá sí...

¡No! Debía mantenerse consciente.

No, mejor a dormir.

Ese polvo era muy embriagante... y la falta de aire comenzaba a nublarle la visión. Fue ahí que, con los ojos nublados y casi a punto de cerrarse, observó con asombro una silueta masculina caminando por ahí, pero demasiado lejos como para que pudiese verla. Lo último que distinguió de él fueron sus ojos azules y el resto de sus rasgos escondidos bajo una mascarilla, eso antes de caer en la inconsciencia...

✨✨✨

Lo último que distinguió de él fueron sus ojos azules y el resto de sus rasgos escondidos bajo una mascarilla, eso antes de caer en la inconsciencia        

—¡¿Qué es eso?! —La voz del atormentado Tye llegó a los oídos de Meissa y Adhara, quienes se apresuraron a asomarse por la ventana. Al hacerlo, sus ojos grises y color bronce observaron con una creciente angustia la forma en que una llamarada de chispas brillantes iba absorbiendo el bosque poco a poco, mientras la temperatura aumentaba con una velocidad sobrenatural. Ambas hadas comprendían lo que estaba sucediendo.

—Los poderes de la hija del sol se salieron de control —sentenciaron al unísono, haciendo que el pelinegro volteara a verlas con sus ojos de luna llenos de preocupación. Ninguno de ellos había llegado a concebir la idea de que algo como eso sucediera, sin embargo ahí estaban, mirándose los unos a los otros mientas una cataclismo se desarrollaba a sus alrededores. Un cataclismo ocasionado por la ira desmesurada de una adolescente aparentemente frágil.

¿Cómo era posible que algo la hubiese puesto así?

—H-hay que localizarla cuanto antes —ordenó Tye, aferrándose a la flor de escarcha que aún escondía en uno de los bolsillos de su abrigo. No sabía por qué, pero saber que la tenía lo hacía sentir más tranquilo.

—¿Dónde está Zahira? —inquirió Meissa, alzándose en vuelo por toda la habitación de manera nerviosa. Muy bien sabía ella que los poderes de dos simples estrellas no serían suficiente para inmovilizar a la hija del sol. No, nunca, Amanda a pesar de ser mitad humana parecía haber nacido con todo el poder de los dioses, y eso era algo que se confirmaba al ver el caótico paisaje. Iban a necesitar refuerzos—. ¡Vamos a necesitar a Zahira!

—Si ella salió al bosque... —empezó Tye, señalando la horrible imagen que se veía a través de la ventana—. Lo más seguro es que tenga problemas. —Las miró, esta vez con sus ojos de llenos de un nuevo aire, de una nueva sensación de poder que lo hacía parecer a la diosa de la luna; siempre dulce pero a la vez firme y práctica—. Y estoy seguro de que Amanda también.

—Entonces Meissa y yo...

—No. —Tye se acomodó la chaqueta para estar más protegido, mientras la tierra hacía un leve movimiento a los lados, mientras el incendio alcanzaba proporciones catastróficas. La imagen hizo que el pelinegro se llenara de valor para decir—: Yo voy con ustedes.




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