La maldición del sol

Capítulo XX: El sol y las estrellas

(Boooooo this is a flasbaaaaaaaaack Ok no. O bueno sí. Esto es un flashback, ajá, valga la redundancia XD Estoy emoshioanda, en fin. Este capítulo es John "contándole" a Amanda todo lo que sucedió con su madre. 

¿Disfruten?)

Los primeros rayos del sol empezaban a colarse por la cabaña del hombre rubio, cuyos cabellos alborotados le cubrían el rostro y dificultaban su respiración. Poco tiempo después John abrió sus ojos grises de forma somnolienta, escupiendo un mechón de pelo que se le había metido en la boca.

De sus labios se escapó un bostezo estrangulado al ver la luz de sol, sí, sí, el sol ya había salido. ¿Qué significaba eso? Que era un nuevo día. A sus dieciocho años de edad aquel joven era más activo que cualquier otro, más curioso, más intrépido y amante del peligro. Estas eran las razones de que le encantara cazar animales.

Y parecía ser un buen día para ir de caza.

John sonrió con suficiencia y empezó con sus preparativos. Se quitó el ancho camisón que le servía de pijama y se puso lo primero que encontró en su montaña de ropa. No era como que fuese un cerdo que se ponía la ropa sucia; sí la lavaba, sólo que no le gustaba acomodarla luego de eso.

Y es que, ¿para qué acomodarla si luego la lavarás de nuevo? Era un ciclo vicioso. Además de que aquel enérgico joven prefería pasar sus tardes libres leyendo en vez de andar acomodando ropa. Era mejor vivir en aquella hermosa fantasía.

Qué muchacho tan soñador...

Caminando de forma estruendosa por la pequeña cabaña, batió dos huevos y los lanzó al sartén, como si fuera una maniobra fantástica en un show para niños. De sus labios se escapaba una melodía inconclusa mientras se ponía las botas y buscaba con la mirada su arco y flecha.

Pero los huevos ya estaban listos.

Como pudo saltó la mesa de la cocina y llegó hasta la estufa, la apagó, y dejó las cosas ahí mientras volvía a hacer la misma acrobacia, sólo que para alcanzar su arco y flecha. Consiguió tumbar algunos sartenes colgantes en el proceso, pero no le importó. ¿Qué importaba en un día así?

El sol era suave. Las plantas brillaban por el rocío en sus hojas. Se respiraba paz. El bosque lo llamaba a gritos y él no pretendía negarse. No en un momento como ese. Él podía vivir en el apartamento que tenía en la gran ciudad, lleno de comodidades; pero no, prefería miles de veces despertar con el sonido de los pájaros que con el estruendo de las cornetas de los vehículos.

Se quedó contemplando el paisaje un rato más, pero al ver que su cabeza estaba divagando demasiado prefirió salir de aquellos pensamientos y ponerse en marcha. Se colocó el carcaj de flechas alrededor de la espalda y lo mismo hizo con el arco, pero en un impulso se lo quitó y disparó una flecha hacia un pequeño punto en la pared de su habitación.

Encajó perfecto.

—Primera flecha del día... —dijo, sonriéndose a sí mismo al ver que su puntería seguía siendo perfecta. Era gratificante que las cosas salieran bien.

El muchacho pegó la vuelta y llegó hasta el sartén con los huevos dando grandes zancadas. Se los comió a rápidos mordiscos y luego de aspirar profundo el aire de la mañana, salió de su hogar con una sonrisa en los labios. Y sí, era consciente del desastre que había dejado en la vivienda, pero ya lo arreglaría después.

Empezó a correr por el bosque, sintiendo las ramas enredarse entre sus alborotados mechones rubios. Todas esas sensaciones le hacían recordar sus tiempos de cuando era pequeño, donde su padre se esforzaba por cazar la cena todos los días.

Y fue ahí que sus sentidos lo obligaron a detenerse, sobre todo al percibir el olor de un animal caminando alrededor. Sus ojos grises recorrieron los árboles insistentemente, tanteando de forma minuciosa qué clase de animal podía andar por ahí.

Oyó pisadas suaves...

Y fue ahí que un pequeño venado salió de los arbustos. Era un animal hermoso, de pelaje brillante y ojos negros pero inocentes. John se echó para atrás con mucha cautela para así no llamar su atención, y al estar a una distancia prudente, se hincó en el suelo de manera disimulada y sacó una flecha.

Todo con lentitud.

Shhh. Todo con excesiva delicadeza.

Y pronto le estuvo apuntando al venado con una flecha, cerrando uno de sus ojos para tener mayor precisión a la hora de disparar. Su padre le había enseñado que el primer disparo era el decisivo, pues si fallaba, el animal se daría cuenta y saldría huyendo.

Pero el animalito inocente no sospechaba nada, sólo estaba ahí tranquilo masticando algunas hierbas que habían por ahí. Bingo. Ya lo tenía en la mira, un ángulo perfecto.

Soltó la flecha.

Y cerró los ojos, esperando haber dado en el blanco. Sin embargo, la falta de sonidos lo desconcertó hasta el punto que tuvo que abrir los ojos. Su corazón simplemente se detuvo, como azotado por una angustiante corriente eléctrica.

¿Cómo? ¿por qué? Pero sobre todo... ¿quién?

I was just an only child of the universe

And then I found you

And then I found you

Sus ojos grises parpadearon con perplejidad al ver a una muchacha castaña parada frente al venado, poniendo una mano frente al animal como forma de protección. Pero no era su aparición repentina lo que sorprendió al rubio, sino el hecho de que había detenido la flecha con una de sus manos.

¿Cómo? ¿cómo? ¿cómo?

Tenía los ojos grises, sólo que unos poco más profundos que los de él y con algunas ojeras. Su cabello recogido en una coleta alta asemejaba grandeza, sobre todo al estar acompañado de pequeños ganchos color oro. Tenía un rostro severo, casi sombrío, incluso más si se le agrega el hecho de que miraba al rubio como si fuese una criatura inferior; lo miraba por encima.

Pero era... era hermosa. Tenía rasgos delicados pero a la vez duros, como una hoja de papel. Fina y frágil pero a la vez cortante como un cuchillo. Llevaba puesto un vestido color verde, un tono mucho más suave y pálido que el de las plantas. Pero en la parte de la camisa llevaba el color dorado por todas partes, y en el área final de la falda tenía tonalidades azuladas.




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