La maldición del sol

Capítulo XXII: Sentimientos infantiles

Sí. Sí. Sí. Sí.

¡Ella había aceptado verlo! Luego de verla desvanecerse en un aura dorada, el rubio había empezado a correr por todo el bosque, agitando los brazos y saltando de piedra en piedra como si fuese un niño. No sabía por qué razón estaba tan emocionado por ver a una completa extraña de nuevo, pero tenía que hacerlo, su curiosidad se lo pedía a gritos y él no era nadie para negárselo.

Fueron horas después que decidió entrar a la cabaña, principalmente porque tenía el pantalón lleno de barro y no quería que Ágata lo viera así. Decidió cambiarse todo, y sí, ¿por qué no? Darse un buen baño también, sentir las gotas de agua limpiar su cuerpo era reconfortante, aún más con el trinar de los pájaros en el exterior.

Pero un horroroso sonido interrumpió esa orquesta natural, y el rubio no pudo evitar hacer una mueca de irritación al reconocerlo. Su celular, era el repique de su celular. Rayos. Le había dicho a su madre que no quería llevarse ningún tipo de tecnología al bosque, sólo para estar a solas consigo mismo, pero su madre lo había obligado a llevarse ese coso para estar "comunicados" y no perderlo de vista.

John cerró los ojos, tratando de escapar del estridente e incesante sonidito y así poder seguir con su ducha. Pero no, era imposible, ese repique ya le había arruinado su momento de limpieza, así que se quitó lo que le quedaba de jabón con aire enfurruñado, tomó la primera toalla que vio y se la puso alrededor de la parte baja de su cuerpo.

Aunque, ¿para qué? Podía salir del baño desnudo si le daba la gana, pero John prefería no hacerlo.

Ya en el cuarto tomó otra toalla y se secó el cabello, y al terminar su tarea su cabellera rubia estaba más revuelta de lo normal, con mechones atravesándosele en todas partes. Pero al verse en el espejo lo único que hizo fue sonreír con gracia, sentarse con desdén, y revisar la llamada perdida en el celular.

Su ceño se frunció casi imperceptiblemente al ver que la llamada no había sido un número de su familia, un desconocido lo había llamado. Quiso averiguar quién era, pero antes de intentarlo recibió otra llamada del mismo número. Una video llamada, al parecer.

Presionó el botón de aceptar.

—¡JOOOOOOOHN! —El grito agudo que oyó al otro lado de la pantalla casi lo deja sordo, y en forma de instinto había lanzado el celular al otro lado de la cama, para después tirarse lo más lejos posible del aparato y así no escuchar aquel temible alarido. Era horroroso, ¿acaso había un monstruo llamándolo?

Luego de estar envuelto en su respiración agitada por un buen rato, el grito cesó, seguido de unas cuentas risas. Era una chica la que lo había llamado, y lo distinguió por la voz, no porque la estuviese viendo.

—¡John! ¡John! ¡¿dónde estás?! ¡JOHN!

El celular vibraba con cada uno de sus gritos chillones.

El muchacho no tuvo más de otra que rodar los ojos y gatear con cuidado hasta donde estaba el teléfono, acercándosele como si en cualquier momento fuera a desprender radiación para matarlo. Con aquella interesada carita suya fue que logró sostener el celular, y al poner su rostro frente a él otro grito chillón hizo estallar sus oídos.

—¡JOHN! ¡Hola, John! ¡¿cómo estaaaaás?!

—¿Christie...? —La interrogante escapó de los labios del chico al ver a la joven en la pantalla de su celular. Ella también era rubia, sólo que con el cabello repleto de rizos, con las mejillas llenas de pecas, los ojos verdes y una sonrisa de niña que a pesar de los años no se borraba de su rostro. Sí, sí, era ella, esa miradita no se le iba a salir de la mente por mucho tiempo que pasara sin verla. Christie había sido su mejor amiga de la infancia, ¿cómo olvidar todos sus juegos?

—¡Sí, soy yo! —gritó de nuevo, pero esta vez de forma más soportable—. ¿Cómo estás? ¿por dónde andas? ¡tu madre me dio tu número!

John rio y encendió la luz del cuarto para que Christie lograra distinguirlo mejor. La chica enrojeció un poco al ver que no tenía la camisa puesta, pero lo disimuló apartando la vista hacia otro lado y riéndose forma nerviosa. Siempre de forma nerviosa y un poco torpe.

Pero el rubio no se dio cuenta de aquella mirada deseosa.

—¿Cómo estás? ¿qué tal tu empleo en la oficina? —preguntó él, tirándose boca arriba en la cama, levantando el celular en sus manos para poder seguir viéndola. Sí, siempre había tenido razón al pensar que de niña, Christie parecía un pedazo de sol con pelo rizado; tan alegre y brillante que iluminaba sus días más oscuros, un pequeño sol sólo para él.

—M-muy bien, muy bien... —Ella asintió, mirando el movimiento de sus dedos a través del escritorio en donde estaba sentada. Su rostro se había tornado un poco más serio, o decaído, en todo caso. Las cejas de John se juntaron al verla así—. ¿Sabes? Cuando te fuiste al bosque... t-te extrañé mucho.

Se le encogió el corazón al escucharla tan triste.

—No es que te esté culpando, ¿ok? —Ella intentó sonreír, pero no lo logró. Sólo se puso un mechón detrás de la oreja y se encogió en sí misma. Al joven le dolió más—. S-sólo... sólo es que, ya llevas un año ahí. S-sé que a veces vienes, pero no es lo mismo. Antes jugábamos, nos reíamos... yo... —Se frotó los brazos con timidez—. Sólo quería que volviera a hacer así...

—A-ah... —Por unos momentos no supo qué decir, ver la tristeza en los ojos verdes de la rubia lo hizo sentir culpable, demasiado culpable a pesar de que ella misma había dicho que no tenía por qué sentirse así. Pero le era imposible abandonar la sensación de culpa al verla esbozar una melancólica sonrisa; su sol especial se estaba extinguiendo, y todo por haberse ido.

Hubo silencio.

—Christie... —pronunció su nombre con cariño—. Y-yo también te extraño mucho... —Le regaló una sonrisa tierna, haciendo que ella se sonrojara casi imperceptiblemente—. Te prometo que la próxima vez que vaya para allá, serás la primera en verme, ¿ok? Pasaremos todo el día juntos, ¿qué te parece?




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