La maldición del sol

Capítulo XXIV: Psicótica

¡Crash!

Un monstruoso terremoto hizo cimbrar la tierra, con tal fuerza que Joan y sus primos terminaron en el suelo. Las viejas paredes de aquella cabaña soltaron quejidos al ser movidas con tanta brusquedad, e incluso algunos de los cuadros familiares llegaron a caerse al suelo hasta romperse.

Un quejido salió de los labios del muchacho pecoso al caer sobre Jin, razón por la que tuvo que levantarse antes de sacarle el aire al joven de diez años. Su corazón latía con terror y desconcierto ante la serie de fenómenos naturales que empezaban a azotar esa zona antes tranquila, e incluso tuvo que tomarse unos segundos para respirar en un intento por calmar su estresado sistema.

—¿Qué es eso? —Jimy se levantó y señaló a lo lejos, llamando la atención de su gemelo. Y como los dos se encontraban mirando por la ventana con tanto entusiasmo, Joan tuvo que levantarse con el cuerpo temblando como maraca, sólo para observar el cúmulo de nubes que descendía desde las alturas en dirección a la tierra.

—A-ah... —El adolescente tuvo que entrecerrar los ojos al no saber qué era aquella cosa que estaba parecía acercarse al bosque. A simple vista, la verdad era que sí, lucía como una gran y espesa nube bajando lentamente, pero algo así era imposible y las probabilidades de que los tres estuvieran teniendo un episodio de trastorno psicótico compartido comenzaban a acribillarlo.

No. No. No estaban locos como para tener alucinaciones.

Esa cosa que bajaba era real.

—No sé qué es... —Joan tomó a sus primos para alejarlos de la ventana, pues de no ser así los crueles rayos solares hubiesen calcinado sus pieles. El clima estaba más revuelto de lo usual, tanto que hasta las brisas huracanadas daban la impresión de que transportaban advertencias—. Creo que es peligroso.

—¿Cómo no va a hacer peligroso? —Su abuela, sonriente y tambaleante como siempre, entró a la habitación de golpe. Parecía estar más tranquila que ellos, como si no hubiese sentido el terremoto o que, por el contrario, hubiese disfrutado de él. Esa mujer era un total enigma—. ¿Dónde está Amanda, eh?

—No sabemos... —habló Joan en un suave susurro, obteniendo como respuesta una mueca dubitativa por parte de su abuela.

—Pues hay que avisarle que su madre la está buscando. —La mujer pegó la vuelta y empezó a bajar, dejando a sus espaldas unos desconcertados nietos que lo único que pensaron fue que su abuela estaba volviéndose loca—. No estoy loca, si eso es lo que creen. ¿No piensan moverse? Hay que salvar a hija del sol.

—¿Hija del sol? —Joan se apresuró a detener a su abuela antes de que saliera al campo, pues con la edad que tenía y las cosas que estaba diciendo no confiaba en que estuviese cuerda. A lo mejor le hacía falta dormir un poco—. La noto cansada... ¿qué tal si...?

—¡Patrañas! —escupió, dando un manotazo para zafarse del agarre de su nieto. Luego se acomodó el vestido con aire de suficiencia, y alzando el mentón, dijo—: Si se van a quedar ahí como llorones me voy sola, el que sea valiente sígame.

—¡Nosotros vamos! —Jin y Jimy no tardaron en ponerse del lado de su abuela, y luego de soltar un resoplido de desdén, Joan tuvo que aceptar que su abuela había ganado la batalla. Por eso no le quedó más de otra que seguir a la mujer mayor camino al bosque, todo mientras tarareaban las advertencias del viento.

✨✨✨

—¿M-mi madre? —Amanda fue arrastrada por John fuera de la vivienda, adentrándose en el bosque y en el calor abrazador que hacía en aquella zona        

—¿M-mi madre? —Amanda fue arrastrada por John fuera de la vivienda, adentrándose en el bosque y en el calor abrazador que hacía en aquella zona. No sabía si era por sus nervios que el clima estaba así, pero de verdad que había enloquecido hasta más no poder. El viento no dejaba de hacer cimbrar las copas de los árboles mientras la luz del sol arreciaba con cada segundo, como si fuese un potente rayo láser a punto de matar a todos—. ¡Papá! ¿cómo que mi madre está...?

—Aquí, sí, ella está aquí. —El hombre le puso una mascarilla sobre la boca como forma de seguridad, pero la rubia lo interpretó como un descarado intento de silenciarla. Por eso se la quitó—. No tenemos mucho tiempo, tengo que sacarte de aquí antes de que...

—¡Muy tarde! —se oyeron dos voces al unísono, y antes de que pudieran reaccionar dos roquitas estrelladas se impactaron a su alrededor, desatando una nube de humo plateada y otra color bronce. Pero sin importar que sus ojos estuvieran imposibilitados para ver más allá de lo que fueran las palmas de sus manos, John se acomodó la mascarilla, sacó su arco y flecha y empezó a disparar alrededor.

Su pulso no temblaba, su cabeza no dudaba. Lo único que quería era sacar a su hija sana y salva de ese bosque, y si para eso tenía que matar a miles de servidores del mundo de los dioses, lo haría.

Amanda tosía ruidosamente entre la neblina de colores, pues se había quitado la mascarilla y sus pulmones no lograban resistir aquellos brillos extraños. Era como... como si estuviese drogada. Era una sensación tan familiar que no pudo resistirse al impulso de tirar el arco de su padre cuando recordó de quiénes eran esos polvos de colores.

Y esas voces estridentes...

—¡Meissa, Adhara! —gritó a todo dar, mientras las nubes de colores se disolvían a su alrededor. Frente a sus irritados ojos aparecieron dos siluetas pequeñas con alas, haciendo que el corazón de la rubia se estremeciera de alivio al ver que las flechas de su padre no las habían lastimado. Estaban invictas.




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