La maldición del sol

Capítulo XXV: Esperanza escarchada

Una onda expansiva salió liberada del cuerpo de Hera, tirando a todos contra los árboles y el suelo. La humareda de polvo violáceo que se formó frente a los ojos de Amanda le impidieron ver más allá, así que tuvo que limitarse a oír la risa psicótica de la joven acercándose poco a poco.

El collar de esmeralda entre sus dedos ardía.

Ardía muchísimo.

Casi tan fuerte como la sensación de desconcierto que embargaba su sistema. Quería serle útil a sus compañeras, pero le era imposible ver a través de la neblina morada. Sus ojos ya ardían por tal exposición.

—Tenemos que irnos. —Se sobresaltó al ver que alguien la tomaba del brazo, pero luego soltó un suspiro de alivio al ver que ese alguien era su padre. El hombre se veía más ajetreado de lo usual, y en esos ojos grises que compartía con su hija se reflejaba la incipiente necesidad de salir de ese sitio cuanto antes—. Amanda, Amanda...

—N-no podemos... —La rubia se soltó violentamente, viendo la forma en que la niebla era disipaba por un potente rayo eléctrico. Zahira se había alzado por los aires de manera majestuosa, observando con sus ojos oceánicos a su contrincante, quien, a pesar de verse más o menos en desventaja, seguía con aquella maníaca sonrisa en sus labios violetas.

Su risa volvió a hacerse escuchar, estridente como de costumbre.

—Maldita nebulosa. —La voz de Hera salió acompañada por un tono desdeñoso, todo mientras se alzaba por los aires para estar a la par de Zahira. Las dos jóvenes no hacían más que observarse con atención; una de ellas impávida, y la otra sonriente. Era una batalla entre ambas en donde las hojas de los árboles pululaban a su alrededor, mientras las advertencias del bosque taladraban sus oídos de manera insistente.

Todo fue silencio por eso segundos.

Aprovechando la distracción de Hera Tye dio pasitos cortos hacia Meissa y Adhara, quienes lo pusieron detrás de ellas como gesto de protección. A su lado estaba Amanda, igual de ida pero a la vez enfocada en las dos jóvenes que levitaban en círculos, persiguiéndose lentamente, como dos depredadores a punto de devorar al otro.

Era hipnótica y fantástica la forma en la que se miraban.

Sin embargo, en vez de enfocarse en eso Tye prefería buscar la forma de contribuir. Sus ojos de luna se pasearon por el inmenso bosque y en la mirada amarillenta de los corceles tenebris, observándolos desde la penumbra. No. No podían huir porque si lo hacían ellos los iban a detener, necesitaban otra opción.

Temía profundamente que Zahira terminara de lastimarse.

Y entre todo ese silencio de planes imaginarios, había alguien que se encontraba rebosante de impotencia. Fue por esa sensación que John disparó una flecha hacia el blazar, sonriendo al ver que le había dado en el hombro y que, aparentemente, había dolido. Bingo. Era un punto más para ellos.

Pero Hera lo miró, sacándose la flecha del hombro mientras el agujero se cerraba.

—Te dejaré a ti y a tu hija como un colador. —La frase crispó los nervios del hombre rubio. ¡Mierda! ¡le había disparado! ¿cómo seguía con la capacidad de hablarle de esa forma? Esas eran los cuestionamientos que se aglomeraban en su cabeza, pero se vieron cortados cuando su contrincante les lanzó una esfera de energía.

Meissa y Adhara los rodearon para formar una neblina color plata y bronce, tan fuerte y densa que bloqueó el ataque de la muchacha. Los seres alados se intercambiaron miradas de desconcierto y tensión al saber que sus estrategias se estaban acabando, y que con ellas ahí, protegiendo a los primogénitos, Zahira no tendría apoyo para luchar contra Hera.

La diosa del sol sólo observaba su inminente derrota desde las alturas.

Por unos segundos los ojos de John se conectaron con los grises de la mujer, una silueta femenina que despedía aire de grandeza a pesar de estar tan lejos. Sus rasgos ya no eran distinguibles, pero lo que sí era seguro, era que en su mirada se dejaba ver una capa de emociones revueltas. John reconocería esa expresión en cualquier sitio a pesar del paso de los años.

—Aggie... debes calmarte... —Se la acercó con cuidado para abrazarla, pero estaba tan histérica que los truenos seguían sonando y la noche se tornaba calurosa. Muchas veces había ido a su cabaña para visitarlo, pero en esa ocasión había sido más por consuelo que por otra cosa.

Era la primera vez que la veía llorar, pero no por tristeza. No. Estaba llorando de ira reprimida.

—La odio, la odio... —masculló, lanzando una almohada contra el escritorio del rubio. Sus dibujos y figuritas salieron volando como sin un cráter les hubiese caído encima, terminando por quedar desperdigadas en el suelo. La castaña se llevó una mano a la boca al ver que había hecho un desastre, miró al rubio—. Lo siento...

Él bufó, no era la primera vez que la ira de aquella muchacha le destrozaba algo. La verdad no le molestaba, lo que había tirado no era nada que no se pudiese levantar y poner en su lugar de nuevo. En vez de enfadarse lo que hizo fue ponerse en pie para abrazarla.

Pero ella se negó, alejándose de él.

—Anda, necesitas uno.

—No —gruñó, clavándole sus molestos ojos grises. La lluvia había destrozado su cabello y el maquillaje que la habían obligado a utilizar en su mundo se había desvarado. De seguro se veía horrorosa, por lo que le dio la espalda y se puso a observar el alrededor para ver si se hallaba un poco de paz.

Llovía muy fuerte, el mundo de los dioses estaba molesto.

Y ella también.

—¿Quieres? —John se sentó a su lado, y al voltear a verlo vio que le estaba ofreciendo la mitad de una manzana. Ella juntó las cejas con confusión, pero su rostro pasó a reflejar gracia al ver que el muchacho tenía los cabellos alborotados también—. Heeeey, si no respondes me la voy a comer.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.