La maldición del sol

Capítulo XXIX: Tirana

Por esos segundos quásar y nebulosa sólo se observaron.

Sin poder creer lo que se reflejaba en sus ojos.

—¿Se conocen? —La voz de Meissa y Adhara interrumpió la conversación.

—A-ah... —Zahira permaneció tensa en su lugar, casi temblando al ver de nuevo ese fantasma de su pasado que se había esforzado por borrar. Pero ahí estaba él, mirándola mientras sus labios se movían an vagos intentos por decir palabra. Su nombre escapó de los temblorosos labios del chico mientras sus cejas se juntaban con pesar, como si tuviese miedo.

La chica buscó acercarse pero ver la marca de las alas ausentes del joven azotó su cuerpo de una manera casi sobrenatural. Su cuerpo se estremecía con remordimiento cada vez que cerraba los ojos y revivía las imágenes de cómo lo había lastimado; sus intentos de calmarla, su mirada persuasiva, su último grito de dolor cuando terminó por arrancarle las alas que tan hermosas se le veían.

—Zahira... —Su susurro salió con el mismo miedo de esos instantes, cuando le había quitado su capacidad de volar. En los ojos del rubio se reflejaba una ligera confusión ante en estado de la nebulosa; en el fondo estaba haciendo intentos de hacerla hablar, pero Zahira terminó intimidándose y saliendo de la habitación lo más rápido que pudo.

No lo soportaba. No lo soportaba.

No podía permitir que el resto la viera llorar de esa forma.

Y cuando el dolor fue demasiado fuerte se arqueó hacia adelante para después caer al piso, aperetándose la boca para ahogar sus sollozos. Estaba temblando tanto que no pudo huir cuando Tye se acercó corriendo, terminando por abrazarla.

Ella accedió.

—T-Tye... —El pelinegro alzó la cabeza al ser la primera vez que la oía tartamudear de esa forma, una muestra de fragilidad que lo hizo arrugar las cejas. Sin embargo el rostro de la chica permanecía impasible como siempre, sólo que siendo surcado por un montón de lágrimas sin rumbo, que se deslizaban por sus mejillas hasta mezclarse con la mancha roja de su abdomen. La oyó sorberse la nariz—. Tye... tengo miedo, Tye.

Él le tomó la mano.

—¿De qué? —Ante su pregunta Zahira le dedicó una mirada llena de desdén; él sabía perfectamente de qué tenía miedo y aun así le estaba preguntando—. Hayes... Hayes no se ve molesto.

—Pero yo...

—Dilo.

—Yo...

—Anda.

—Estoy avergonzada, Tye. —Sus cejas azuladas se juntaron rápidamente, secándose las pocas lágrimas. Su rostro volvió a recubrirse del serio semblante de siempre mientras sus ojos oceánicos observaban la pared frente a sus narices, como queriendo ignorar la situación metiéndose a un universo distinto—. Me da... me da vergüenza hablar con él luego de lo que le hice.

—¿Qué tal si él también tiene vergüenza?

Ella lo miró, enarcando una ceja y sin decir nada.

—Si los dos se sienten igual... uno de ustedes tiene que romper el hielo. —El joven ojos de luna le dio un codazo, haciéndola gruñir. Era reconfortante saber qjr la Zahira impávida de antes estaba regresando—. Anda, dijiste que te disculparías con él.

Ella suspiró de forma cansina.

—Pero no podemos perder el tiempo. —El pelinegro gruñó ante la terquedad de la nebulosa —. No me mires así, sabes que es verdad.

—Yo haré que el tiempo sea suficiente —optó Tye, levantándose para después hacer lo mismo con Zahira. La joven frunció los labios con algo de irritación ante la insistencia de su compañero, pero aun así se dejó levantar por él para así acercarse de nuevo a na habitación.

Meissa y Adhara estaban ahí adentro, desatando a Hayes, cuyos ojos se enfocaron inmediatamente en los de Zahira con necesidad. Ella seguía impasible.

—Van a hablar los dos a solas por un rato. —Tye hizo aparición dentro del sitio, empujando a Zahira para sentarla a un lado del rubio. Luego del comentario del hijo de la luna las dos hadas salieron, muy en el fondo preguntándose qué clase de cosas iban a hacer los dos muchachos.

—Salgo en unos minutos —murmuró Zahira, recibiendo un asentimiento de cabeza por parte de las dos hadas. Del pelinegro de capucha sólo obtuvo una sonrisa pícara.

—Cambio de planes. Nosotros seguimos y tú te quedas con Hayes. —Y luego de aquella improvisada contestación, el resto del grupo salió corriendo escaleras arriba, ignorando tanto gritos como injurias por parte de la joven de cabello azul. Sus esperanzas de verlo regresar decayeron al ver que sus pasos ya no se oían por los escalones, dándole a entender que ya se habían ido.

Y herida como estaba no iba a poder alcanzarlos.

Luego de largar un suspiro de resignación contenida decidió girar sus pies hacia su acompañante. Luego de estar sentados uno al lado del otro los dos apartaron la vista, como si buscaran las palabras capaces de enmendar aquella relación que se había quebrado hace meses.

No era mucho tiempo, pero se sentían como dos extraños.

—¿Herida en batalla? —Hayes rompió el incómodo silencio, rascándose la nuca como gesto lleno de tensión. Sus ojos se habían atrevido a levantarse del suelo para enfocarse en la figura de Zahira, que luego de unos instantes de mudez volteó a verlo de forma curiosa.

—Sí —dijo así sin más, mientras mermaba el brillo de la media luna sobre su cabeza.

Silencio.

—La nebulosa está perdiendo su toque.

Ella sonrió al sentir ese tonito jocoso en la voz del muchacho. Ese que siempre usaba para sacarla de sus casillas.

—En tus sueños, quásar. —Se atrevió a mirarlo con más firmeza, casi con una sonrisa ladeada en los labios.

Silencio de nuevo.

La muchacha tragó saliva, todavía apretándose el estómago por el dolor de la abertura. En cambio Hayes se veía más ágil que ella en esos momentos, y por unos segundos pensó que, si ahora él le guardaba rencor, no tendría ninguna dificultad en cortarle las alas como venganza. Al fin y al cabo ella no podía defenderse.




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