La maldición del televisor

Parte única

¿Te has imaginado alguna vez ser testigo de tu peor pesadilla?

Bueno, eso es lo que le sucedió a Daniel, un buen hombre y padre de familia, que acabó cometiendo el peor de sus errores al adquirir un viejo televisor de cuestionable procedencia.

Esta es su historia.

Daniel conducía su automóvil maniobrando de aquí y para allá con destino a la tienda de antigüedades. Ese día era un poco extraño. Por alguna razón, no había conseguido comprar un televisor decente a menos de doscientos cuarenta mil pesos en ninguna casa de electrodomésticos. Sus niños, desesperados, le exigían el único entretenimiento que él no podía impedirles. Daniel les tenía prohibido tocar los teléfonos celulares de los adultos, así que los pequeños se conformaban solamente con la TV.

Por lo tanto, decidió aquella mañana pasarse por la tienda de antigüedades: su única y última opción más asequible. Daniel ingresó por la puerta perdiéndose por un largo y estrecho pasillo donde los objetos antiguos atiborraban cada espacio de aquella habitación. Discos de vinilo, cajitas musicales, joyas variopintas con incrustes de piedras de fantasía, sofás, moto partes y grandes pilas de cómics y revistas de otras décadas colmaban gran parte de la estancia.

Daniel, curioso, observó todo a su alrededor y luego tocó el timbre sobre el mostrador. Instantes después, se apareció el vendedor, quien escuchó atentamente su pedido.

—Tengo un televisor antiguo justo para usted, mi estimado. Pero dudo que lo quiera. Nadie lo ha querido por años y eso que lo ofrezco a un precio de descuento. Todos lo llevan y después me lo devuelven.

—¿Por qué lo devuelven? —preguntó intrigado Daniel.

—Es básicamente chatarra. Nadie puede sintonizarlo a pesar de seguir bien las instrucciones. El manual está escrito en un inglés difícil de entender. Como si tuviera mezclas junto a otro idioma.

Daniel escuchaba atentamente al vendedor mientras los inicios de un inminente desafío surgían en su mente. A él le encantaba resolver misterios y puzzles. ¿Cómo no podría armar un tonto televisor?

—¿Puedo verlo?

—¿Está usted seguro, amigo? —le interrumpió sorprendido el vendedor, quien no había visto ese interés por aquel artículo en años.

Daniel asintió y el vendedor lo condujo por varias habitaciones hasta llegar a la del televisor. El artefacto estaba enchufado. El vendedor entonces depositó el control remoto en su mano.

Daniel lo encendió y la pantalla se prendió. Pensó que eso definitivamente ya era un gran paso. Sin embargo, ningún canal era visible a medida que recorría los botones de cambio. Solo esa pantalla blanca con una lluvia parpadeante e incontables interferencias.

—Me lo llevo —dijo de pronto Daniel.

—¿En serio? ¿Es en serio? —preguntó el vendedor con los ojos iluminados. Concretar una venta, aunque sea por pocas monedas en tales momentos de crisis, era toda una dicha para él.

—Sí. Seguramente en casa y con mayor tranquilidad, pueda sintonizar bien la antena.

—¡Hecho! —contestó el vendedor.

/////

De regreso en el hogar, Daniel bajó su nueva adquisición del baúl de su vehículo. Los niños, dos pequeños llamados Martín y Sofía, estaban ansiosos y esperaban impacientes a que su papá conectara los cables para ver dibujos animados. Por su parte, Laura, la esposa de Daniel, cuestionó por qué el televisor no era un aparato nuevo y se trataba de un objeto usado.

—Ya sé que te disgustan los objetos usados, cariño. Pero solo será este. Prometo que nos deshaceremos de él cuando pueda comprar uno nuevo.

—Eso espero, Daniel. Eso espero —y ella se marchó para preparar el almuerzo.

Daniel se pasó casi toda la tarde armando el viejo televisor y tratando de ajustar la antena en el techo de la vivienda para que captara la señal. Cada vez que se cruzaba con Laura, ella le susurraba audiblemente "te lo dije". Daniel se sentía un completo perdedor cada vez que aquello ocurría. Estaba sudoroso y los gritos y quejas de los niños que subían de intensidad le molestaban cada vez más. Al final, arrepentido de su compra, bajó cabizbajo una vez más de la escalera para ingresar a la sala de casa.

Entonces encendió nuevamente el televisor. Para su increíble sorpresa, la pantalla mostraba con gran dificultad la imagen del noticiero local. La pareja de periodistas se veía en blanco y negro y con una franja de líneas horizontales que parpadeaban, pero de todos modos lo había logrado. Era como si la esperanza le hubiera vuelto nuevamente al cuerpo.

Salió corriendo para buscar a su esposa.

—¡Laura! ¡Laura! —gritó Daniel emocionado—. ¡Lo conseguí!

/////

Era el momento de la cena. El matrimonio junto a los niños estaban en el salón comedor de la casa frente al televisor como la típica familia que había en todas partes. Los pequeños, satisfechos de haber visto sus series preferidas de dibujos animados, ya solo debían lavarse los dientes y alistarse para ir a dormir. A la mañana siguiente, les esperaba la escuela.

En el televisor se mostraba el noticiero nocturno con los repasos de los títulos nacionales, políticos, económicos y deportivos del día. Luego vino una pausa.

En el exterior de la vivienda, el tiempo se estaba comportando bastante rebelde. Una tormenta se avecinaba para las próximas horas. Por tal razón, ya era notorio el viento fuerte y los truenos.

Y entonces apareció un comercial. La familia comía y degustaba el platillo de la cena con absoluta tranquilidad mientras veía aquella publicidad. Era una imagen agradable y pacífica. Era también la primera vez que veían aquel comercial.

Se trataba de una familia feliz en un parque muy parecido al de la zona donde ellos residían almorzando un picnic. Los niños jugaban con aviones y barquitos de papel mientras los padres se miraban con amor al tiempo que reposaban y preparaban los alimentos sobre el mantel. Solo que a esto se añadía de mascota un perro. La raza era pitbull, pero lucía bastante inofensivo, tonto y además juguetón con los niños. La atmósfera del comercial era cálida y armoniosa, y la música que le acompañaba era delicada. Hasta que todo cambió.




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