La maldicioón de la sangre

Capítulo 1: La bruja lunar

Morgan

Desde el día en que llegué a este lugar, mi tía me ha entrenado cada mañana y cada tarde hasta el atardecer. Se ha enfocado en mi magia y en el combate. Aún recuerdo cuando cumplí cuatro años y me contó por primera vez la historia que rodeaba a nuestro aquelarre. El propósito de ser brujas y cazadoras.

Poco después entendí que mi tía lo hacía no solo por su puesto en el consejo, sino también para continuar el legado que se nos había impuesto desde el nacimiento. Un legado que ella pensaba —con gusto— que yo debía aceptar tras la prematura muerte de mi madre, cuando yo tenía apenas ocho años, a manos de un vampiro a unos kilómetros de aquí.

No sé si alguna vez mi tía dudó de su destino, pero si así fue, estoy segura de que lo aceptó por completo cuando me encontró escondida en un árbol después de presenciar cómo mi madre era asesinada... y desaparecía.

Porque eso pasa cuando una bruja muere: su cuerpo simplemente deja de existir.

¿Qué se sentirá?

—¿Morgan? —salí de mis pensamientos al ver a mi tía con su grimorio en las manos—. ¿Estás escuchándome?

—Sí, tía.

—Repíteme el hechizo de protección final.

Suspiré y asentí.

—Es un hechizo que crea un sello protector alrededor de una persona, un objeto o un lugar, bloqueando cualquier entrada de magia oscura, espíritus o ataques sobrenaturales.

—Bien... es correcto —respondió, mientras guardaba su grimorio en un cajón protegido por el mismo hechizo, asegurándose de que solo ella pudiera acceder.

De pequeña había intentado abrirlo con una gota de mi sangre, pero fue inútil. Ella me descubrió y me lo dejó claro: así como solo ella tenía acceso a sus hechizos, yo tenía acceso a los míos.

—No te distraigas, Morgan —me pidió—. Podemos terminar hoy, pero espero que mañana tengas una actitud más acertada —reprochó, sentándose frente a la fogata.

—Tía, tengo los hechizos memorizados al derecho y al revés, conozco las mejores técnicas... ¿No crees que ya es hora de dejarme pasar las tardes fuera de casa?

—No —dijo simplemente.

—Pero, tía...

—Sabes las reglas, Morgan. Nada de salir sin mí o sin alguien más del aquelarre. Eres demasiado importante como para dejarte ir sola —me interrumpió, señalando la puerta—. Puedes ir a ver a Cailyn, o, si quieres ser una buena hija, practicar tus técnicas.

Puse los ojos en blanco y salí de casa. Por supuesto que iría a ver a Cailyn, aunque habíamos dejado de jugar hace años. Saludé a algunas personas en el camino y la busqué en el lugar donde sabía que la encontraría.

Cailyn era una bruja verde. Su existencia en estas tierras era extraña y poco común, pero llegó después de que mi padre la encontrara al borde de la muerte, atacada por vampiros cerca de la frontera con el pueblo humano. Sus padres murieron, y mi tía la salvó ofreciéndole un hogar en nuestro aquelarre. Sin embargo, Cailyn siempre ha mantenido cierta distancia de todas.

Hubo una época en que pensé que se iría al cumplir la mayoría de edad, pero en cambio construyó su propio jardín y se dedicó a crear magia y pociones lejos del resto.

—Veo que te dejaron salir temprano. ¿Te escapaste? —dijo con las manos llenas de tierra en cuanto me vio llegar.

—Casi. Mi tía me echó —ella sonrió y me señaló unos cristales que la rodeaban—. ¿Qué haces?

—Ensayo un hechizo de curación. Quiero venderlos en el pueblo más tarde.

—¡Genial! ¿Puedo ir? —le pregunté con entusiasmo. Ella me miró con cautela—. No le diré a mi tía.

—¿Y si te descubre? Además, aún no sé si funcionan.

—No lo hará. Y tú sabes que funcionarán. Eres excelente —ella sonrió y me hizo una pequeña reverencia, haciéndome reír—. ¿Puedo?

—Está bien, pero me vas a ayudar a empacar esto.

Sonreí y asentí. Esperamos a que anocheciera. Cada noche, mi tía se reunía con su consejo antes de dormir. Cuando llegamos al límite del aquelarre, sentimos la magia vibrar en nuestro interior. Esta parte del bosque estaba protegida: solo nosotros podíamos cruzar a voluntad.

Tomé de la mano a Cailyn y juntas salimos rumbo al pueblo más cercano. Caminamos por más de veinte minutos hasta que la música comenzó a retumbar a nuestro alrededor.

Las brujas blancas —con excepción de las negras— eran bienvenidas en los pueblos y colaboraban con sus hechizos. Las brujas negras, en cambio, trabajaban con energías oscuras, peligrosas o prohibidas. Todas nos veíamos iguales; la única forma de diferenciarnos era por nuestra magia.

La magia blanca huele a lavanda, miel o tierra fresca. Sus hechizos se acompañan de luz cálida, brillos suaves o notas musicales. La magia negra, por el contrario, es densa y fría; huele a humo, hierro o tierra quemada. Sus hechizos provocan sombras, temblores o viento.

Algunas casas colgaban cristales de reconocimiento que brillaban en blanco o negro según quién se acercara. Tal era el caso de la cantina que Cailyn frecuentaba para vender sus hechizos, la mayoría de sanación. Ella podía canalizar su magia en objetos. Yo tenía que conjurar directamente.



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En el texto hay: romance, amor, romantasy

Editado: 10.12.2025

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