El amanecer siempre llegaba tarde al Imperio de Aragón, como si incluso la luz temiera atravesar las murallas frías del palacio. Aurora lo sabía bien. Desde pequeña, había aprendido a vivir entre sombras, ocultando aquello que la convertía en un peligro para todos: la marca prohibida, un símbolo rojizo que latía en su antebrazo como un corazón ajeno.
Su madre siempre le decía que la mantuviera cubierta, que ninguna mirada debía posarse en ella. Pero ese día, nada podía ocultarla. No cuando había sido llamada a la sala del trono frente a todo el consejo.
—Aurora de Aragón —anunció el heraldo con voz temblorosa.
Caminó con la cabeza en alto, aunque sentía que sus piernas eran humo. Sabía lo que venía. Lo había escuchado en susurros por los pasillos, entre soldados que la miraban con una mezcla de lástima y horror.
El emperador —su propio padre— no se levantó de su asiento. Solo la observó con expresión dura, como si ya hubiera aceptado lo inevitable tiempo atrás.
—La alianza con el Reino de las Sombras es necesaria para evitar la guerra —declaró él, sin rodeos—. Y ellos han pedido una sola cosa a cambio.
Aurora apretó los puños. Ya no había vuelta atrás.
—Tu matrimonio con su príncipe heredero.
El murmullo del consejo se apagó de inmediato, como si alguien hubiese arrancado el aire de la sala. Aurora sintió un vacío en el pecho, uno tan frío que casi dolía.
El príncipe de las Sombras.
El enemigo.
El monstruo al que todos llamaban la Bestia.
Decían que su rostro estaba marcado por una antigua maldición, que no sonreía jamás y que podía ver a través de la mentira. Que odiaba al Imperio… y con justa razón.
—¿Por qué yo? —preguntó Aurora, aunque ya conocía la respuesta.
El emperador desvió la mirada hacia su brazo cubierto por la tela.
Hacia la marca.
—Porque tú eres la única que ellos quieren. La única portadora de ese símbolo desde hace cien años. Si te niegas… habrá guerra, Aurora. Y miles morirán. Lo sabes.
Aurora tragó saliva. Sí, lo sabía. Lo había sabido siempre. Ser marcada significaba estar destinada a algo más grande que la propia vida. Aunque jamás imaginó que ese destino sería entregarse a un enemigo que muchos consideraban menos hombre que bestia.
—Acepto —dijo al fin, sin permitir que su voz se quebrara.
Un suspiro colectivo recorrió la sala.
Pero justo antes de que el heraldo pudiera proclamar la decisión, las puertas del salón se abrieron de golpe. Un viento helado atravesó la sala, apagando algunas antorchas.
Una figura envuelta en una capa oscura dio un paso dentro. Los guardias levantaron sus armas, pero ninguno se atrevió a moverse.
Aurora sintió su corazón detenerse.
El príncipe la Bestia había llegado por ella.
Su mirada se clavó en la de ella como si la hubiese estado buscando toda su vida.
Y en ese instante —aunque no sabía por qué— Aurora sintió que su unión no solo evitaría una guerra…
También despertaría algo que había dormido durante siglos.
Algo que tenía que ver con ella.
Con su marca.
Y con él.
Editado: 02.12.2025