La mancha del imperio

El príncipe sin sombra

El silencio en la sala del trono pesaba como una losa. Todos los ojos estaban fijos en la figura encapuchada que acababa de entrar. Aurora sintió un estremecimiento recorrerle la espalda… no de miedo, sino de algo más difícil de explicar.

El príncipe caminó con paso firme, sin apresurarse, sin vacilar. La capa oscura arrastraba un leve humo violáceo a su alrededor, como si la sombra misma lo siguiera obediente. Pero lo que más impresionaba no era su apariencia…

Era la forma en que todos se hacían a un lado sin que él lo pidiera.

Se detuvo justo frente a Aurora. Entonces, por primera vez, levantó la cabeza.

Su rostro quedó parcialmente visible: una piel marcada por una línea oscura que parecía un antiguo símbolo, y unos ojos de un tono gris plateado que parecían observar más allá de la carne, como si pudieran ver directamente el alma de cualquiera.

Aurora contuvo el aliento.

Él inclinó ligeramente la cabeza, un gesto casi elegante.

Aurora de Aragón —dijo con una voz profunda y tranquila que resonó como un eco en las paredes—. Es un honor finalmente conocerte.

Sus palabras eran respetuosas… pero cada sílaba estaba cargada de una fuerza invisible que hacía temblar a más de un soldado.

Aurora reunió valor.

—Y yo a usted… príncipe.

La Bestia —como lo llamaban en rumores— extendió su mano enfundada en un guante oscuro. Aurora dudó por un instante, pero sabía que no podía mostrar temor. Puso su mano sobre la de él.

Cuando sus pieles se tocaron, la marca de Aurora ardió como si algo dentro de ella despertara de golpe.
Un destello rojo brilló bajo su manga.

El príncipe lo notó, pero no la soltó.

—No temas —murmuró lo suficientemente bajo para que solo ella lo escuchara—. Tu marca no es una condena. Es una llave.

Aurora abrió los ojos con sorpresa.

—¿Una llave para qué?

Él respondió con una pequeña sonrisa que no alcanzó a ser amable, pero tampoco cruel.

—Para desatar lo que viene. Y créeme… serás necesaria.

Las palabras la dejaron sin aliento.

El emperador carraspeó, tenso.

—Príncipe Kael, la ceremonia oficial será en tres días. Ella será preparada para su viaje.

Kael—la Bestia—volvió su mirada hacia el emperador, firme pero respetuosa.

—No deseo quitarles más tiempo —dijo—. Pero ella vendrá conmigo al Reino de las Sombras bajo mi protección. Desde ahora.

Aurora parpadeó.

—¿Ahora?

Kael asintió suavemente.

—La marca está despertando. No es seguro que permanezcas aquí.

Un susurro recorrió la sala. Algunos consejeros retrocedieron, como si la marca fuese una bomba a punto de estallar.

Aurora sintió un nudo en la garganta. Todo estaba ocurriendo demasiado rápido.

Kael volvió a mirarla. Sus ojos plateados eran intensos, pero no crueles.

—Te prometo algo —dijo—: jamás te obligaré a nada que no sea necesario para protegerte. Pero necesitamos marcharnos antes de que la noche caiga.

Aurora respiró hondo. Su destino estaba sellado.
Pero, por primera vez, no sintió solo miedo.

Sintió curiosidad.

—Estoy lista —respondió ella.

Kael le ofreció su brazo para acompañarla.

Ella lo tomó.

Y mientras ambos atravesaban la sala, Aurora tuvo la sensación de que acababa de dar el primer paso hacia un mundo donde la luz y la sombra habían estado esperando por ella desde mucho antes de nacer.




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