La mancha del imperio

El peso del destino

El carruaje avanzaba por el bosque gris que marcaba el límite entre Aragón y el Reino de las Sombras. Aurora miraba por la ventana, intentando calmar el torbellino que llevaba dentro. Cada árbol parecía observarla, doblándose hacia el camino como si reconocieran la marca que ardía bajo su piel.

Kael viajaba sentado frente a ella, en silencio, con la postura recta y la mirada fija en el paisaje. A pesar de su presencia imponente, parecía sorprendentemente tranquilo… como si llevarse a Aurora hubiese sido algo que esperaba desde hacía mucho tiempo.

—¿Te duele? —preguntó de pronto, señalando su brazo.

Aurora dudó antes de admitirlo.

—Arde… como si algo quisiera salir.

Kael asintió.

—Es normal. La marca despierta cuando se acerca a su origen.

Ella frunció el ceño.

—¿Su origen? ¿Qué significa eso?

Kael la miró directo a los ojos, y esa misma intensidad que había mostrado en el salón del trono volvió a envolverla. No era agresivo. No era violento.
Pero tenía un peso… como si cada palabra suya fuera una sentencia.

—Tu marca y mi linaje están unidos por un pacto antiguo —explicó—. Mucho antes de que naciera el Imperio de Aragón. Mucho antes de que mi pueblo fuera temido.

Aurora entrecerró los ojos.

—Entonces… ¿yo siempre estuve destinada a ti?

Kael soltó un leve suspiro, como si esa pregunta lo persiguiera desde hacía años.

—No destinada… elegida.

Aurora se quedó sin palabras.

Él continuó, esta vez con una voz más firme, más solemne:

—Cuando crucemos la frontera, ya no serás solo Aurora de Aragón. Serás Aurora Kaelith, la portadora de la marca, la figura que mi pueblo lleva un siglo esperando.

Su mirada se intensificó.

—Y, por pacto y profecía…
eres mía.

Aurora sintió un estremecimiento recorrerla, mezcla de miedo, rabia y algo que no podía identificar.

Kael no apartó la vista. Su voz resonó como un decreto:

Mi mujer. Mi esposa. Y la futura madre de la nueva línea real que unirá nuestros pueblos.

Aurora abrió los ojos de par en par.

—¿Así me ves? ¿Solo como una pieza política?

Kael negó suavemente con la cabeza.

—Te veo como la única persona que puede detener la guerra que ha estado acumulándose por décadas. Como la única capaz de soportar el poder que lleva esa marca. Como alguien que merece saber la verdad antes de que todos quieran arrancártela.

Ella sintió su corazón latir con fuerza.

—¿Y qué pasa si no quiero ese destino?

Kael sostuvo su mirada sin parpadear.

—Nadie quiere el destino que cambia el mundo —respondió con calma—. Pero eso no lo detiene.

El carruaje se detuvo de pronto.

Aurora se giró hacia la ventana.

Del otro lado del camino, un arco de piedra oscuro marcaba el inicio del Reino de las Sombras. Y más allá, un cielo violeta y plateado extendía su luz entre montañas afiladas.

Kael se levantó y le tendió la mano.

—A partir de este paso —dijo—, nada volverá a ser igual.

Aurora tragó saliva…
y tomó su mano.

Mientras atravesaban juntos el arco, la marca de Aurora ardió con tanta fuerza que iluminó el interior del carruaje.

Kael la sostuvo firme.

—No temas —murmuró—. No estás sola.
Aunque no lo creas, te protegeré… incluso de aquello que despierta dentro de ti.

Y Aurora comprendió algo aterrador:

El destino que había jurado no querer…
ya había comenzado a tomar forma.




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