La mancha del imperio

La visión del fuego antiguo

Apenas Aurora cruzó el arco de piedra, el aire cambió por completo. Era como si el mundo respirara de otra forma dentro del Reino de las Sombras. El viento tenía un leve brillo plateado, las montañas vibraban con un tono oscuro, y el cielo… el cielo parecía mirar de vuelta.

La marca en su brazo ardió de repente, no como un simple dolor, sino como si algo por dentro la estuviera llamando.

—Aurora —dijo Kael al notar su gesto de dolor—. Respira hondo. No luches contra la marca.

Pero ella no escuchó.

La luz roja atravesó su manga, luego su piel, y antes de que pudiera decir una palabra…

El mundo desapareció.

Aurora estaba de pie en un lugar desconocido. Un salón inmenso hecho de piedra negra se extendía bajo sus pies, iluminado por un fuego rojizo que no quemaba. No habían puertas, ni ventanas. Solo las paredes, vivas, respirando.

En el centro, una figura encapuchada la esperaba.

—Al fin despiertas —dijo la figura, cuya voz parecía ser de hombre y mujer a la vez, como si dos almas hablaran juntas—. Portadora de la marca ancestral.

Aurora retrocedió un paso.

—¿Dónde estoy?

—En la memoria de tu marca —respondió la figura—. En aquello que se selló hace cien años. En lo que nadie te contó.

Aurora sintió un estremecimiento.

—¿Quién eres?

La figura extendió una mano hecha de luz roja.

—Soy la primera. La que llevó la marca antes que tú… y la que falló.

El corazón de Aurora se comprimió.

—¿Fallaste en qué?

La figura se acercó. Su sombra se proyectó en las paredes, larga, extraña, como si se moviera sola.

—En mantener unido a nuestro mundo. En impedir que la oscuridad y la luz se separaran. En contener el poder que ahora arde dentro de ti.

Aurora tocó su brazo, que brillaba como una brasa.

—¿Por qué yo? —preguntó con voz quebrada—. Yo no pedí esto.

—Nadie lo pide —dijo la figura suavemente—. Pero tú fuiste elegida al nacer. Tu alma ya conocía este destino.

Aurora sintió que el aire temblaba a su alrededor.

—¿Qué significa la marca realmente?

La figura la miró fijamente. Sus ojos eran dos destellos rojos.

—La marca es una llave. Una puerta. Un arma y un guardián.
Tú no eres solo la futura reina del Reino de las Sombras…

El fuego detrás de la figura explotó en un espiral.

Eres la heredera del poder que puede destruir o salvar ambos reinos.

Aurora abrió los labios, atónita.

—Yo… ¿puedo destruirlos?

—Si tu corazón se corrompe, sí.
—¿Y salvarlos?
—Si aprendes a controlar la marca… y si confías en quien está destinado a guiarte.

Aurora sabía exactamente a quién se refería.
Kael.

La figura levantó su mano, tocando el aire entre ellas.

—Pero cuidado, Aurora. Hay quienes desean tu poder. Hay quienes te temerán. Y hay quienes querrán usar tu marca para liberar aquello que ni siquiera Kael podría detener.

El salón empezó a resquebrajarse.

—¡Espera! —gritó Aurora—. ¿Qué vendrá? ¿Qué está despertando?

La figura sonrió tristemente.

—Lo sabrás pronto. Cuando tus ojos puedan ver lo que los demás no.

Aurora abrió los ojos de golpe.

Estaba en brazos de Kael, fuera del carruaje. Él la sostenía con fuerza, preocupado, su respiración alterada.

—Aurora, mírame —ordenó suavemente—. ¿Qué viste?

Ella lo miró con los ojos dilatados.

—Vi… a alguien que llevó esta marca antes. Y me dijo que falló. Que yo puedo destruir o salvar los reinos. Y que vendrá algo… algo que ni tú puedes detener.

Kael palideció. Por primera vez desde que lo conoció, dejó de verse tan inquebrantable.

—Entonces el despertar ha comenzado antes de lo previsto —murmuró—.
Y eso significa que no tenemos tiempo.

Aurora sintió un escalofrío recorrerla.

—¿Tiempo para qué?

Kael la miró, serio, con esa mezcla de respeto e intensidad que solo él podía tener.

—Para prepararte.
Para protegerte.
Y para evitar que la profecía caiga en manos equivocadas.

La marca volvió a brillar.

Aurora supo, con absoluta claridad, que nada sería sencillo a partir de ahora.




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